El joven y adinerado José María Diez Marina, que durante años su familia ha tenido vaivenes como comerciantes importantes, busca desposarse con la hija de nada más que el Cavalier Juan María de Jauregui Canal, octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila, un suceso que en propio le tendría que cambiar de su vida por completo, no solo por la aspiración a tan alta envergadura de corte, sino a la inquietud de que, al mando de su corazón, no hay quien les logre disponer de otra cosa.
Tanto José María como María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor llevaban ya varios años tratándose, enamorándose, buscando dentro de sus familias el lugar propicio para que se diera la relación, pero que de algún modo no añejaba el gusto del joven abogado con el flamante descendiente de la Villa —la familia de mayor caudal financiero del Querétaro de la Nueva España—.
El joven abogado ha sido aceptado para contraer nupcias con María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor, lo que implicaba no solo la felicidad de los jóvenes por ver sus frutos de una relación allegada por completo a la tradición del Octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila, corresponde en completo los contratos de negocios a los que se hace acreedor, que al paso de los años tendrá que convertirse en figura importante, aunque por estirpe y abolengo, no podrá en nada ser el noveno Marqués de la Villa del Villar del Águila, no hay los sustentos, garantes, avales ni custodios para hacerlo.
¡El Octavo Marqués lleva ya varios lustros tratando de encontrar iguales en linaje y no lo ha conseguido! es cauto en sus andares, no dará linaje alguno de sus yernos, en todo caso, tendrá que ser un nieto.
Un temor le hace sudar su nuca al ya anciano Octavo Marqués —de 48 años— es de descendencia y linaje de alta casta, títulos otorgados por el Rey Felipe IV le dan razón de sobra, pero él nació aquí, no es peninsular, le ha costado aceptar que es un mestizo-criollo —lo mira en el color de su piel— como tantos que habitan la ciudad, sabe que a sus espaldas las carcajadas son gruesas hacia esa condición, a su memoria le son recordados los principios de los amigos de su padre, la familia Sánchez de Tagle, los principales comerciantes —como la familia del joven Diez Marina— en introducir sistemas de negociaciones con el norte de España, fama de haber sido quienes lograron hacer de buen talante los mezcales de los antiguos reinos de la Nueva Galicia, allá por la ciudad de Guadalajara.
Y es que el pensamiento de cualquier peninsular en estas tierras es el de acumular la mayor cantidad de oro y bienes, no importa el precio, hacerse del mayor caudal de riquezas es el fin de la existencia de ellos, con el tiempo esta idea se ha arraigado en los habitantes de esta ciudad de violáceos atardeceres.
El Octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila poco sabía de una condición de la familia de José María Diez Marina, aquel ya prometido y próximo yerno, de la cual el joven abogado ha sido diestro en mantener en luna secreta.
El padre de José María instruyó una fortuna gracias a los negocios hechos en algunas minas de plata —siendo los escribanos para tales ocasiones— con la familia de Doña María de Idelfonsa de la Campa, en los territorios de la ciudad llamada Zacatecas, de la cual se le tenía en fuerte abolengo de ser una de las casas mineras del Potosí de mayor producción par la venta del mineral a la casa de moneda, teniendo sus ganancias menguas ante tal circunstancia, lo que desconocía el Virrey y el propio Marqués de la Villa del Villar del Águila, es que las dos terceras partes de la fortuna del joven abogado fue por la comercialización de la plata pero de manera ilegal, hacia Filipinas, por vía puerto de Acapulco, en donde galeones custodiados por piratas del pacífico, comerciaban el metal que era comprado a catorce veces más el costo de la corona española misma.
¡Ciento cincuenta años de este comercio les hacen honor a las propiedades de los Diez Marina!
Estos negocios ilegales de plata no solo representaban un alto costo monetario, era menester contar con toda la red de custodios y vigías para lograr que la corona no se entere de tal circunstancia, el tráfico lograba hacer de un amigo del abuelo del joven abogado Diez Marina Fernando de la Campa, conde de san Mateo de Valparaíso, logró por estos medios hacerse no solo del título nobiliario, fue también Regidor, Alférez Mayor y Alcalde de la ciudad de Zacatecas, quien a ocurrente historia se cuenta lo siguiente:
Siendo el Alférez Mayor en Zacatecas —provisto de toda una guardia para su protección para evitar algún enfrentamiento con el comercio ilícito de plata— mandó cerrar todas las cantinas, provisorios de mezcal y bebidas que embriagan la razón y que quehacer en toda la región del norte, so pena de lograr ser llevados al Santo Oficio, quien era regido por su hermano Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, quien llegó al poder de la Inquisición por el mismo motivo de estos negocios con Filipinas.
