El éxito de El Juego del Calamar es que reproduce en condiciones extremas la realidad política y los dilemas personales que provoca nuestro actual tipo de convivencia, ahora, más que nunca, desgarrado. El capitalismo ha gestado una sociedad competitiva, que impulsa la superación laboral para participar en el mercado, lo que casi inevitablemente induce a la formación de personas egoístas; que trabajan y se desenvuelven con el propósito de que la vida gire alrededor de sus intereses particulares. “El verdadero egoísta es el que, afirma Ortega Gasset, en el fondo de sí mismo considera que no necesita de otro”.
La pandemia y los problemas ecológicos han inducido a formar seres humanos que luchan a brazo partido por conservar la vida de una manera personal, pero al mismo tiempo ya se toma conciencia que la sobre vivencia no es un asunto individual, que es necesario que nos cuidemos todos. Defendernos del virus y proteger al planeta de su calentamiento demanda nuestra participación solidaria como especie.
Ilustro con un ejemplo, en una ocasión estaba en la barra de una cantina, me hubiera gustado decir que en una biblioteca, pero no, era una cantina. Yo había escrito un artículo sobre la muerte y lo discutía con un amigo. Un parroquiano de mi lado me escuchó e intervino en la plática. Dijo, palabras más, palabras menos: “Tiene razón, la muerte es una canija, pero yo la quiero. ¿Sabe por qué? Por parejera”. Con la pandemia y los problemas ecológicos no hay nada más democrático que la muerte. No discrimina a ricos ni a pobres, ni a ignorantes ni a sabios, ni a jóvenes ni a viejos; agarra parejo, como diría el borrachito. En el Juego del Calamar observamos una verdad que empezamos a aceptar, la vida ya no es un naufragio con su conocido grito: “Sálvese quien pueda”. Eso hoy ya no tiene sentido. Todos necesitamos de todos.
En uno de los juegos se tiene que elegir a una pareja, nadie sabe cuál es el propósito y se decide por otra con quien tiene un gran afecto. Pero la sorpresa es que el juego requiere que uno necesariamente gane y la pareja deberá morir. Se realizan las peores trampas y las más degradantes traiciones de quienes se estimaban. Pero hay una pareja, en este caso de mujeres, que elabora una competencia confusa, se trata de que cada una describa por qué quiere ganar y qué haría con el dinero. En este caso han trabado una buena amistad, después de escuchar sus vidas y el destino que le darían al dinero, una de ellas le dice a la otra. “Yo seré quien debe morir”. La beneficiada se opone sin mucha vehemencia y le pregunta la causa de su decisión, ella responde: “Tú tienes más razones para vivir, tienes un hijo chico, una madre. Yo no tengo nada tan importante como eso”. La belleza del martirologio convencido. Yo me eché una lagrimita.
Regresemos a nuestra pregunta original: ¿Cuál es la razón principal para el éxito internacional de la serie? Místicos y filósofos consideran que existen tres líquidos sagrados en la vida: la leche, el semen y la sangre. Hay quienes opinan que el éxito es la terrible orgía de sangre, siempre escandalosa que salpica durante toda la trama. Me resisto a pensar que la mayoría de los de cerca doscientos millones de televidentes estén contagiados de un gusto vampírico. Mi opinión es que el éxito es observar la pasta humana en su terrible contraste: en la oscuridad de la parte execrable, mezquina ruin, miserable; en su grandeza, en su dignidad; personas que hacen honor al nombre y apellido de “homo sapiens”.
El mensaje es que esa es la mezcla de nuestra condición humana. En la parte física: uñas, pelos huesos; material de bisutería; en la espiritual: ideales, sueños, ilusiones; el privilegio de compartir el soplo divino. Pues sí, creo que yo, yo mismo, estoy hecho de esa parte sombría, mezquina y maligna, pero también de esa luz espiritual, de esa decencia y solidaridad con el prójimo. Espero nunca comprobarlo en esas situaciones límite. Si así sucediera, espero estar del lado luminoso y de la dignidad humana.