Come una quesadilla de quelite en lo que encuentra palabras para explicar su asombro ante lo inusitado de una historia perdida que el teatro recrea con la subjetividad de un loro huasteco que aprende el lenguaje castellano, junto a idiomas indígenas: esa mezcla de lo que hoy somos al hablar y escribir; la potranca con la que Cortés conquistó estas tierras ante el temor de los mexicas, alucinados por la yegua; o Xareni, la perra que hace nupcias con un Xólotl y nace una nueva cría, mestiza como los mestizos de aquí, en la región ya no tan transparente.
David Olguín escribe 1521: La caída, dramaturgia de 22 monólogos que no están desligados, con la intención de ofrecer un panorama de aquella tragedia para los mexicas: versión antihistórica antes que simple fe de hechos. Amparado en lo escrito a través del tiempo, los personajes teatrales tienen ficción propia. Se rebelan. Se contraponen. Se cuestionan. Dan la batalla del pensamiento antes que claudicar al oficialismo. Obra dividida en cuatro partes con duración aproximada de 10 horas (superó a Tavira). En época donde nadie sale de redes sociales y la estupidez gana campo al arte, 19 actores/actrices se oponen a la desaparición de ideas, ahí donde el montaje de una obra cobra vida, con escenografía de Gabriel Pascal. Un teatro pobre en recursos pero exquisito en lenguaje, interpretación y rabia: para que el histrión vuelva por sus fueros.
Cuando come su segunda quesadilla, piensa si David Olguín estará de acuerdo con él en que es mejor dramaturgo que director escénico. Porque hay un desbalance actoral, indudable. Gran proeza, sin duda. Pero un texto tan límpido como el que creó requiere de interpretación sensible, colectiva. Hay desbalances. Hay demasiado grito para tan escaso tono y gesto. Las escuelas de actuación se contraponen. No hay uniformidad. OJO: eso no le quita al trabajo escénico su enorme valor al provocar en el espectador material de reflexión sobre un hecho histórico que cambió nuestro mundo.
Una hazaña que en otros años se recompensaría con más funciones y público. Cuando dicen que la escena muere y nadie la pela, ver esta obra es contradecir a los malquerientes del proscenio.
Bravo por Teatro El Milagro.