Al paso de los años y en cantidades exorbitantes de dinero obtenido por este ilícito régimen, la familia de Diez Marina hizo trato y negocio con una familia del acaudalado guatemalteco Luis Sánchez de Tagle, quien, siendo banquero de plata en aquellos territorios, juntó cantidades inimaginables del metal, que, al compartirla con sus socios, endurecían las finanzas del joven abogado —causa de la cual el Octavo Marqués desconocía— y que hacían de saberse de una serie de propiedades.
En 1702 —bajo la custodia legal de la familia de los Diez Marina— Luis Sánchez de Tagle compró por 160 000 pesos moneda en oro, las propiedades del alcalde provincial de Querétaro, Don Alonso de Estrada Altamirano, que constaba de las haciendas de san José de Bravo en Querétaro, Ocotes en la Villa de León, Tarimoro y Ciénega en la jurisdicción de La Barca, tierras de Huaxtla y llanos de Guadalajara, en Tala y Tequila, la hacienda de Santa Ana Pacueco en las jurisdicciones de La Barca y Pénjamo, siendo el albacea la familia del joven abogado.
Al no contar con más descendencia, el joven el acaudalado banquero guatemalteco fincó como único heredero al primer hijo de su amigo —existiera o no marcaba su testamento— de apellidos Diez Marina.
Pere esta parte no quedó de este caudal solamente, el banquero guatemalteco además modificó las leyes —su lugar se lo permitía— sin acuse a la corona permitió que los flujos de plata aún continuaran hacia España, pero no se reportaba el total de producción minera, dejando claro que en la Nueva España también era de menester contar con el metal para las negociaciones, así, en una segunda vuelta de compra y visita a esta ciudad de Querétaro, se hizo de los servicios de los escribanos Diez Marina y logró la compra de la hacienda de Nuestra Señora del Rosario de Cuisillos en la nueva Galicia.
Esta hacienda cuenta con veintiún sitios de ganado mayor, uno de menor y trece caballerías de tierra, es decir, alrededor de 38 181 hectáreas, sin contar el ganado y las construcciones. En Querétaro compró también la hacienda de santa Marta, la cual se constituía de tres sitios de ganado mayor, dos de menor y cuatro caballerías, el costo por ella fue de 4 200 pesos y quedó agregada a la hacienda de San José de Bravo, también de su propiedad.
Fue incalculable la labor de este personaje para hacerse de propiedades y bienes por toda la Nueva España, a quienes ya Marqueses y acaudalados Condes y comerciantes debían de hacerse de sus amistades, debido a que no tuvo descendientes, pues una dote de este tamaño a cualquier familia le caería de a bien, hacerse tan solo del mínimo.
¡Y ese mínimo era el dote de José María Diez Marina! visto por bueno ante el escribano de la ciudad de México Antonio Alejo de Mendoza, quien hizo cumplir a cabalidad el total de la herencia destinada a esta parte, al paso del tiempo se supo de la existencia de una hija del banquero guatemalteco, Luisa María Sánchez de Tagle su esposa, no tardó en reconocerle todos sus atributos y beneficios.
Dejando de herencia directa a esta joven las haciendas de Álamo y san José, que habían sido del capitán Juan Bautista Escorza, por la cantidad de 11 000 pesos, se componían de 43 sitios y 43 caballerías, como en otras ocasiones, lo siguiente fue ampliar la nueva posesión mediante la compra de heredades contiguas, para lo cual heredó también las haciendas de Las Cruces y La Magdalena en 8 500 pesos, San Buenaventura con todos sus aperos pagando por ella 4 000 pesos, San Pedro del Álamo invirtió 23 600 pesos, pero San pedro del Álamo sería la base de una de las fortunas más importantes de la nueva España — la cual se administraba desde la ciudad de Querétaro, siendo albacea estos escribanos— en el título composición de todas sus tierras, concedido por la Real audiencia de la nueva Galicia, se le reconocieron 101 sitios de ganado mayor, es decir, unas 177 255 hectáreas.
