Ramón Márquez C.
II de tres partes
Con voz firme responde Tommie Smith a la pregunta nocturna de aquel reportero en el vestidor de CU: “Usé los zapatos cuando gané la medalla de oro, y me los quité como parte de la protesta. Los puse en el podio porque, durante mucho tiempo, me ayudaron a llegar hasta aquí. Eran tan importantes como los guantes y los calcetines negros”. Dice, sin decirlo, que esos zapatos significaron la “compensación” proporcionada por Puma que le permitió mantener a su esposa y a su hijo recién nacido durante… ¿Cuánto tiempo? En otras palabras, que lo hecho por los velocistas fue un abierto desafío a las autoridades olímpicas y a las reglas amateurs. Lo dice cuando Avery Brundage, presidente del COI y autócrata decidido, se proclama como defensor inflexible del amateurismo “razón de ser de nuestro deporte olímpico”. Así que, a partir de esa noche inolvidable el atletismo internacional se convierte en raíces que se engarzan con otras raíces, de las que emergen nuevas raíces y todas dejan amargos sinsabores …
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Carlos y Smith eran las estrellas del equipo atlético de la Universidad Estatal de San José. En octubre de 1967 fueron los primeros miembros del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos –OPHR, por sus siglas en inglés-, fundado por Harry Edwards, profesor del departamento de Sociología. Objetivo: protestar contra la segregación racial en el mundo, y el racismo en los deportes. En ese año, la OPHR forzó la cancelación de un juego de futbol americano universitario, y logró garantías de igualdad de vivienda en San José. Después boicoteó una competencia atlética en el Madison Square Garden, clave para formar al equipo olímpico. Eso obligó al poderoso New York Athletic Club a finalizar a su política discriminatoria, que negaba la membresía a judíos y afroamericanos, pero que se beneficiaba de su destreza atlética. Animada por esos éxitos, y cuando Edwards se convirtió en profeta y líder nacional, la OPHR invadió al escenario global: el 19 de enero de 1968, y en una conferencia de prensa en la que le acompañó Martin Luther King, redactó un documento con seis demandas. Las más importantes: la restauración y el derecho a boxear de Muhammad Alí; la incorporación de dos entrenadores negros al equipo masculino de atletismo olímpico, y la remoción, como presidente del COI, de Avery Brundage, siniestro personaje racista y antisemita. La historia universal del deporte lo señala: como presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos, cedió a las solicitudes alemanas de que Jesse Owens no fuese presentado a Adolph Hitler en los JO de Berlín 1936. No tuvo éxito, pero sí en una segunda petición: excluir a dos velocistas judíos en el equipo de relevos 4×100. En abril, setenta y cinco deportistas negros, entre ellos los estelares preolímpicos John Carlos, Tommie Smith, Lee Evans y Vince Matthews, además de Jackie Robinson -primer pelotero negro en Ligas
Mayores-, el tenista Arthur Ashe, el basquetbolista Will Chamberlain y el beisbolista Rubén Amaro-, se unen al boicot si Sudáfrica no es retirada de los juegos de México, y firman una carta-compromiso. La respuesta de Brundage es la respuesta del tirano: “los atletas que así se manifiesten serán enviados a casa, y excluidos de la olimpiada”. De las seis demandas iniciales, sólo se cumple la incorporación de dos entrenadores en el equipo preolímpico de atletismo; la remoción de Sudáfrica se dio después de una intensa lucha de la diplomacia olímpica de muchas naciones –toda África había anunciado que se retiraría antes que competir al lado de los amos del apartheid-. “Esos cabrones aquí no entran”, habría dicho el presidente Díaz Ordaz al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizador de los juegos de la XIX Olimpiada. El arquitecto viaja muchas millas aéreas, se entrevista con infinidad de dirigentes deportivos, reyes y presidentes, y rescata el evento cuatrianual. Pero persiste la amenaza de boicot. Y así, entre ese panorama nebuloso, los atletas yanquis que esperan llegar a México dedican dos meses y medio, a partir del 29 de agosto, a las pruebas olímpicas varoniles de pista y campo. La fase primera en Los Ángeles y la final en el sendero Echo Sumitt –California-, cuya altitud de casi dos mil 250 metros es similar a la de la ciudad de México. Nacían, en ese entonces, las pistas de tartán para el olimpismo. En México –estadio de CU- se construyó una; la segunda, temporal, en el estacionamiento de la zona de esquí en Neberhom, a ocho kilómetros de Echo Sumitt.
La novedad revive la batalla mortal -ahora entre ellos y sus respectivos hijos- de los hermanos alemanes Rudolf –Rudi-y Adolf –Adi- Dassler. Nacidos en la agonía del siglo XIX, de su padre heredaron la vocación de fabricar accesorios deportivos, especialmente zapatos de atletismo, y en 1923 fundaron la fábrica Geda. Obsesionado con la idea de incrementar el agarre de su calzado a la pista, Adi –hermano menor- inventó los spikes –cuatro clavos de seis pulgadas en la suela-. En los JO de Berlín 1936, él y Rudi obsequiaron un par al velocista de color Jesse Owens. “Pruébalos. Tal vez te acomoden”. Lo hizo Jesse –que en las noches solía visitar a los atletas mexicanos para escucharlos cantar música vernácula-. Sí. Bastante cómodos. Tanto, que con ellos voló a la conquista de cuatro medallas de oro. Dos años después, los hermanos vendieron 200 mil pares en todo el orbe. Pero, a principios de los años 40, las esposas, que se odiaban a muerte, provocaron la ruptura de las familias. En 1948 se produjo la comercial, y los hermanos se convirtieron Caín y Abel del Siglo XX. Adi jugó con nombre y apellido y fundó Adidas: -Adi-Das(sler)-. Rudi dio vida a Puma…
Ahora, Horst -hijo de Adi- y Armin –hijo de Rudi-, al frente de las compañías de sus padres, no sólo venden zapatos. Para poder hacerlo, compran. Compran conciencias. En tiempos en que los atletas son aficionados sin gestión profesional ni contratos de patrocinio, representantes de Puma y Adidas se presentan con maletas llenas de efectivo. Ya no sólo les regalan zapatos, sino que los atrapan con sumas iniciales de diez mil dólares. Los olímpicos recibirán, además, cinco mil 500. Esta nueva norma marca el inicio de un nuevo y sucio marketing deportivo: capitalismo desquiciado y creciente corrupción.