QUERETALIA
A 153 AÑOS DEL JUICIO DE MAXIMILIANO
Si Maximiliano decidió librar la batalla final en Querétaro a principio de 1867 no fue por la peregrina idea de que aquí tenía un gran número de seguidores o que la ciudad era inexpugnable; no, definitivamente ésta era un bastión poco defendible por su orografía. Si el archiduque llegó a la “Reina del Bajío Oriental” fue por engaños de sus colaboradores y la casta divina de la capital del país que lo empujaron hacia acá por miedo a perder sus bienes y vidas en un sitio de largo plazo y funestas consecuencias. Tarde se dio cuenta Maximiliano de ese engaño y sólo atinó a decirles a esos aristócratas de Anáhuac “viejos pelucas” a manera de reproche.
Nuestra prócer ciudad de Santiago y sus alrededores fueron testigos de los hechos más representativos de tan destacados acontecimientos para la historia patria, los más importantes del siglo XIX mexicano, porque sin duda dio una lección el presidente Benito Juárez a las potencias europeas de que nunca más ninguna de ellas tendría injerencia en los destinos de América.
El triunfo republicano y el fusilamiento de Tomás Mejía, Miguel Miramón y Fernando Maximiliano de Habsburgo en Querétaro hizo que tanto el país como Querétaro aparecieran en el mapa mundial, ya que antes de eso difícilmente los habitantes de las naciones del mundo identificaban a nuestro país, creyendo algunos que México estaba enclavado en el continente africano.
A 153 años de esos importantísimos fastos no podemos dejar de resaltarlos porque representan a la patria sangrada pero no vencida; la que pudo reponerse de la ambiciosa intervención napoleónica gracias al tesón de sus hijos que no escatimaron sangre, sudor y lágrimas hasta ver al enemigo postrado en su trono de nopal y espinas.
Sin duda alguna, el Sitio de Querétaro es el evento más importante que haya tenido lugar en nuestra tierra queretana, pues significó el logro de nuestra segunda Independencia y mucho más integral que la de 1810-1821, por sus alcances políticos, sociales y económicos, ya que significó anular los odiosos fueros y privilegios a favor de unos cuantos y fundar realmente la nacionalidad mexicana. El Sitio de 1867 duró 71 días, del 6 de marzo al 15 de mayo. El día 7 de marzo de 1867 la ciudad ya estaba completamente rodeada, pero los sitiadores sólo formaban una débil cortina, fácil de romper en todas partes, sobre todo por El Cimatario al sur.
Escobedo informa a su gobierno que sus oficiales piden el rápido castigo de Maximiliano, además de que él mismo tiene que acudir en auxilio de Porfirio Díaz; por lo que solicita que se traslade a Maximiliano a San Luis Potosí. ¡Cómo le quemaba la custodia de tan importante personaje a don Mariano! Le iba a quitar a Querétaro la gloria futura de ser el cadalso donde se sacrifican entrometidos. Dice Ratz que el neoleonés de Galeana no quiere cargar con la responsabilidad de un proceso cuyo resultado final no puede ser dudoso. El hombre de Oaxaca decidió que Escobedo sí tendrá que encargarse del juicio de Maximiliano y tendrá que cargar a sus espaldas las consecuencias que le toquen. Afirma con ironía el doctor Ratz que toda esta negociación es una farsa. Maximiliano ya abdicó y por tanto no puede dar órdenes a nadie. Escobedo no tiene por qué negociar. Entonces, se pregunta el historiador austriaco, ¿para qué los invitó a comer en su Cuartel General de La Purísima en Hércules, hoy Seminario Diocesano? (yo digo ¿para qué los recibió a propuesta de Inés de Salm Salm?) Se atreve a conjeturar Konrad Ratz que para sondearlo y complacer a sus dos hermanas solteronas (las de Escobedo) que lo estaban cuidando en su enfermedad y que nunca habían visto a un emperador.
