Es un hecho que el adelanto de los tiempos electorales habrá de cambiar el tono de la conversación pública, particularmente ahora que la oposición se ha decidido finalmente a presentar cara al oficialismo.
Es de esperarse, que una vez que se han decidido tiempos y métodos para elegir candidato de la oposición, el discurso político cambie y tal vez sea mucho pedir, pero por favor que se ponga serio.
Mayor sobriedad y seriedad debieran ser agradecidas, menos circo y más substancia, pues cinco años de prédicas mañaneras, de superficialidad, de calificativos denigrantes, chascarrillos y hasta tonadillas populares, han degradado el nivel, no solo del discurso oficial, sino también el de la comentocracia y la opinión pública y publicada.
Lo que debiera ser un ejercicio republicano de información y diálogo con la ciudadanía se ha reducido a un chabacano espectáculo repleto de distractores y alabanzas, para no abordar con profundidad temas que son incluso de seguridad nacional, como el energético, el hidráulico, el productivo, la salud y la calidad de la educación, la corrupción y la inseguridad. Todos ellos reducidos a chascarrillos y cotorreos o complots y conspiraciones que les impiden gobernar.
Menos encono y división y más unidad y trabajo conjunto harían una real transformación y no solo la verbalización cotidiana que oculta graves fracasos y carencias administrativas, de gerencia política y de gobernanza.
Sin embargo, será difícil eludir la confrontación cuando el ambiente generado durante lo que va de esta administración ha hecho de los extremos el centro del discurso, o están conmigo o contra mí, sin espacios para el diálogo o la disensión respetuosa dejada caer en oídos receptivos.
La sociedad está hoy, obligada a decidir entre dos extremos y la próxima elección apunta para convertirse en un referéndum a la actuación del presidente de la república. Esa será su forma de estar presente en la boleta y poder así transferir su popularidad a los candidatos de su partido.
La oposición por su parte, ha sucumbido por fin a la provocación gubernamental y adelantado sus tiempos, tratando de eludir, al igual que el oficialismo, el cumplimiento de la ley y procede a hacer proselitismo anticipado, la estrategia por encima de la legalidad. Si el presidente puede, todos podemos.
En ese marco no debiera sorprendernos la irrupción de una aspirante como Xóchitl Gálvez que mantiene una confrontación respetuosa pero firme con el presidente y que se ha adelantado con la manifestación de su aspiración, al resto de los aspirantes por la oposición.
El perfil de Xóchitl se hace atractivo, por sus orígenes, formación profesional, así como por la imagen, claramente diferenciada de la del político tradicional, sumándole su no afiliación a partido alguno, aunque forme parte de la bancada del PAN en el Senado. Por su estilo oratorio no se puede esperar un discurso doctrinario, conceptuoso, sino uno franco, directo, con frecuentes palabras altisonantes, lo que impacta en amplios segmentos del electorado en el que gusta que el lenguaje del político se parezca al suyo. Es una incógnita su capacidad para gobernar pero indudablemente es una candidata atractiva.
No sucede lo mismo con Beatriz Paredes cuyo discurso profundo, certero y juicioso, penetra en la conciencia pero no mueve emociones, al igual que puede ser el de Enrique de la Madrid o Santiago Creel que son tres que han manifestado seguir con su aspiración.
Cada uno con su estilo pueden y habrán de cambiar la narrativa política del momento, y en conjunto podrán arrebatar la iniciativa mediática a los aspirantes de la 4 T, que han tenido que uniformar propuesta y argumentos a la retórica presidencial, tanto por mostrarse leales como para asegurar que con ellos habrá continuidad a la política asistencialista del régimen.
No es bueno para la competencia política, ni para el país, que la oferta de continuidad se reduzca al pensamiento de un solo hombre al que habrán de seguir con obediencia lacayuna los que aspiran a sucederlo. Las carencias y vicios que señalaron para llegar al poder ahí siguen, la corrupción y la inseguridad han aumentado y los servicios asistenciales se han disminuido, pero poco ganaremos si el discurso se centra en defender a esta administración en “sus logros” por una parte y en señalar solo los errores por la otra.
Los electores esperamos más. Críticas y señalamientos se han hecho en lo que va del sexenio sin que sus efectos se hayan hecho notorios y en cambio sí se nota la falta de una propuesta alternativa que vaya más allá de lo planteado en esta fallida transformación, en especial en cuanto al combate a la pobreza y la desigualdad. Es paradójico que el discurso de éxito económico, por la fortaleza temporal del peso que maneja esta administración que se precia de combatir la pobreza y la desigualdad, esté basado en el incremento de las remesas de mexicanos que se han tenido que ir porque la realidad económica, la pobreza, la desigualdad de oportunidades los obliga.
El país está urgido de soluciones reales no de discursos que hablan de una transformación de pacotilla. La nación requiere un cambio, la población lo demanda, vamos empezando por cambiar la narrativa. Pasemos de las ocurrencias a las propuestas y apostemos porque la reflexión y la madurez se impongan a las políticas clientelares.