La política ha vuelto a ser escenario de personalismos marcados, ejemplificados por Donald Trump en Estados Unidos y López Obrador en México. A sus seguidores parece importarles poco el partido al que pertenecen estos líderes; su fidelidad persiste a pesar de controversias o el desempeño tangible de sus gobiernos. Esta lealtad, anclada en la identificación con ciertos valores o promesas, se mantiene firme incluso frente a críticas o fallos en su gestión. En un ambiente cada vez más polarizado por discursos de “estás conmigo o contra mí”, la política se convierte en un terreno de división emocional más que de análisis objetivo.
Aquellos en el extremo opuesto de la polarización política pueden mostrar una predisposición a rechazar cualquier iniciativa, logro o política implementada por el gobierno actual, buscando justificaciones para votar en contra, sin importar las evidencias de progreso o éxito. Este comportamiento subraya cómo la polarización puede conducir a una especie de “ceguera partidista”, donde la afinidad ideológica eclipsa la capacidad de reconocer los méritos o fallas de manera objetiva. Habrá quiénes sigan defendiendo que el Tren Maya fue un acierto, y quiénes por otro lado, no reconozcan que López Obrador ha mejorado la situación de pobreza de muchos.
En medio de la polarización, aquellos votantes que no se casan con los extremos cobran un papel esencial. Este grupo, ni estrictamente a un lado ni al otro, se guía más por lo que viven día a día que por las ideologías fijas. Por ejemplo, si una familia enfrenta dificultades para acceder a medicamentos esenciales, resultando en tragedia, seguramente votará en contra del gobierno actual. En contraste, aquellos, sin problemas de salud, que han encontrado empleo o han visto mejoras en sus ingresos bajo el mismo gobierno estarán inclinados a apoyar su continuidad, atribuyendo directamente su bienestar personal a las acciones políticas implementadas. La balanza se inclina según vean su propia vida mejorar o empeorar, con un ojo en sus experiencias y otro en el panorama general.
La decisión de voto de este grupo de ciudadanos está más abierta a ser influenciada por la evaluación de las políticas, los resultados y las propuestas específicas de los candidatos. La tendencia a creer que las situaciones mejorarán (en este caso, la esperanza de que el gobierno actual resolverá problemas pendientes, como la escasez de medicinas en el futuro) también puede influir en la decisión de voto. Esto puede verse alimentado por promesas electorales, campañas de imagen y, la percepción de estabilidad o mejora económica personal.
Por lo tanto, en un escenario electoral marcado por la polarización, son estos votantes los que potencialmente pueden inclinar la balanza hacia un lado u otro. Sin embargo, puede existir circunstancias que afectan de manera uniforme a amplios sectores de la población. A este tipo de eventos, algunos estudiosos les llaman “cisnes negros” o “sorpresas de octubre”, y pueden afectar a ricos y pobres, polarizados, moderados e indecisos, al mismo tiempo. Todos tienen el potencial de unirse a la comunidad en un clamor por el cambio. Esto se puede convertir en un catalizador para el descontento colectivo, impulsando a los votantes hacia opciones alternativas en busca de soluciones. Con las redes sociales, esto se amplifica, convertidas en verdaderos campos de batalla electoral, capaces de voltear la mesa con un simple viral. Un “cisne negro”, ese evento inesperado que nadie ve venir, puede surgir de un retweet o un video compartido, cambiando por completo la narrativa de las elecciones. En esta era de instantaneidad, un momento capturado en Instagram o un hashtag viral en Twitter pueden definir la opinión pública casi de la noche a la mañana. De esto y las sorpresas de octubre hablaré en mi próxima entrega.