Me pregunto y se preguntan mis lectores ¿era culpable Maximiliano de Habsburgo de esa intervención extranjera en nuestro México? La respuesta es: El archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo se prestó a ser el principal instrumento de esa obra de iniquidad que afligió a la República por cinco años, con toda clase de crímenes y con todo género de calamidades. Vino para oprimir a un pueblo, pretendiendo destruir su Constitución y sus leyes, sin más títulos que algunos votos destituidos de todo valor, como arrancados por la presencia y la fuerza de las bayonetas extranjeras. Vino a contraer voluntariamente gravísimas responsabilidades, que fueron condenadas por las leyes de todas las naciones y que estaban previstas en varias leyes preexistentes de la República, siendo la última la del 25 de enero de 1862, sancionada para definir los delitos contra la Independencia y la seguridad de la Nación, contra el derecho de gentes, contra las garantías individuales y contra el orden y la paz pública. Hizo que se perpetrasen ejecuciones sangrientas, ordenó que los soldados extranjeros incendiasen y destruyeren poblaciones enteras del territorio mexicano y asesinasen millares de mexicanos. A sangre y fuego pretendió hasta el último momento sostener el falso título que ostentaba, del que no quiso despojarse sino cuando ya no por la voluntad sino por la fuerza se vio obligado a dejar.
Pudo haberse aplicado el numeral 28 de dicha ley marcial de nero de 1862 por haberse encontrado a los inculpados in fraganti, es decir, en acción de guerra y ser fusilados de manera inmediata, pero, para que hubiera la más plena justificación del procedimiento, era mejor que se verificara un juicio para que se oyera en defensa a los acusados. En tal virtud el presidente de la República determinó que el general en jefe, Mariano Escobedo, dispusiera que se juzgara a Maximiliano y a sus “llamados” generales Mejía y Miramón. Respecto de los demás jefes y oficiales se ordenó la formulación de una lista con especificación de clases y cargos que tenían en el llamado ejército imperial, para que pudiera resolverse en cada uno de los casos lo conveniente.
Lo que más molestaba –y molesta- a los abogados y cronistas del imperio es la irritante ficción de legalidad –que según ellos- Juárez le imprime a este proceso judicial. Si al ser detenidos e identificados hubieren sido fusilados, lo hubieran entendido mejor por “estar dentro de la normalidad que llamaban infortunio del vencido”, pero todo ese aparato montado por Escobedo en acatamiento de órdenes superiores les parecía contrario a la Constitución y se preguntan: “¿quién es Juárez para constituirse en Poder Judicial? ¿Por qué ordenó que se juzgara a los tres ilustres prisioneros con una ley de excepción y en un tribunal de excepción y por ciertos delitos políticos que eran precisamente los que desde el punto de vista legal no debían ser castigados con la pena de muerte? El mismo Escobedo, que era quien era, como escriben por allí, no se atrevió a tocarlos y en cambio sí fusiló a Méndez aplicándole la ley del 25 de enero de 1862. Pero comprendió que los prisioneros principales superaban con mucho los marcos de su jurisdicción y no quiso dar un solo paso sin antes consultar y recibir órdenes. El mismo Juárez caviló varios días en lo que tenía que hacer. Si la ley referida era de auto aplicación que con sólo identificar a los detenidos fueren fusilados ¿quién era Juárez para detener el cumplimiento de la ley y habilitar a un grupo de militares a que se constituyeran en autoridad judicial?” Lo que puedo contestar como constitucionalista y cronista es que desde que terminó la guerra reformista Juárez nunca dejó de gobernar con facultades extraordinarias dadas por el Congreso de la Unión, las cuales siguieron vigentes durante la intervención y el imperio, dándole al Ejecutivo de la Unión poderes para expedir normas generales y constituirse en tribunal según lo ameritara el estado de excepción o emergencia que vivía el país. Pero de que hay contradicciones entre el trato a unos –como a Méndez- y a otros, tienen razón los conservadores.
La sentencia fue condenatoria por unanimidad ¡pena de muerte! Según la legislación de 1862, la resolución sólo podía ser o absolutoria o de pena máxima, nada de prisión perpetua o destierro. El domingo 16 de junio por la mañana, Escobedo firma la sentencia para que ésta se ejecute ese mismo día a las cuatro de la tarde en el Cerro de las Campanas y es llevada a Capuchinas por el fiscal Refugio González, su escribano, el coronel Miguel Palacios y una tropa de soldados que forman fila delante de la celda de un pálido pero sonriente Maximiliano, el cual oye al fiscal y, dominando sus emociones, simplemente dice: “Estoy pronto”, que en el idioma de Dante quiere decir “estoy dispuesto o listo”.
El gobierno juarista desde San Luis Potosí aplazaría el fusilamiento para el 19 de junio a las siete de la mañana en una treta legal que se le antojó muy cruel a los seguidores del Imperio. Les vendo un puerco imperialista y conservador.