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Canta y no llores…

Juego Profundo

por Salvador González
20 noviembre, 2025
en Editoriales
Un nuevo vuelo en el fútbol queretano
78
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Hay partidos que son como una tarde nublada: ni llueve ni deja de llover. Los dos últimos de la Selección Mexicana, contra Uruguay y Paraguay, fueron exactamente eso: un empate sin sal y una derrota sin sazón. El primero, un entrenamiento con público; el segundo, un ensayo gris sin nota positiva. Pasó poco en la cancha y casi nada digno de contarse. Ninguna emoción que justificara el boleto del aficionado. Apenas insinuaciones ofensivas que se esfumaron antes de volverse jugada. Y la derrota, pues eso: una derrota sin nada que rescatar, con ese futbol plano del Vasco Aguirre que tantas veces dice tan poco.

Pero el futbol, cuando el balón se niega a hablar, deja espacio para que hablen las voces alrededor. Y vaya que hablaron.

Lo que debió ser una noche tranquila en Torreón terminó exhibiendo el divorcio emocional entre la afición y la Selección. No es nuevo, no será la última vez. Pero esta vez dolió más. No por los gritos: por las respuestas.

Porque una cosa son los abucheos y otra muy distinta es la piel tan delgada de algunos jugadores. Entre pasillos, Edson Álvarez, tan limitado para opinar, como para filtrar un pase vertical, soltó un irónico “bienvenidos a casa”, como si la afición fuera culpable del bostezo que regalaron en la cancha. Como si reclamarle al equipo fuera un acto de traición y no un acto elemental de pertenencia.

Y luego vino Raúl Jiménez, con una declaración que hizo más ruido que cualquiera de sus remates recientes. Dijo que por eso los partidos se llevan a Estados Unidos: porque allá la afición “apoya”. ¿Sera porque allá se canta?, ¿será porque allá se entona el siempre útil y siempre predecible “Cielito lindo”?, ese bálsamo infalible que adormece conciencias, que viste los estadios de folclor y que convierte cualquier desempeño mediocre en postal patriótica.

Allá, donde el Tri nunca juega de visitante; donde la nostalgia vuelve al tricolor un souvenir emocional; donde ningún grito suena a exigencia, sino a aplauso automático.

Es legítimo que a un jugador no le gusten los abucheos. A nadie le gusta. Pero no nos engañemos: no es el sonido lo que molesta. Es la exigencia. Es que alguien les recuerde que representan a un país que, a pesar de todo, quiere verlos competir, morder, arriesgar. Que no quiere conformarse con un cero a cero y un discurso autocomplaciente. Que en Torreón, en Monterrey, en Tijuana, donde sea, la gente paga por ver intensidad, compromiso, un poco de dignidad futbolera.

Y sí: también hay excesos desde la tribuna. Siempre los habrá. Pero tampoco se vale que la generación más frágil y más estancada del futbol mexicano en años quiera hacernos creer que la crítica es traición, que la exigencia es violencia, que el reclamo es desamor.

Se viene un Mundial en casa. En casa. Ahí no habrá refugio en la parafernalia del paisano que canta “Cielito lindo” como si presionara un botón de nostalgia. Aquí se escucharán otros gritos: los que duran más que un mariachi improvisado. Los de exigencia, los de frustración, los de esperanza también.

Quizá ese sea el verdadero problema. Que esta selección, orgullosa, pero sin credenciales reciente, prefiere el confort del aplauso garantizado a la crudeza del reclamo que recuerda obligaciones. Prefiere la comodidad de Houston a la autenticidad de Torreón.

Pero el futbol es eso: democrático, ruidoso, incómodo. El público paga, y con ello compra el derecho de pedir más. Y el jugador, con ese escudo en el pecho, adquiere la responsabilidad de responder.

Mientras tanto, el cero a cero y el dos a uno y con ellos seis partidos sin victoria, seguirán ahí, como un recordatorio de que el silencio de la cancha pesa más que cualquier abucheo. Porque lo grave no es que la gente grite. Lo grave es que, a veces, no hay nada en el campo que la obligue a callar.

Etiquetas: Ecuadorfutbolselecciontriuruguayvasco

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