El mediodía de la megalópolis derramaba su calor primaveral, sobre los citadinos y agregados, que cruzaban con habitual prisa, el Centro Histórico de la Ciudad de México. Mosaico que reúne a propios y extraños, en un polifacético espacio donde se manifiestan verdades y mentiras; entre ofertas ambulantes y expresiones artísticas que habitan en sus calles, igual que sus edificios imponentes. La canción tiene un lugar especial en este foro público, al ser vaso comunicante, fuente de empleo, nicho de sobrevivencia, arte popular. En los últimos años el repertorio- como siempre- ha crecido, con las expresiones canoras de las oleadas de recién llegados que, igual que las aves emigrantes, viajan a otros sitios de la tierra para aliviar la falta de alimento que los flagela, condenándolos a experiencias inhumanas, en muchos casos, a la muerte, lo hacen: cantando
De pronto el sonido de una flauta, una guitarra, acompañando a un dueto que cantaban: “Soy carbonero que vengo/ de las cumbres si señor/ con mi carboncito negro/ que vierte lumbre de amor.” 1.- llamó mi atención, por el tono de las voces, que con sentimiento interpretaban, el vals: “El Carbonero”, de Pancho Lara, considerado por muchos, el segundo himno de El Salvador. Claro la versión a la obra por el grupo musical de aspecto campesino, era una simbiosis sonora que sonaba a cumbia valseada. Al terminar la interpretación después de dejar unas monedas en el sombrero golpeado, pregunte a la cantora de la agrupación ¿dónde se había aprendido el tema músico literario? Con la mirada en alto contesto: soy salvadoreña y mis compañeros también; el que toca la guitarra es mi hermano, el de la tarola, mi compadre; el de la flauta, mi marido, andamos cantando para sacar para comer, viene con nosotros un sobrino, ese que anda recogiendo cooperaciones comentó, señalando a un jovencito flaco, con la camisa parchada, que pasaba su gorra por el escaso público; vamos rumbo al norte, no importan los calendarios, ni los obstáculos del camino, vamos a llegar, ¿sabe cómo? dijo bien segura: cantando.
Aporté botellas con agua para tratar de apagar la sed, mientras el breve dialogo continuaba fluido; en una pausa del concierto callejero, el guitarrero de su ronco pecho, relató algunos pormenores de la travesía familiar, de Morazán en su país, hasta la Capital mexicana. Los traficantes de indocumentados- polleros-, los asaltantes; los bloques y las corretizas migratorias; de las inclemencias del tiempo, el miedo a las extorsiones, otros “prietitos en el arroz”, cicatrices punzantes; la solidaridad mexicana, la esperanza, le llenaban la memoria; como experiencias del largo viaje; como reacción las historias empecé a canturrear en voz baja: “Cuando vengo por los montes/ con mi carga de carbón/ vengo enredando horizontes/en mi largo trajinar”, del vals de Pancho Lara. La charla tenía que finalizar, sobrevivir, esperaba al grupo centroamericano. Pensé en el fenómeno social eterno de la emigración; su impacto en la canción popular, que a través de ella se retroalimenta, se fusiona, se humaniza, al escapar de reglas de la industria de la música, para recuperar su espíritu popular, su esencia espontanea, su oficio comunicante.
“Extraño mi querido lugarcito. El Salvador/ lo recuerdo con mucho amor. / Patria, patria que me has dado amor, me/ reconforta el anhelo de volver a verte/ sin embargo tengo que huir de la muerte”. Fragmento. Luis Ángel Orellana Esquivel. El canto producto de los emigrantes, relata uno de los dramas contemporáneos de mayor relieve, sus textos cumplen con lo que escribiera, el Poeta Nacional salvadoreño, Roque Dalton: “Poesía, perdóname por haberte hecho comprender que no estas hecha solo de palabras”. Las letras de la emigración; navegan melódicamente entre la nostalgia, el anhelo, la realidad, la derrota, el amor, el desamor; sirven para expresarse y conseguir pan, a veces techo, son más que palabras.
Generalmente: sub-valuadas, ignoradas, por las masas cautivas del espectáculo, desde luego su existencia y vigencia es un hecho diario, que históricamente forma un eslabón notable, en el desarrollo musical de los pueblos. La fusión canora de precortesianos, españoles, Afroamericanos – comunes entre los latinoamericanos-, en Centroamérica y México, produce proyectos sonoros y de versificación hermanos, que con matices diferentes dan vida a la canción de la emigración, una de las expresiones de mayor autenticidad músico-literario. Al alejarme del escenario cosmopolita, llevaba en la boca la tonada, y el verso de El Carbonero, con la que la agrupación musical finalizaba su actuación: “De las cumbres del Rosario/ de otros pueblos y el volcán/ Bajo siempre solitario/ a venderles mi carbón/ Si mi señor/ es buen carbón/ cómprelo usted/ de nacazcol…” Junto al vals, la larga travesía esperaba a los cantores que como muchos de sus compatriotas en busca de alimento, conservar la vida y encontrar el “sueño americano”, cruzan todos los días Por México, como las aves migratorias: cantando
1.- “El Carbonero” Vals de Pancho Lara