En los pasados días, dentro de la reunión de la COP28 se acordó (aunque no es vinculante el Acuerdo, para los países firmantes), por parte de 134 países presentes en Dubái el viernes 1 de diciembre, la ‘Declaración sobre agricultura sostenible, sistemas alimentarios resilientes y acción climática’. Con ello los países firmantes se comprometen a incluir por primera vez la alimentación y la agricultura en sus planes nacionales para luchar contra el cambio climático y a aumentar su financiación. Y por otra parte, el 5 de diciembre fue el “Día Mundial del Suelo”, tema que no se abordó en la cumbre a pesar de que el suelo es el principal reservorio de carbono en la parte terrestre, tal como lo señala el Informe Técnico de la FAO desde el 2015 (Estado Mundial del Recurso Suelo), “A escala global, los suelos son el mayor reservorio terrestre de carbono y por lo tanto tienen una mayor influencia en la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Estimaciones globales del almacenamiento de COS-Carbono Orgánico del Suelo- han sido publicadas durante muchas décadas. El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (GICC) estimó el COS acumulado en el primer metro del suelo en 1,502 billones de toneladas. Las estimaciones mundiales actuales derivadas de la Base de Datos Armonizada de los Suelos del Mundo (BDASM) sugieren que aproximadamente 1,417 billones de toneladas de COS están almacenados en el primer metro de suelo y alrededor de 716 billones de toneladas de COS en los 30 cm superiores”.
No obstante lo anterior, la Degradación del Suelo fue responsable de aproximadamente 3.6-4.4 billones de toneladas de emisiones de CO2 entre los años 2000 y 2009 (UNCCD, 2019). Estudios recientes muestran que la gestión del carbono del suelo al revertir la degradación del suelo es el medio más rentable y prometedor de alto impacto para la mitigación y adaptación al cambio climático, mayor seguridad alimentaria y conservación de la biodiversidad.
En esta medida, no se puede sólo abordar la cuestión de la agricultura y por ende, la alimentación sin atender la problemática de la degradación del suelo, en tanto que, los factores causantes de dicha degradación del suelo abarca lo siguiente: prácticas insostenibles de uso del suelo, como el uso excesivo de fertilizantes químicos y monocultivos; deforestación y cambios en la cubierta vegetal y pérdida; erosión del suelo debido a malas prácticas de manejo del suelo, como el cultivo excesivo de suelos o el pastoreo excesivo; contaminación, especialmente la contaminación del suelo y el agua, causada principalmente por malas prácticas de gestión de residuos; cambio climático que disminuye la capacidad natural de recuperación del suelo y las actividades económicas internacionales, como las industrias extractivas (Naseer & Pandey, 2018).
Asimismo, las causas subyacentes de la degradación del suelo también pueden incluir, entre otras, la migración, la escasez de tierra y la pobreza que obligan a las personas a realizar prácticas de tierra insostenibles. Por ello, se considera que es posible que los marcos institucionales y políticas débiles no puedan hacer cumplir la administración y el uso adecuados de la tierra.
Bajo estas consideraciones, habrá que tomar en cuenta que el 33% de la superficie terrestre mundial está degradada (FAO, 2015). Y alrededor del 47 % de las tierras degradadas a nivel mundial son bosques; las tierras de cultivo representan aproximadamente el 18 % del total global de la tierra degradada (Bai. 2013). Alrededor de dos mil millones de personas y 1.9 mil millones de hectáreas de tierra se ven afectadas por la degradación del suelo a nivel mundial y se estima que la degradación del suelo le cuesta a la economía mundial entre $ 18-20 billones de dólares anuales (UNCCD, 2019).
En México, las prácticas agrícolas, el sobrepastoreo, la deforestación, la modificación del uso de suelo y el cambio climático han llevado a la degradación de al menos 45 por ciento del territorio nacional, apunta Blanca Lucía Prado Pano, investigadora del Instituto de Geología. Mientras que en el 2015, un funcionario de la FAO (Laure Delalande, oficial de programas) afirmó que “Más de la mitad de los suelos en México padece degradación, principalmente debido a actividades agrícolas y ganaderas”. En tanto El Instituto de Recursos Mundiales México, por sus siglas en inglés WRI, señaló en el 2023, que existe una degradación de suelo del planeta de 24 por ciento, es decir, casi una cuarta parte de la superficie terrestre, mientras que en México la situación se agrava, “puesto que el 50 por ciento del territorio son ecosistemas semidesiertos y los suelos tienen hasta 70 por ciento de degradación derivado de tres actividades: la agricultura, la ganadería y la construcción de zonas urbanas.”
