Según mi diccionario favorito, el de María Moliner, aspiración es un deseo o anhelo de conseguir cierta situación o la realización de algo, o también una tendencia espiritual hacia algo. Aspiración al bien. En realidad la mayoría de los seres humanos aspiramos a algo: una buena educación para los hijos, apoyar nobles causas, a mejorar nuestra calidad de vida, incluso a aprender a vivir con dignidad nuestra vejez.
En cambio, el aspiracionismo es un neologismo, digámoslo así, que emplea el más alto mandatario de la Nación en su desprecio, en su odio a las clases medias que disienten de su ‘proyecto transformador’, de sus supuestos adversarios, de los que no piensan como él, dueño único de la verdad. El aspiracionismo, pues, tiene un sentido peyorativo y un tanto perverso. La multitud que marchó en favor del INE, para fortalecer la democracia ¿llevarán este tipo de acciones, contrario al espíritu democrático dado que la reforma electoral es para él, encarnación de la democracia, es la verdadera senda para acabar ‘de una vez y para siempre’ la corrupción de los comicios?
Incapaz de verse en un espejo, AMLO no admitiría jamás que es él, el primer aspiracionista de México. ¿O miento si afirmo que su denodada lucha por ocupar la silla presidencial dibuja ese torcido y desmesurado de un simple aspirar a algo? ¿A ese bien que cualquier ciudadano de pie sueña para sí, para su familia, para la colectividad? ¿O más allá de sus proyectos caprichosos, de sus dadivas con fines ha hecho algo por esta nación cada vez más empobrecida y violenta? ¿o aspirar al bien consiste frenar el avance civilizatorio que es el respeto a la pluralidad, la tolerancia, el firme combate al crimen organizado? Digo que no una y mil veces.
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¿Cómo entender a un hombre que predica la austeridad republicana cuando él vive en un palacio, atendido por sinnúmero de sirvientes y dilapida los recursos del erario público en sus muy manudo frívolas ‘mañaneras’ o en sus giras sin trascendencia alguna?.