COLUMNA INVITADA
Empresarios y sociedad, el divorcio que beneficia a AMLO
Para frenar el ascenso de Andrés Manuel López Obrador la iniciativa privada ha intensificado sus esfuerzos por presentarlo como un líder mesiánico, intransigente, vinculado a una pléyade de políticos acusados de corrupción, con ideas tan pasadas de moda que condenarán a México al atraso económico. Cada declaración en materia económica que confronta a AMLO con los empresarios es magnificada y extendida en la cobertura mediática con la esperanza de que los votantes se asusten y desencanten y se reduzcan sus posibilidades de victoria.
En la reciente andanada contra AMLO por su oposición al Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) se alinearon los esfuerzos de Carlos Slim; el Consejo Coordinador Empresarial; el vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez; el candidato presidencial por la coalición del gobierno, José Antonio Meade, y otros empresarios, quienes coordinaron sus mensajes para expresar que los contratos eran un compromiso legal, la suspensión enviaría señales nefastas a los inversionistas y cancelar el proyecto era condenar a México al subdesarrollo. Al final de los ataques las preferencias electorales de AMLO aumentaron del 40 al 50%.
Las acciones de la iniciativa privada no afectan los votos de AMLO porque existe un gran divorcio entre los empresarios y la sociedad mexicana. Estas son las razones:
Los empresarios son vistos como agentes de continuidad, no de cambio: la gran mayoría de los mexicanos se encuentra enojada y desencantada con el rumbo del país y el gobierno del Presidente Peña Nieto. El ánimo de cambio es alimentado por la desesperanza y la impresión de que México está mal y va peor. El mensaje de la iniciativa privada se finca en la aversión al cambio, la promoción de la continuidad y el miedo a perder lo ganado por eso no encuentra ninguna resonancia entre una población indignada, harta de abusos, corrupción, falta de oportunidades e inseguridad, que, contrario a los empresarios, arriesga muy poco con el cambio.
La IP no resuena en la gente común: los empresarios carecen de mensajes alineados con los sentimientos y motivaciones del electorado y hablan de los problemas de México desde una perspectiva de negocio, no desde la de sus empleados. La inseguridad la plantean en términos de rentabilidad y pérdidas contables sin vinculación al viacrucis de una madre soltera asaltada en un microbús, las extorsiones que sufre un comerciante por parte de una autoridad o las desapariciones de miles de mujeres y hombres que nunca regresaron a su hogar. Salvo por el llamado de la Coparmex a elevar el salario mínimo, que otros organismos empresariales critican, las posturas de la iniciativa privada no despiertan simpatía en el ciudadano común. Nadie tomará las calles para apoyar el aeropuerto o las licitaciones petroleras con argumentos de respeto al estado de derecho y la inversión.
La paja en el ojo ajeno: el activismo de los empresarios contra AMLO contrasta con su pasividad para presionar al gobierno a resolver los problemas más apremiantes del país. Los electores no han percibido a la iniciativa privada una actitud igual de decidida e incisiva hacia el gobierno del Presidente Peña Nieto para remediar la inseguridad, corrupción y falta de crecimiento económico. Las críticas de la IP, cuando las hay, están suficientemente equilibradas para dejar constancia de un descontento sin incomodar a la autoridad.
Los empresarios y la mafia en el poder: López Obrador puede vincular a los empresarios con la mafia del poder sin temor a represalias electorales porque el imaginario social ubica a la iniciativa privada del lado de la estructura de privilegios responsable de las injusticias y falta de oportunidades que caracterizan a México. Esta no es una creación de AMLO, él sólo se nutre de la impresión popular de que el empresariado es un pequeño grupo que lucha por mantener privilegios a costa de la gran mayoría de mexicanos. Por eso cada vez que la IP ataca a AMLO, alimenta a la fiera que pretende contener.
Los mensajes de los empresarios son ineficaces porque se contraponen, no sólo a López Obrador, sino a los intereses, inquietudes y preocupaciones de cientos de miles de mexicanos que son, paradójicamente, sus empleados. El llamado empresarial a razonar el voto y mantener las reformas y el rumbo actual del país no encuentra eco en la población mexicana; es recibido con reserva o, peor aún, con cinismo. Por eso, AMLO tiene la certeza de que atacar a la iniciativa privada genera simpatías y votos.
Independientemente del resultado del 1 de julio, la elección del 2018 debe sacudir a la clase empresarial y sus organismos cúpula (Consejo Mexicano de Negocios, ABM, CCE, Coparmex, Canacintra, Concamin, Caintra, ANTAD, Concanaco, Consejo de la Comunicación) para replantear la forma en que desean participar en la vida política de México y revisar la manera en que se comunican con la sociedad. Los empresarios desempeñarán un papel muy importante para sanar heridas y zanjar las divisiones que dejará el proceso electoral y sólo pueden ser persuasivos y efectivos si replantean su discurso para que resuene en los autobuses, colonias populares y comedores de fábricas y no sólo en el club de golf, club de industriales y chats de empresarios.