La palabra resiliencia es un préstamo de la Física a la Psicología. En Física es una cualidad de ciertos materiales de volver a la situación anterior después de un cambio provocado por una fuerza, por ejemplo, una liga es resiliente porque después de ser estirada vuelve a su situación anterior, el vidrio no es resiliente porque si recibe una fuerza o un golpe, se rompe. La esponja es resiliente porque, aunque se le oprima, vuelve a su posición original.
En Psicología significa sobreponerse a momentos críticos y adaptarse luego de experimentar alguna situación inusual e inesperada que para algunos sería traumática, el resiliente reacciona con fuerza para superar ese trauma. Este concepto, trasladado a la política, es la capacidad de sobreponerse a todos los ataques, argucias, patadas por debajo de la mesa, para intentar acabar con el enemigo al que consideran frágil, pero éste logra demostrar que tiene una fortaleza inesperada, un carácter y un temple desconocidos hasta entonces.
El resiliente no se encierra en la autocompasión, no se queda en la rumiación de su desgracia por haber sido atacado o golpeado, al contrario, resurge después de cada ataque cada vez con más fuerza. Es más que lo que significaba aquella frase célebre de Jesús Reyes Heroles, el viejo líder e ideólogo del PRI: “Lo que resiste, apoya”. El resiliente no solamente acaba apoyado, comienza por construir una fuerza interna más poderosa, crea los canales sinápticos para responder con más eficacia a la agresión. Aprovecha mejor las oportunidades que le brinda la adversidad para ser mejor contendiente. Por eso me encanta aquella frase de Freud: “Soy afortunado porque nada me ha sido fácil”.
El ejemplo que me viene a la cabeza, que es icónico de la resiliencia política, es Nelson Mandela. Después de haber sido encarcelado injustamente, de ser maltratado, de ser humillado, no se queda en su celda lamiéndose sus heridas, sino que empieza a construir las ideas políticas que lo llevarían a ser presidente de Sudáfrica y terminar con la desgracia del Apartheid. Una vez en la presidencia, no optó por la venganza, sino por la conciliación, por la reconstrucción del tejido social y moral de su país, construyó una nueva ética política sumamente poderosa.
En México tenemos en Andrés Manuel López Obrador un ejemplo de resiliencia muy claro, ha sido atacado, traicionado y vuelto a atacar por el PRI, por el PRD y principalmente por el PAN. Fox intentó desaforarlo para sacarlo de la carrera por la presidencia, en 2006 le arrebataron el triunfo, fue perseguido y denostado de todas las formas posibles, pero al final, después de una ardua y larga lucha logró ser electo por una abrumadora mayoría y gozar de una aprobación pública como ninguno. Es el presidente mexicano más resiliente y emblemático de las últimas décadas.
Así pasa con Arturo Maximiliano. Desde hace mucho tiempo, Pancho Domínguez lo ha bajado de candidaturas, lo ha bloqueado, lo ha tratado de atajar, con patadas por debajo de la mesa, con argucias legales, con alianzas muy obvias y romas del organismo electoral local, con infiltrados en Morena. Pero, a cada intento, Arturo Maximiliano fue construyendo un capital de comportamiento psicológico más fuerte, más poderoso. Después de cada ataque salía más fortalecido. Pancho Domínguez no se dio cuenta que se convirtió en el sparring de un boxeador que aprendió a pegar más duro, esquivar los golpes, a cabecear mejor, a resistir las marrullerías del agresor. Mientras más sucio le pegaban con el poder del estado, con la prepotencia de un poder mal entendido, Maximiliano construía una candidatura más curtida, más poderosa, salía más fuerte.
Arturo Maximiliano acaba de salir del último intento del IEEQ de quitarle la candidatura con el argumento de la paridad de género, mucho más fortalecido. A partir de este momento, la resiliencia cambia el universo electoral, ha operado un efecto metamorfosis, el cambio se ha producido, ha quedado pavimentado el camino del triunfo. Como dice Anita Arias, al tiempo.