De pronto esta joven bella, debió de soportar los embelecos de pretendientes traídos de todos los lares, aunque a ella solo le interesaba uno solo, el joven primogénito de los Diez Marina, José María.
Ya en ocasiones constantes visitaba la ciudad de frescos verdores y arrebatadas neblinas del torrente río que le partía por la mitad, era recibida en la casa-comercio de la familia, quienes, sin saber de su condición de total heredera —que ya gozaba— del acaudalado banquero guatemalteco, hacia de la ronda al joven estudiante de leyes José María.
Cabe de saberse que Luisa María de Tagle —ahora en condición hacerse de su nombre— era de a bien agraciada, un hermoso porte de niña de galas —no estudiada en escuelas de maridad sino en trabajo de casa— le hacia al cuerpo ceñido, lujoso vestido de encajes y vaivenes, hermosas formas y fuertes pechos le tendían trampa a cualquier que le incidiera tan solo con la mirada, a su control y estadía, el pañuelo al que ya varias veces el joven José María había caído en sus encantos, más no propiciaba encuentro alguno de caballerosidad —a buen resguardo tenía el joven estudiante José María varios y aromáticos pañuelos en su chaqueta, para sus ensueños— ¡más nunca que fue grosero e insano con tal doncella! al respeto y atención de gala ¡todo un caballero!
A la joven Luisa María de Tagle no le hacían las horas ni minutos para hacerse de la compañía de José María, altiva y coqueta —más por el instinto que las formas— le hacía saber de todas luces el interés por tan dichoso varón, que al tiempo no se le miraba de modos lentos, avispado más bien, pero no entendía en todo, un lenguaje de mujer impulsiva y decidida a hacerse de los favores de tan ilustre queretano.
La juventud es un destello y pronto sabría José María los improperios de una joven decidida a lo que venía ¡quemaría todas sus barcas por hacerse de la atención y el cuidado del mancebo! aunque en ello apostara el tesoro mayor: su castidad.
¡A esas venía Luisa María!
La visita a la familia —con el pretexto de continuar con los litigios y formas legales— no fe de sorpresa, la hacienda que recibe a la joven De Tagle es conocida por José maría, pero esta vez la intención es diferente. Luisa María se ha dado a la tarea de hacerse de un día del campo, una actividad que permitía estuviesen solos a la orilla del conjunto del ojo del agua, ancho llano con un lago en el centro, que envidia cualquier postal pictórica de los cuadros que adornan las casas, de otrora virreinales.
¡Solos José María y Luisa María!
—¡Que por mucho que no podíamos estar solos José María! mire que se observa callado y lleno de asomo ¿en parte le molesta que le invite? — su comunicación respetaba el protocolo de hablarle al joven viendo hacia su hombro izquierdo en señal de respeto.
—¡No es menester doncella hermosa! asuntos de la cabeza que me rondan, en nada de que otorgarle, una disculpa por tal improperio de hacerle de mis problemas nubarrones para este bello día.
—¡Estoy para hacerle el entendido! tanto y cuanto me acuda como su confidente, que ya de mucho será un honor hacia mi presencia — le mantenía la conversación mientras ellas se deshilaba un poco el escote… a lo que el joven no hizo el desapercibido.
El sudor pasó del joven desde su frente hasta su mejilla, la situación estaba siendo de lo más atrevida, cuando la joven se desenfundó los botines, dejó al campo y verde hierba, mientras de manera dócil y grácil —como bailarina de ballet— se desnudó el vestido quedando solo en sencillo camisón y corrió hacia el agua, dejando un aroma que le arrebataba el corazón a José María.
Él hizo lo propio, dejó tan solo en enfundado calzoncillo —de estudiante— corrió hacia los brazos de ella, quien a risas —y sabios consejos de las comadronas de la familia— hizo lo que pretendía, desde aquel plan confabulado entre expertas, para hacerse del cuerpo —pero del alma en igual— del estudiante de promisorio augurio a quien, por mucho, era el mancebo de mayor talante, de aquella ciudad pequeña de cálidos destellos de sol y frías mañanas, hacia final del invierno.
Continuará…