GOTA A GOTA
Durante los años que dediqué al servicio público, me acostumbré a esa palabra: austeridad. Pues cuántas veces se me negó recurso humano o material. Incontables. Hasta que aprendí a conformarme con aquello que disponía. Pero, ¿qué es lo austero? Lo reducido a lo necesario, a lo alejado de superfluo. ¿Y qué es la necesidad? Salvo la muerte o lo esencial para la vida como la planta que necesita la tierra y el agua, o el niño a sus padres, lo demás es siempre relativo: depende del tiempo y el espacio. Y que es la austeridad republicana que a diario, incansable, repite el efímero huésped de Palacio Nacional. Recientemente, ese lengualarga nos ha dado una pista: “si tienes un par de zapatos, ¿para qué quieres otros?; si tienes un auto modesto, ¿para qué uno de lujo?” ¿Qué república está imaginando este alucinado personaje? Tal vez en la república popular China de la era de Mao en la que cada ciudadano tenía derecho a un par de zapatos y dos overoles. De ser así, ¿por qué no pone el ejemplo? ¿No le bastaría un trajecito encorbatado para lucir deslumbrante en sus mañaneras? Al parecer, no. Pues él, por ser quien es, el que manda, se cuece aparte. Ahí está la variedad de sus atuendos para echarnos en cara la excepcionalidad de sus sedas. Aunque mono vestido de seda…
Pero, curiosamente, la austeridad tiene un envés: el derroche, amargo fruto del capricho. El aeropuerto de Texcoco, el avión presidencial, el tren maya, la refinería, las dádivas clientelares. Miles de millones a la basura. Y mientras esto ocurre, médicos y enfermeras que atienden a los pacientes del Covid-19, se quejan de su indefensión: uno de ellos, precisamente, lo he visto sostener un respirador manual durante varias horas, hasta quedar exhausto. Heroica vulnerabilidad. Y mientras ese señor pretende continuar sus giras, las muertes se multiplican. O bien se da el lujo de declarar como “municipios de la esperanza” (¡vaya estupidez!) a aquellos donde no ha habido contagios, sin tomar en cuenta el altísimo riesgo en el que están, entre otras causas por el hacinamiento en el que viven sus habitantes.
¿Pagará el vástago de Macuspana su frivolidad e incompetencia? Ya lo sabremos. Por lo pronto, está bien. Que salga, que grite. Aunque bien sabemos que “el grito es el alma de los cobardes”.