GOTA A GOTA
Durante su campaña, el entonces candidato a la presidencia de la República, López Obrador declaró a un grupo de periodistas que su movimiento ‘era el más grande del mundo’. Nunca aclaró en comparación con cuál otro. Tal vez se refería a una comunidad de alienígenas, sólo entrevista en su imaginación. Un alarde megalomaniaco, que, ya como presidente, confirma en los templetes que ocupa, ya en Palacio Nacional, ya en las plazas públicas, cajas de resonancia de sus quejas, amarguras, frustraciones y, por qué negarlo, promesas cumplidas a sus clientelas. Templetes donde él, endiosado ya, se mueve a sus anchas, adorado y temido. En contraste, fuera de esos confines, muestra la otra cara, la de esa timidez pueblerina de quien habla mal el castellano, parece aborrecer el aliño: trajes descuidados, zapatos sucios, cabello despeinado; todo eso que le impide asistir, por lo pronto a Osaka, Japón, donde se reunirá el grupo de los G20, ahí donde los líderes mundiales hablan dos, tres o más lenguas. Y sobre todo, tienen algo que decir y aprender de los demás acerca del mundo real.
En este sentido, el tabasqueño hace bien en no asistir. ¿Pues qué caso tendría exhibir su insignificancia, ahí donde no cabe aquello de que ‘yo tengo otros datos’? Hace bien, porque, como diría mi madre ‘carece de prestancia’, porque el conducirse como Jefe de Estado no es lo suyo. Alabo su recato, su resistencia a la tentación de singularizarse en esos ámbitos que no le pertenecen. Porque en esas lejanas tierras no cuentan la popularidad ni el aplauso ni la gratitud clientelar. Y le concedo la razón: la mejor política exterior es ocuparse de lo interior. Y vaya que tiene mil cosas que atender aquí, donde, a pesar de su dicho de que ‘vamos bien’, este país se deshace entre sus manos: violencia creciente, desabasto de medicinas, renuncia de altos funcionarios, enredos con la prensa…
* * *
Sufragio efectivo, no reelección. Respeto a la división de poderes. Sí a la vida y a la libertad de expresión.