En el coliseo moderno, donde el césped verde se transforma en un escenario de batallas a golpe de pelota, hoy se libra una lucha distinta. Una batalla donde los guerreros se han convertido en íconos de marcas y los escudos en rehenes de la publicidad. Las camisetas, antes símbolos de identidad y orgullo, ahora se han convertido en vallas publicitarias ambulantes, donde la identidad del aficionado se ve ahogada en un mar de logos.
Las camisetas de futbol son más que prendas de vestir, son símbolos que representan valores, sueños y memorias compartidas. Sin importar la edad que tengamos, son la piel con la que nos vestimos para vibrar, para celebrar y para llorar. Tenemos un sentido de pertenencia fenomenal y las cuidamos con un gran amor, por eso, en la actualidad, cada logo publicitario que se agrega a la camiseta es un pedazo de identidad que se diluye, un hilo de la historia que se deshilacha. Es un recordatorio constante de que el fútbol, en su afán por sobrevivir, ha perdido un poco de su alma.
¿En dónde quedó la limpia elegancia del azulcrema del América? ¿Dónde la pulcra franja rojiblanca del Guadalajara?, ambas quedaron en la nostalgia y ahora abrazan una casa de apuestas. Vale la pena resaltar que estos dos equipos son de los que, aparentemente, han respetado más sus colores, porque hay clubes que incluso tienen siete, sí, siete marcas distintas que adornan el frente de su camiseta: Un collage visual que atenta contra la estética y, lo que es más grave, contra la identidad. ¿Acaso somos solo consumidores ambulantes? ¿Acaso la pasión por nuestros colores se ha medido en pesos y centavos? Si. Eso somos y si, así nos miden. Los colores que antes encendían la piel de nosotros como aficionados, ahora se ven opacados por una cacofonía de marcas que pugnan por atención.
Es cierto que la búsqueda de patrocinios es una necesidad financiera para los clubes, una realidad que se intensifica en un entorno donde los derechos de transmisión y la venta de entradas no generan los ingresos suficientes para sostener la (pobre) competitividad de nuestra Liga MX. Sin embargo, esta necesidad no justifica la desmedida saturación de publicidad que, cual hiedra trepadora, se aferra a cada centímetro de tela, asfixiando la identidad visual y emocional que antes unía a los aficionados con su equipo. Repito, no niego la importancia de los patrocinios. Los equipos, como cualquier institución, necesitan recursos para subsistir. Pero hay un límite, una línea invisible que se ha cruzado con descaro. La publicidad en las camisetas ha sobrepasado los límites de lo tolerable, se ha convertido en una afrenta a la historia, a la tradición y a la pasión de los aficionados.
Se que soy un romántico, pero es hora de recapacitar. No tengo ni idea de cómo, pero es hora de poner un freno a esta invasión comercial que amenaza con desdibujar la esencia del fútbol. Hagamos un llamado a la mesura, a la cordura: Que las camisetas vuelvan a ser lienzos donde se plasmen sueños, no catálogos de productos. Que los colores de nuestros equipos representen orgullo, no precio. Que vuelvan a ser lienzos donde se narren historias de pasión, entrega y victoria, no de consumismo y desmesura. Porque el fútbol es más que un negocio, es una cultura, una forma de vida. Y esa esencia no se debe vender al mejor postor. ¿Acaso la garra del León se ha vuelto más feroz gracias al logo de una marca de cementos? ¿O la astucia de los Gallos se ha incrementado con la presencia de una empresa de alimentos para mascotas?… no, definitivamente no. En este panorama desolador, surge un oasis de esperanza: Los Bravos de Juarez. En lo que es casi un acto de rebeldía, el equipo fronterizo ha decidido regalarnos, en pleno 2024, una camiseta limpia, sin la mancha de ningún patrocinador. Que bonito. Agradezcamos y aplaudamos ese esfuerzo. Porque las camisetas, al igual que nuestra piel, solo deberían mancharse de las marcas que cuentan nuestra historia: el sudor de la batalla, el barro de la lucha, la hierba del triunfo. No de logos vacíos que nada dicen al corazón.
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