Por: Mario Arturo Ramos
La nave del olvido” comp. Dino Ramos
Mil novecientos setenta y tres, fue año de abrazos, de apretones de mano, de muestras de cercanía social en un mundo individualizado; nadie sabía de la “sana distancia”, del confinamiento como medicina social, del final de la Guerra de Vietnam y la invasión norteamericana, fue año de baladas. El género se apoderó de los sentimientos sonoros de: autores/compositores, ejecutantes e intérpretes, de la industria del espectáculo- medios de difusión, compañías disqueras, televisoras, empresarios, productores, representantes, tal y tal… de los que -buscaban- trabajaban el éxito de ventas de acetatos, el “hit” convertido en filón de ganancias que encontraron en la expresión musical un eslabón importante en el romanticismo latinoamericano. La tradición cancioneril continuaba produciendo obras que se interpretaban en todos los escenarios posibles, construyendo ídolos en casi todos los rumbos del mundo. En México José José construía su leyenda.
“Cuidado mucho cuidado…” Cuidado, comp. Chico Novaro
La marquesina del Teatro Blanquita anunciaba a toda luz la presencia de Jose Rómulo Sosa Ortiz- José José-, el nombre del cantor nacido en la ciudad de México, el 17 de febrero de 1948, y que se despidió físicamente del mundo el 28 de septiembre del año pasado, convocaba a enamorados y no tan, a disfrutar de la calidad vocal e interpretativa del joven de la Colonia Clavería, enmarcadas en un espléndido trabajo orquestal bajo la dirección de Mario Patrón Ibarra.
La grabación por Sosa Ortiz de “Hasta que vuelvas”, y “Déjame volver” de mi autoría, ambos temas con música de Felipe Bojalil Garza, me permitió asistir a los ensayos en el estudio del arreglista y director musical de la producción, Eduardo Magallanes, el músico francés Jean Poll y, ser invitado a asistir a una función del legendario escenario musical a escuchar en vivo, a todo sonido las interpretaciones de los temas. El teatro se encontraba pletórico de hombres y mujeres jóvenes que desde temprano habían hecho fila para ingresar al recinto administrado por Margo Su. Por una de las puertas laterales, entré con el entusiasmo del autor que sabe que su trabajo se encontraba en una de las mejores voces de todos los tiempos de la canción popular mexicana y, que su comunicación con el público era nítida, profunda, como el sentimiento que el Príncipe le ponía a cada una de las canciones que interpretaba.
Al llegar a los camerinos me recibió con una sonrisa y con su habitual saludo de “llegó el poeta de la tierra de mi padre”; un actor cómico abría la función nocturna con chistes viejos pero sabrosos. Mientas concluía la rutina del “chistoso”, platicamos de los resultados de la promoción radiofónica de “Hasta que vuelvas” que también era promovida en la voz de otro inolvidable cantor, Gualberto Castro. A la amistosa charla se unieron mi “tocayito” Patrón y Gonzalo su hermano, que en esos ayeres era su asistente, acompañante, ejecutivo v- ve trae esto-. Salió a la plática Ignacio González Murillo, músico, compositor yucateco y su primer director artístico, con el que saltó a la fama con el disco “Cuidado”, Nacho murió este año y al despedirlo en la soledad del silencio pensé en su trabajo con el ídolo.
“Pido un aplauso para el amor…” Ya lo pasado, pasado…comp. Juan Gabriel
El maestro de ceremonia o anunciador lo llamó a escena; la ovación de los asistentes no se hizo esperar cuando las luces del escenario lo bañaron con la misma gentileza que se recibe al hijo pródigo, cuando retorna a casa. 30 minutos de canto y el público eufórico pedía más; gentilmente el cantante los complació con otras tres obras, entre las que incluyó “Déjame Volver”. Al término de la actuación una larga fila de “fans” esperaba por una foto, un autógrafo o simplemente saludarlo. Mi amiga la “Kiki” Herrera Calles que en esos tiempos era su esposa, lo apremiaba porque una espléndida cena nos esperaba. José con la humildad que sólo tienen los grandes cantantes que han conquistado los corazones, señaló que primero los seguidores y después de la reunió social, con un discreto mohín la Calles aceptó y al final de larga espera, salimos al restaurante “Noche y día” donde los integrantes de la farándula después de las actuaciones tomaban la deliciosa comida árabe que servía el comedero; un nuevo invitado lo acompañaba, un jovencito que desde temprano llegó al teatro a conocer y disfrutar de la voz inolvidable del hijo del cantor queretano José Sosa. Al presentarlo sólo dijo, me da gusto venir con Claudio- así se llamaba el recién integrado- de esta manera rindo homenaje a los anónimos, los que con su afecto, aplausos y pago de entrada nos permiten seguir el camino. Claudio en silencio observaba la escena con los ojos bien abiertos y José de vez en vez le daba una palmada en los hombros en señal de amistad, que significa el respeto que siempre otorgó a sus seguidores.
La mañana del 29 de septiembre pasado me encontraba en Ensenada B.C., trabajando para el Festival de Octubre, organizado por la Secretaría de Cultura del Estado, el celular empezó a repiquetear con tenacidad, de mala gana contesté, era muy temprano, la diferencia de dos horas con el horario de la capital del país permitió que los primeros rayos del nuevo día vencieran a la neblina del puerto. Al contestar me avisaron del fallecimiento en Miami de José José, a mi memoria regreso de forma transparente anécdotas y vivencias que pasé a su lado, junto a Mario Patrón, Eduardo Magallanes, y la “Kiki”, como olvidar la última vez que lo vi en el Teatro Silvia Pinal de la calle de Versalles en la colonia Juárez, se había apagado su voz pero no su carisma, había dejado en la vida y los escenarios su pasión por el canto que como vaso comunicante formó un puente que hasta la fecha continua entre cancionista y melómanos.
Ya paso un año de su partida, la controversia familiar por su final ha ocupado páginas y horas en noticiaros de espectáculos opacando en gran parte el impacto de su fallecimiento que caló hondo entre los amorosos que cantan, yo lo recuerdo con su gentil bohemia, con la caballerosidad con la que trató a propios y extraños; con su incomparable voz y cualidades de intérprete. Lo recuerdo y lo sigo admirando como aquel año de 1973, donde una noche en escenario del “Blanquita” aplaudí y aplaudí su actuación como uno más de los que se impactaron con su trabajo de cantor.
Cuarenta y siete años después “Hasta que vuelvas” y “Déjame volver” siguen en el repertorio discográfico del Príncipe y como comprenderán José José anida para siempre en mi memoria. Lo extrañamos, lo recordamos, y por medio de la tecnología lo seguimos disfrutando.