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Ante la muerte

El Jicote

por Edmundo González Llaca
3 junio, 2025
en Editoriales
La muerte en tiempo de compensación
70
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¡Qué conste! Lo advertí, después de la muerte de mi muy querida amiga Guadalupe Segovia, su agonía y su valeroso y ejemplar final, entré en un hoyo de negrura y tristeza profunda. Pero me conozco, después de ese paso por el desierto me da por hacer chunga de la calaca y me tengo que desahogar. Así que con su permiso.

La vida tiene bastantes cosas para hacerla soportable, pero tiene una que es como para hacerla insoportable: no es eterna. Por eso afirma Borges: “La felicidad es ese olvido transitorio de la muerte”. Yo estoy seguro que veré a la muerte física y concretamente. La veré acercarse, dulce y suave como una tentación. Se sentará a mi lado. Yo le diré: «Perdone Señorita, no lo tome como violencia de género, pero le pregunto: ¿No cree Usted que ya exageró con su dieta”? Ella se quedará callada. Volveré hablar. «Disculpe: ¿Es Usted, presidenta de los «weight watchers?” Sin verme exclamará: «Cuando me llevo de este mundo a los sangrones, me da más gusto mi tarea».

Me haré el desentendido para no entrar en discusión sobre su falsa opinión, pero la veré duramente a los ojos. Perdón, a sus huecos. Sentiré un poco de escalofrío al perderme en su fondo negro. Ella dirá con un tono irónico: “ ¿No me reconoces?” “SI, contestaré, he visto tu caricatura en los postes de gasoductos y al lado de los cables de alta tensión”. Como buena mujer esto de seguro que la enfurecerá, pues no sale de cuerpo entero. “Ya basta, soy la muerte y vengo por ti”. ¡Ay Nanita!

La barreré con la mirada, le sonreiré en forma displicente. “Perdona, pero la muerte que a mí me lleve será una muerte elegante, vestida con sombrero y pieles, como “La Catrina” de Posadas. Y, discúlpame, pero tú te ves muy naca, muy chaira”. Le veré un ligero rubor de molestia en el hueso de los pómulos. Dirá: “Efectivamente, yo antes así vestía, como me pintaban Posadas y Diego Rivera. Pero no sé si sepas que en tu país hay cincuenta millones de personas que viven, bueno, eso de que viven es un decir, en pobreza extrema. El otro día, después de un pleito, fui por un pandillero a Casa Blanca y me trataron de asaltar. Desde entonces, cuando vengo a este México de la Cuarta Transformación, me pongo este modelito del mercado sobre ruedas; parecido a los que compraba Fernández Noroña antes de llegar al gobierno”.

Nos quedaremos un momento callados. Ella reflexionará en voz alta: “El problema de los seres humanos es que piensan que la muerte es la negación de la vida. Nada de eso. Al vivir morimos y al morir vivimos. Si la humanidad supiera lo que le espera en el más allá, todos se pegarían un tiro al llegar al uso de la razón. No es gran cosa, pero es mejor que aquí, en esta realidad, simplemente porque uno está más solo y sin tantos fantasmas”.

Tomará con firmeza su guadaña y en su reloj de arena con mi nombre, veré como caen unos granos apenas imperceptibles. Escucharé su voz metálica: “Ya es hora”. Le diré con un aire de suficiencia: “Tu tecnología está muy pasada de moda, creo que traes tu reloj adelantado”. “No -responderá- antes de venir por ti puse mi hora con el celular”. Sentiré un poco de miedo. Insistiré: “Déjame terminar de hacer el amor; de dar un beso con salivita; déjame que me acabe esta copa; déjame concluir esta discusión; déjame decir unas últimas palabras para la historia”.

Ella suspirará desesperada: “Me choca venir por los periodistas, se echan unos rollos interminables. Te dejo que escribas tu epitafio, que de seguro es más corto”. Agradecido se lo leeré: “Ya no amo, ya no odio, ya no ambiciono. Ya soy libre”. La muerte sonreirá, me dará un beso, sentiré el frió de su vacío. Suavemente me subirá en sus hombros.

Veré como se van perdiendo los perfiles, primero de los rostros angustiados de los que me rodean, después el mapa de Querétaro, la neblina de Landa de Matamoros; San Juan del Río, la ciudad de Querétaro, mi casa, yo otra vez dentro de mi recámara. En brevísimos instantes estaré volando, contemplaré esta esfera azul flotando en el espacio. Volveré los ojos hacia arriba, hacia el lugar que me espera (obviamente, dada mi bondad, una suite en el cielo). Quedaré maravillado. La muerte me preguntará: “¿En qué piensas Edmundo?”. Le contestaré: “Pienso que, después de todo, tienes razón. Acelera el viaje, además ya perdió el América. Finalmente, la “rola” de la vida… no es para tanto”.

Etiquetas: Borgescatrinamuerteposadasriverasegovia

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