GOTA A GOTA
Con su habitual pereza intelectual, AMLO ha desempolvado la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, escrita hace tres cuartos de siglo, y varios sentidos –ya lo dicho en esta columna– anacrónica, como ese cruzar de brazos en pleno balcón de Palacio Nacional, una señal masónica al grito de ‘Viva la fraternidad Universal’.
De la Cartilla suscribo la urbanidad, la cortesía, la solidaridad, el respeto al otro. Pero no por recomendación de ese texto, sino porque he tratado que me acompañen esas virtudes a lo largo de mi vida. Pero más allá de lo personal la Cartilla servirá para muy poco. Pues que si consideramos que el educar comienza con predicar ejemplo en mano, el tabasqueño da muestra de todo lo contrario al sentido de la homilía Alfonsina: ¿Será que para él no aplica tal discurso edificante, que por ser quien es, dueño y señor de México, se permite declararlo letra muerta, leña para el fuego? Cada comparecencia matutina es un granero de denuestos: sus adversarios son corruptos, farsantes, conservadores, manipuladores.
Lejos de un Jefe de Estado que busca la paz, declara la guerra por doquier. Me pregunto cuántos críticos de su mal llamada 4 T han puesto a dormir su pluma por temor al nuevo ‘Santo Oficio’. Los Loret de Mola, padre e hijo, Carlos Elizondo, Raúl Sarmiento…
La Cartilla es sólo un simulacro pacificador, un inútil gesto que el otrora líder laico y hoy aprendiz de teólogo iracundo, tal Calvino, abona en una patria manchada por la sangre que a diario se derrama en el cuerpo de sus hijos. Líquido sacrificial como los de tiempos aquellos, que imaginábamos haber dejado atrás para siempre.
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Sufragio efectivo, no reelección. Respeto a la división de poderes y a los ciudadanos. Sí a la vida y a la libertad de expresión.