Nada que rescatar. Nada que analizar. El fútbol mexicano se ha convertido en una especie de ciclo vacío, donde los mismos errores se repiten y los mismos jugadores y aficionados se desgastan en un desfile sin gloria. Los dos partidos en Sudamérica son la muestra más clara de lo que estamos viviendo: un espectáculo barato, sin sustancia, sin emoción, sin historia. Lo que antes era un momento esperado con ansias, un cruce de destinos y sueños, hoy es solo un trámite sin alma. Un “amistoso” que no es más que un disfraz para una gira sin rumbo ni propósito.
Y así, la selección mexicana arrastra su corto legado como quien arrastra un saco roto por las calles, vacío de contenido y significado. Se pasea por los estadios de Sudamérica, esa tierra, cuna de los mejores futbolistas de la historia, con una camiseta verde que ya no tiene peso y probablemente, ni significado. Nada resplandece, ni el fútbol, ni los jugadores, ni los partidos. Es la era del abaratamiento. La selección se ha vuelto un lugar donde cualquiera, incluso sin trayectoria, puede llegar a vestir la camiseta sin haber demostrado nada. No hay historia, no hay memoria. Solo nombres que suenan y se disuelven como humo en el viento.
Los partidos contra equipos sudamericanos, en teoría tan prestigiosos, no dejaron nada que analizar. Si nos detenemos a pensar, ¿qué podemos decir sobre ellos? Que México estuvo ahí, corriendo detrás de un balón, como quien va al supermercado sin saber exactamente lo que busca, pero con la certeza de que, al final, no traerá nada que valga la pena. Son partidos donde el orden se pierde, donde las jugadas no tienen creatividad, donde la táctica se disuelve como si no hubiera espacio para la ambición. Nada que rescatar. Nada que analizar. Es un fútbol barato, que no se distingue por la calidad, sino por la cantidad de jugadores que, sin tener una historia o un talento destacado, se suben al tren de la selección como si fuera el destino de todos.
¿Qué fue lo que vimos? Un equipo sin magia, sin chispa, sin la emoción que debería provocar el representar a un país con cierta tradición futbolística. La camiseta verde se ha vuelto un estandarte que ya no dice nada, que ya no arrastra corazones, porque ¿quién, hoy en día, siente orgullo de ver a esos jugadores, a esos nombres que se quedan vacíos en la historia? Qué barato es llegar ahora a la selección mexicana, como si fuera una invitación a una fiesta sin exclusividad, sin esa mística que alguna vez tuvo.
Y es que, al final, no se trata solo de los partidos ni de los rivales. El verdadero problema está en eso, en el abaratamiento de la selección misma, en la reducción del fútbol mexicano a una especie de mercadillo, de tianguis donde cualquier jugador puede ser convocado sin haber demostrado ser digno de ese honor. La camiseta verde se ha transformado en algo que puedes alcanzar sin necesidad de dejar huella, sin haber jugado en la élite, sin haber sido parte de una historia que contar. Un jugador más, una estrella fugaz que jamás quedará en la memoria colectiva.
Hoy el fútbol mexicano es barato. Muy barato. Y no se trata solo de la calidad de los partidos o de los rivales de turno. Se trata de un abaratamiento profundo, casi imperceptible, pero que está ahí, arrastrando la esencia misma de lo que significa representar a México en el fútbol. Qué barato es hoy vestir la camiseta verde. Qué barato es representar a México en el fútbol. Un equipo que, de tanto abaratamiento, ya no es capaz de conmover. De nada sirve el dinero de la gira, las luces de los estadios sudamericanos, ni los viajes largos si, al final, lo que hay en el campo es un equipo sin alma, sin historia y sobre todo, sin futuro.
Nada que rescatar. Nada que analizar. Barato, muy barato todo.