En México se estima que son alrededor de 6 millones 560 mil 164 personas las que viven de actividades agrícolas y se cultivan 20.6 millones de hectáreas para la agricultura, más 108 millones de hectáreas que se dedican a la ganadería. Y s se incluye a las personas que trabajan en actividades relacionadas con el proceso de los productos del campo, se tendría que son 8.9 millones de personas dedicadas a la generación o transformación de bienes agropecuarios y pesqueros.
Además, México es uno de los 12 países más vulnerables al cambio climático y la agricultura es una de las actividades más vulnerables a ese “fenómeno”, tal como se ha visto en el presente año que la sequía afecto la producción de dos de los principales granos como el maíz y el frijol, y que en adición a lo anterior, quienes los padecen más son los grupos de escasos recursos, entre ellos los productores, que en su mayoría producen para el autoconsumo y con bajos niveles de productividad.
Las huellas del cambio climático las podemos observar en muchas situaciones: como en la alteración de las fronteras agrícolas; el estrés hídrico; el incremento de incendios forestales; la coexistencia de sequías severas con grandes inundaciones; la invasión de plagas a las zonas de cultivos y la alteración de los rendimientos de las cosechas; los cambios en la calidad nutricional de los cereales y afectaciones en la productividad de la actividad ganadera.
México es el doceavo mayor productor de alimentos en el mundo y décimo lugar mundial en la producción de ganadería primaria. Y tan sólo el año pasado, México exportó 50 mil 133 millones de dólares de productos agroalimentarios y consolidó su posición como principal proveedor de Estados Unidos, en frutas y verduras.
Entonces, existe un gran dilema pues por un lado se trata de incrementar productividad y por otro, reducir emisiones.
La solución son las medidas de adaptación para mejorar la capacidad y producir en una nueva realidad donde los patrones del clima serán erráticos, los costos serán más altos para los productores y eso traerá precios más altos para los consumidores, ya sin hablar de la erradicación del hambre en las condiciones que vendrán.
En los próximos años se dice que habrá nuevas limitaciones comerciales a los alimentos producidos sin cuidar la huella hídrica, pues en la actualidad se requiere de 15 mil 400 litros de agua para producir un kilo de carne de vacuno; 960 litros para un kilo de fruta y 320 litros para un kilo de hortalizas. Lo cual nos lleva, sin duda alguna, al desafío de reducir la vulnerabilidad a las sequías, pestes y enfermedades de las plantas.
No olvidamos a la competitividad, eficiencia y seguridad alimentaria que seguirán siendo mandatos, pero ello, significa otras cosas cuando el cambio climático entra en escena y padecemos de una enorme degradación del suelo.
Así como en la COP 28, se ha pasado por alto el suelo durante mucho tiempo. Sin embargo, los suelos son el fundamento para la producción de alimentos y la seguridad alimentaria, suministrando a las plantas nutrientes, agua y el soporte para sus raíces. Los suelos funcionan como el mayor filtro y tanque de almacenamiento de agua en la Tierra; contienen más carbono que toda la vegetación sobre la tierra, y por lo tanto regulan la emisión de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero; y hospedan una tremenda diversidad de organismos de importancia clave para procesos de ecosistemas.
Y si bien algunas formas de agricultura (agricultura sostenible, agricultura orgánica, agricultura regenerativa) son mejores que otras, eso no excluye la tarea pendiente de restaurar los suelos, de protegerlos y de contar con una legislación sobre el tema, además de asignarle el suficiente financiamiento para lograr cumplir dicha tarea.
Dentro de la jornada de esta semana se registró una protesta (5 de diciembre) de decenas de activistas concentrados en una avenida del espacio que acoge la Cumbre del Clima COP28, con lemas de “poner fin a los combustibles fósiles y de hacer que los países emisores paguen”, mientras que en otros países como España también hubo protestas.
En el mismo sentido, a pesar de los anuncios realizados en la cumbre climática de las Naciones Unidas, los científicos expresan su frustración. Y casi 1.500, firmaron una carta abierta instando al público a tomar medidas colectivas para evitar el colapso climático.