Muy pocas cosas se le deben agradecer a nuestro señor presidente en los últimos días, pero una de ellas, indudablemente, es su pública muestra de humildad al reconocer como aun quien se conduce ufano y orgulloso de su congruencia, por el mandato de sus principios, puede despojarse de ellos, hasta en lo esencial y mudar de opinión, cambiar de parecer y conducta y en una vuelta de 180 grados en la prédica y la práctica, marchar contra sus pasos previos –como los sabios hacen, según el viejo dicho–, para seguir en el mismo sentido de aquellos de quienes dice diferenciarse en la forma y en el fondo, porque ahora, cuando en la plenitud de esfuerzo por la Cuarta Transformación Nacional nos dice –tácitamente en el lenguaje de los hechos y los resultados–, cómo hasta Felipe Calderón estuvo en lo correcto cuando desplegaba a los militares por calles y poblados, para mal desempañar labores de seguridad pública, porque ahora él, ha dispuesto idéntico proceder para teñir de verde olivo las calles de la república ensangrentada, porque no se había dado cuenta antes del arduo camino por avanzar ni de las graves circunstancias en torno de la inseguridad nacional; es decir, en treinta o más años de recorrer la patria paso a paso y municipio por municipio, llegó a su tercera campaña presidencial, sin saber la hondura del problema, lo cual vino a comprender en sus exacta dimensiones de catástrofe al parecer incurable, apenas ahora, después de años y años de expresar como un palo tonto contra el avispero incontrolable y peligroso, después de insultar al comandante Botellas y tras prometer el retorno de los verdes a sus cuarteles, ahora es tiempo de confesar la mudanza, porque de seguro nunca es tarde para aprender, ni tampoco se hace de noche en el meritorio afán de entender, corregir, asumir como nuevas las estrategias del peor de sus adversarios, aunque aquí haya un oxímoron notable porque se ha prolongado la extracción de los militares de los cuarteles para ponerles el disfraz (o el uniforme) de una Guardia Nacional, cuya construcción era del todo innecesaria porque teníamos una buena Policía Federal, a pesar de las descalificaciones interesadas; mucho antes de proclamar la falsa disyuntiva entre los abrazos y los balazos, como si no hubiera otra forma de actuar, pero todo eso suena –y es– el vacío natural de los lemas de campaña, suficientes para persuadir incautos e ignorantes, variedad abundante en este país iletrado, confiado y de fácil convencimiento cuando se le ofrecen los espejismos del “pejismo”, los cuales llenan el espacio del vacío, y ayudan poco a una real y responsable estrategia de seguridad pública como nos hemos cansado de ver día con día en medio del reguero de muertos por todos los senderos de la dolorida patria, patria mía como hubiera dicho Margarito Suazo con todo y su bandera ensangrentada, pero esos son devaneos, lo importante ahora es comparar estas dos piezas cuyo texto ofrezco a continuación, mientras Chico Che canta, no somos iguales, ya no es lo mismo de antes…
“…”En este gran esfuerzo nacional, en el que ustedes están en la primera línea de batalla, lo que buscamos es detener el avance de la delincuencia”, dijo Felipe Calderón en 2007.
“…Sí, cambié de opinión (el Ejército en los cuarteles contra el Ejército en las calles, como antes, como cuando el garrotazo al avispero, etc), ya viendo el problema que me heredaron… ¿Cómo enfrentar el problema de la inseguridad?”, López Obrador, 6 de septiembre de 2022, Año de Flores Magón (y la congruencia).
Y la última pregunta es esta; ¿si desde los tiempos del neoliberalismo las cosas no mejoraron ¿por qué ahora –cuatro años después, tras el Damasco Militarista– vamos a creer en el éxito, si en estos cuatro años todo se ha agravado?