Algún placer morboso es el que mueve a un mandatario como López Obrador a burlarse sarcásticamente de sus opositores y convertir lo que debiera ser un acto republicano de información a los ciudadanos, en un escenario para chistoretes y descalificaciones para quienes considera sus adversarios.
Lo que debiera ser un ejercicio serio de comunicación gubernamental ha sido convertido en un instrumento de propaganda con muy bajo nivel de contenido, sin aportar respuestas serias a cuestionamientos legítimos y pertinentes cuando estos llegan a presentarse.
En los medios impresos y electrónicos se han expresado cientos de comentarios que al poner en entredicho la viabilidad de los proyectos emblemáticos de la administración, o los daños que estos ocasionan, tanto al erario como al medio ambiente, merecen de inmediato la descalificación del crítico y una filípica sobre la pugna entre liberales y conservadores, nunca un argumento técnico o científico que contradiga la opinión. La palabra presidencial se ha vuelto dogma y un acto de fe para sus seguidores y empleados que acatan, servilmente, no solo las instrucciones sino también hasta las insinuaciones.
No es criticable la obediencia, sino la evidente renuncia a convicciones antaño enarboladas con pasión en contra del régimen, convertidas hoy en contradicción. El autoritarismo, el abuso del poder, la imposición en el Congreso que seis años atrás censuraban y condenaban, las voces que apasionadas se escuchaban en todos los foros atacando el presidencialismo, hoy son abyectos susurros tolerando y aplaudiendo lo que antes aborrecían. Signos son de los tiempos políticos que vivimos, con una clase política hecha al calor de las componendas y complicidades sin un compromiso ético con la población que dicen representar.
Es hipocresía pura poner en el centro del discurso primero a los pobres cuando a la vez se cancelan las vías institucionales de asistencia y seguridad social que deberían atenderlos con suficiencia y calidad, para sustituirlas por dádivas con evidente propósito clientelar y de rentabilidad electoral, pero no hay una explicación acerca del fracaso de las políticas y programas que habrían de mejorar la calidad de vida de los pobres, solo lecciones de historia para significar y justificar su fracaso en la reacción de conservadores y adversarios.
Ante problemas de carácter internacional como las diferencias en la aplicación de las reglas del TMEC, la burla y el chistorete del “uy que miedo” seguido al ritmo de Chicoché. Sin embargo, una de las mayores burlas ha sido el crear una sección denominada, Quien es quien en las mentiras de la semana, en donde se han expresado aberraciones tales como decir que una afirmación publicada no es mentira pero no es verdad para referirse o negar un reporte sobre corrupción seriamente realizado. Creada para responder a las opiniones críticas dicha sección es una burla permanente muy alejada de la seriedad que debiera tener de acuerdo a la investidura presidencial que tanto ha dicho el presidente que protege.
Más que un instrumento de comunicación con la ciudadanía, la conferencia matutina es un monumento al bullying, que es el nombre que se le ha dado a la práctica del acoso, abuso o maltrato escolar, llevado ahora a la forma más rupestre de hacer política, más al tenor de una asamblea de CCH o preparatoria, que de una asamblea nacional. Fuera de este matutino desahogo, en la práctica diaria también se da un sistemático acoso y amedrentación a los opositores, incluso como en pandilla, Secretario de gobernación, fiscales y gobernadoras, todos en concierto para someter, acobardar e intimidar, entre bromas y veras.
Uno de los mejores chistes, si no fuera tan grotesco es el ya famoso Martes del Jaguar que la gobernadora de Campeche maneja como un talk show, secundado por una gira itinerante del secretario de Gobernación abriendo riñas con gobernadores o celebrando que en el Sureste son más inteligentes porque trabajan menos. Ese es el nivel de la discusión política nacional. Así se ha rebajado lo que debiera ser ejemplo de gobernanza ética y responsable, en un marco dialéctico correspondiente a la madurez de una sociedad plural como la mexicana.
En su abono debemos acreditar que como instrumento de propaganda electoral ha resultado exitoso, aunque ello haya significado polarizar al país a niveles nunca vistos. Se ufanan de la popularidad adquirida y sostenida, negándose en una miopía selectiva, a ver los otros indicadores que no hablan de una relación de 60% contra 40 de aprobación, sino de varios 49 – 51.
Minimizar en el discurso y disimular la preocupación con la burla o el chistorete, no son suficientes para esconder la real preocupación que les lleva a pretender controlar desde el poder el proceso electoral, o que los impulsa a imponer la presencia militar en la vida civil para que no pueda la sociedad revertir los daños estructurales, causados por el gobierno de ocurrencias, en campaña permanente que padecemos.
Saben, conocen la falta de profundidad de su pretendida transformación y conocen también el poder de la sociedad civil para cambiar con y por las instituciones un gobierno superficial e inmediatista. Transformar destruyendo no es un chiste, no es gracioso.