El presidente Andrés Manuel López Obrador se quedó solo y nadie en su equipo de asesores en política estadounidense está de acuerdo en no felicitar a Joe Bidan, presidente electo de Estados Unidos. Al final, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, cambió su posición y desde el domingo la matizó, anticipando que tendrían una buena relación económica con el presidente electo. El lunes fue más allá, y trató en el gabinete de seguridad en Palacio Nacional que López Obrador rectificara. No fue así. Asumió una posición principista, que abundó en la mañanera, resaltando, para que nadie adentro o afuera de su gobierno tuviera duda, que es facultad suya, como jefe del Ejecutivo, haber actuado como lo hizo.
López Obrador jugó semánticamente para justificar porqué en el caso de Bolivia, se pronunció casi de inmediato a favor de Evo Morales –que terminó fuera del poder y autoexiliado-, al igual que en el caso de Alberto Fernández, a quien saludó antes de que terminara el proceso en Argentina. También omitió que el presidente Donald Trump lo felicitó la misma noche en que ganó la elección, con sólo los datos del PREP y el conteo rápido, a 72 horas de iniciar el cómputo de votos. Los malabares del Presidente, por maniqueos y mentirosos, son lamentables.
Su posición fue registrada en el mundo, donde los medios resaltan la contención de López Obrador a la par de los autócratas del mundo, y subrayan el contexto de la forma como desarrolló una relación fraternal con Trump. De todo ese grupo de líderes de mano dura, es al único al que le atribuyeron como una explicación, la cercanía con el jefe de la Casa Blanca. Alinearlo con ese grupo de presidentes despóticos debió haber preocupado a la Cancillería mexicana, que desde el domingo estuvo filtrando a medios que la razón del no reconocimiento fue para evitar que Trump tomara represalias en el tiempo que le queda al frente del gobierno. Era, quedó claro, una chapuza para controlar los daños.
La mañanera del lunes fue muy reveladora de López Obrador, que suda rencores, quien volvió a contextualizar su negativa al reconocimiento de Biden, con el reconocimiento que tuvo Felipe Calderón desde el mismo domingo, que con el conteo rápido y el PREP, había ganado la elección, sugiriendo que había sido producto de un fraude. El cómputo de los votos ratificó la victoria de Calderón y López Obrador nunca pudo documentar el fraude, pero se fue a la calle para presionar a los órganos electorales. Igual que hoy hace Trump.
López Obrador, por sus pronunciamientos, asume una posición principista sobre la autodeterminación de los pueblos y la no intromisión de los asuntos internos de otras naciones, pero esa Doctrina Estrada la usa a contentillo, como se vio en el caso de Morales, o su reacción inmediata cuando se ha tratado de defender al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. El doble discurso del Presidente es lo que hace vulnerable su posición frente a los hechos en Estados Unidos, donde revela más la hipocresía y la molestia por la derrota de Trump, en términos personales, que allanar los caminos para poder tener una buena relación personal con Biden e institucional para el país.
Su confusión sobre qué es más importante, él o la nación, revela también algo que quizás él no se ha dado cuenta, que es el tener un perfil muy similar, si no idéntico, al demográfico de las clientelas electorales de Trump: es profundamente religioso, socialmente conservador, con una educación limitada y habita en la realidad alterna. No se necesita pensar hipotéticamente que si López Obrador hubiera podido votar en Estados Unidos lo habría hecho por Trump, porque en la práctica, desde la campaña presidencial, en la cual irrumpió con su visita a la Casa Blanca –eso no fue intromisión para él en asuntos internos de otra nación-, así lo hizo.
Toda su indigna genuflexión ante Trump, le permitió al republicano afirmar ante su electorado que había cumplido con sus promesas de campaña –en migración y el muro-, importándole más a López Obrador que no lo maltratara en sus discursos, sin importar que nos pisoteara a los mexicanos. Es su egocentrismo, por encima de su responsabilidad como jefe de Estado Mexicano, y la posición que mantiene se acerca a la que está defendiendo la extrema derecha en Estados Unidos, lista para impugnar en tribunales los resultados de la elección –sin existir evidencia alguna de fraude-, y sin importar el daño institucional que está haciendo a esa nación.
Líderes de opinión en ese país están utilizando la posición de López Obrador desde un punto de vista político-electoral, como si fuera el reflejo de lo que se piensa en el mundo. Laura Ingraham, cuya carrera como comentarista en Fox News ha estado vinculada a Trump, señaló en su cuenta de Twitter la indisposición del Presidente de México a felicitar a Biden, citándolo: “esperaré a que el proceso electoral termine”. En otras palabras, es exactamente lo que ha dicho Trump y sus abogados, que al haber sido fraudulenta la elección, impugnarán los resultados. López Obrador se montó en ese vagón del ferrocarril trumpiano y cree que hubo fraude en las elección estadounidense.
No es un tema de principios, dadas las contradicciones y discrecionalidad de cómo los aplica de manera forzada, y en dónde los ignora. Breitbar News, el portal que alimentó la guerra de mentiras durante la elección presidencial de 2016 y fue una plataforma de Trump, también se montó en López Obrador para resaltar su afirmación que era “imprudente felicitar a Biden”. La extrema derecha está utilizando a López Obrador para sus fines sin que el tabasqueño repare en la manipulación que hacen de él. No lo va a hacer. Piensa como ellos y actúa como ellos. Trump resultó no ser sólo el monstruo que creía, sino su alter ego.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa