Al presidente Andrés Manuel López Obrador le preocupan y ocupan muy pocas cosas. Sabemos que se enfoca muchas horas de su tiempo en revisar cómo puede ganar elecciones y seguir acumulando poder. Sabemos que le preocupa el desabasto de medicinas –porque ha dicho varias veces en las reuniones de gabinete que es su gran déficit como gobernante-, pero no le ocupa –porque las causas que originaron ese desastre se mantienen sin ser tocadas-. Sabemos que le preocupa más su salud que las comunidades anegadas en Tabasco, y que le ocupa mucho seguir consolidándose a partir de un revisionismo maniqueo del pasado.
En los últimos días, sin embargo, dio una nueva muestra de sus alcances, cuando ante la crisis nacional por el aceleramiento de la pandemia, ni se ocupó, ni se preocupó. ¿No quieren contagios ni muertes?, le dijo a los mexicanos, pues quédense a sus casas. Pero si no quieren, pues no lo hagan, porque el gobierno tampoco los obligará. López Obrador no hará nada más. Si mueren serán su responsabilidad. Atenderá después a sus familias y les regalará dinero para su funeral, lo que al hacerse la suma reflexiva de esas acciones, parece que sólo le importan los vivos con credencial de elector.
Viva la libertad, proclama el Presidente, utilizando el concepto lacaniano del mayo parisino del ’68, “prohibido prohibir”, para justificar el porqué no toma acciones coercitivas, como él define a toda acción de gobierno que implique obligar a la población a cumplir con un ordenamiento o una norma. La coerción, en efecto, es un ejercicio de poder mediante el cual se fuerza la voluntad y la conducta de una persona. Pero cuando el no hacerlo abre la posibilidad de que esa persona muera, de ninguna manera es ilegítimo ese ejercicio en función del bien mayor que es la vida.
Ese mismo criterio de la filosofía del utilitarismo da sustento al alcoholímetro, que si bien atenta contra la libertad de movimiento, el número de vidas que ha salvado justifica la acción. Bajo el criterio mañoso de López Obrador, ¿por qué no envía una iniciativa de ley para cancelar el alcoholímetro? ¿Por qué no también obliga a las armadoras de automóviles que retiren los cinturones de seguridad?
Las acciones que han tomado las autoridades mediante esas acciones coercitivas han generado incentivos para no incurrir en actos que pongan vidas en peligro. López Obrador, por el contrario, ha incurrido en actos desde el principio de la pandemia, que ponen en peligro la vida de miles de mexicanos, sin saberse cuántos, por haberle hecho caso a sus absurdos políticas murieron como consecuencia de sus consejos. Son sus incentivos inversos.
¿Se acuerdan? El 4 de marzo, se refirió al coronavirus y dijo: “hay que abrazarse, no pasa nada”. El 18 habló del escudo protector del detente, apoyado en la fuerza moral que le atribuyó el responsable de combatir la pandemia, Hugo López-Gatell, y el 1 de abril señaló que “no es tiempo para las ocurrencias”. Pero el 8 de mayo vio la “luz al final del túnel”, y el 12 de junio anunció que teníamos que prepararnos para salir, recobrar por completo nuestra libertad y asumir nuestra responsabilidad”. Once días después afirmó: “ya domamos la pandemia”. El número de muertos superaba los 45 mil, 30 mil más del cálculo de su gobierno, pero siguió pronunciando frases desconcertantes. El 24 de octubre dijo “creo que ya pasó lo peor”, y luego, en medio del aceleramiento de los contagios, señaló el 2 de noviembre que el cubre bocas no era “indispensable”. El viernes pasado le pidió al país encerrarse.
Giró el discurso, pero no asumió su papel de gobernante ni tomó la responsabilidad en las manos. En la Guía Ética para la Transformación de México que recién acaba de publicar como una norma de comportamiento individual, señala que “no hay nada mas valioso que la vida, la libertad y la seguridad de las personas”. Ordenando racionalmente con sus palabras, si no hay seguridad para las personas, no hay vida, y si no hay vida, ¿para qué sirve la libertad?
La Guía Ética tendría que comenzar aplicándosela él mismo, como individuo y como la persona que tiene el mandato para ser líder de un país. Pero López Obrador no sólo está confundido conceptualmente –asumiendo que su deseo más profundo no es estalinista-, sino una completa ignorancia de su responsabilidades y obligaciones de jefe de Estado. Qué insensatez de dirigente hemos experimentado en el presidente López Obrador.
Es muy lamentable el papel de López Obrador en estos nueve meses de pandemia, negándose a asumir la responsabilidad nacional de líder que requiere este tipo de emergencias. El viernes pasado hizo una apelación a los mexicanos para que en las fiestas decembrinas reforzaran el distanciamiento social, porque el virus se estaba acelerando y la ocupación de camas estaba creciendo –sigue negando que haya saturación-.
Lo que hizo el Presidente fue trasladar la responsabilidad de cortar el ciclo de contagio a la gente, la misma que durante nueve meses recibió mensajes que minimizaban el impacto del virus. Lo siguiente será, en su propia lógica de acción, hacer lo mismo con los gobernadores, echarles la responsabilidad, a quienes al tiempo de aventarles el total de la decisión, amaga con sanciones legales en caso de que hagan lo que creen conveniente para sus gobernados.
Presidente, con todo respeto, déjese de ocurrencias, de sabotear y gobierne. Tome acciones que usted define mañosamente como coercitivas, y ayude a salvar la vida de sus gobernados. Puede aplicarlas sin que, como se ha visto en otros países, tenga que frenar toda la actividad económica. Pero ya no se escabulla. Analice lo que ha costado su frivolidad en número de víctimas y rectifique. Recuerde que sin fuero podría ser sujeto de una denuncia por homicidio culposo, donde su comportamiento hasta ahora, podría constituir una conducta criminal.
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