Octavio Paz y las caritas sonrientes de la huasteca veracruzana: “La risa sacude al universo, lo pone fuera de sí, revela sus entrañas. La risa terrible es manifestación divina. Como el sacrifico, la risa niega el trabajo. Y no sólo porque es una interrupción de la tarea sino porque pone en tela de juicio su serenidad”. A la cinta de G. Iñárritu, Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades hay que verla como expresión del arte de sonreír: a pesar del éxito o fracaso, a pesar de la familia o la soledad, a pesar de la envidia o el dudoso aplauso, a pesar de la fiesta colectiva o la intimidad donde dos edifican su mundo. A pesar de la vida y su realidad la sonrisa es un antídoto para curar heridas.
Porque al arte hay que verlo sin explicaciones. Una mente creativa procesa imágenes: un ente humano sobrevuela el desierto; cuerpos inertes en una ciudad, tirados en calles solitarias donde nadie oye; Hernán Cortés en el Zócalo sobre una pirámide de muertos que la historia arrojó; los sueños del migrante que cruza caminos para una mejor vida: ruidos del exilio que no deja de existir; la fiesta y el baile de la noche que perturba oídos hasta hacernos sangrar y reclama espacios solitarios para que el ruido ese aquiete, sonría ante el murmullo de gente que somos los otros, nosotros: los de siempre ante un espejo…
G. Iñárritu es un triunfador que no está en paz porque la soledad lo hiere y lo empuja a inventar universos para encontrar solaz, alejado de una realidad cruel, inhóspita. Crea cine para soñar instalaciones sonoras donde puede encontrarse con su padre, con su madre, con su esposa y sus hijos. Nadie de ellos es feliz pero sonríen. La vida por un instante de felicidad. Otra vez Octavio Paz: “Los mexicanos viven con la cabeza en la tierra”, no pueden ser sin México en su cráneo. Bardo es un país donde su rompecabezas no ha terminado por construirse. Donde clasismo, racismo, desigualdad y pobreza confrontan cada paso. Somos laberinto de soledades entre muchedumbre.
La “falsa crónica de unas cuantas verdades” es un golpe al estómago que nos hace sonreír, porque a la vida sigue su metaverso: Fellini y Buñuel estarían con una sonrisa en los labios, aunque sea una mueca de hastío.