QUERETALIA
EZEQUIEL MONTES, EL QUERETANO MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX DESPUÉS DE LA CORREGIDORA
Ante la serie de homenajes que le pretenden hacer al prócer liberal los ayuntamientos de Cadereyta y Ezequiel Montes, mi amigo alcalde Enrique Bolaño y mi amiga alcaldesa Elvia Montes deberían leer las siguientes reflexiones para no ser engañados por un innombrable que quiere venderles la idea de traer sus restos mortales al semidesierto queretano: a su tierra natal Cadereyta o al antiguo Corral Blanco que hoy lleva el nombre de Ezequiel Montes.
No vayan a pensar mis lectores, sobre todo los de mi vieja y entrañable Cadereyta, que yo traigo algo en contra de este prócer republicano.
No amigos, simplemente he afirmado que Mariano Palacios Alcocer, Agapito Pozo y Fernando Ortiz Arana han ocupado más cargos importantes que este ilustre cadereytense, mismo que no pudo cumplir su sueño de gobernar Querétaro por entrar en conflicto con Julio María Cervantes, aquel estricto militar al que el presidente Benito Juárez designó para gobernar esta tierra una vez restaurada la República.
Don Ezequiel Montes Ledesma nació en la villa de Cadereyta el 26 de noviembre de 1826, hijo de Vicente Montes y Gertrudis Ledesma.
Los trabajos de su señor padre y la muerte de éste lo obligaron a vivir y estudiar entre Bernal, Cadereyta y Vizarrón, trasladándose finalmente a la ciudad de México en 1838 con la primaria ya terminada. No piensen que era burro y que por eso acabó la educación elemental a los 18 años: no, simplemente los tutores y tíos que se encargaban de él o se morían o se casaban y contraían otras obligaciones sin estar al pendiente del muchachito.
Ingresa al Colegio de San Ildefonso, en la ciudad de México; para1848 ya era profesor por oposición de Gramática Latina, abogado en 1852, y profesor también por concurso de oposición de Derecho Romano. Entre 1849 y 1851 fue diputado local en la Legislatura queretana por el distrito de Cadereyta, viniendo a vivir a la ciudad de Querétaro esos dos años, cosa que al parecer no le dio tiempo de enraizarse políticamente con la población estatal, ya que después le vendrían cargos importantes en la capital del país y en el extranjero.
En 1856 el medroso presidente Comonfort lo nombra ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, una superdependencia que ahora abarcaría la Fiscalía General de la República —antes PGR—, la subsecretaría de Asuntos Religiosos y la SEP. En 1857 es designado ministro de Relaciones Exteriores. Después es electo diputado federal por Tolimán y al mismo tiempo se le nombra ministro de la Suprema Corte de Justicia, por lo que ante la prohibición constitucional de ocupar dos cargos públicos de manera simultánea, prefiere el de legislador federal.
Lo mismo haría al terminar la ocupación francesa, rechazar otro nombramiento de ministro de la Corte.
Fue ministro plenipotenciario —no embajador— ante el Vaticano, pero Pío IX nunca le aceptó las credenciales, y mucho menos lo recibió por haber México expedido y aplicado las Leyes de Reforma que limitaron el poder y derechos de la Iglesia católica.
Al entrar las tropas francesas, en 1863, a la capital mexicana emigró a Mazatlán, donde también ejerció de abogado litigante con gran éxito, pero después fue desterrado a Francia por sus ideas políticas, logrando regresar a México hasta que Juárez derrotó al imperio de Maximiliano. En 1869 vuelve a ser diputado federal, y en 1881 se reelige y se ocupa de la cartera de Justicia con el presidente de la República, Manuel González, al que le renuncia por motivos de salud en 1881. Muere el 5 de enero de 1883 en su casa de la calle de Moneda en la ciudad de México, y sus restos están enterrados en el panteón de Dolores en la delegación Miguel Hidalgo, como me lo indicó el culto cronista Omar Arteaga Paz, por lo que sería pertinente traerlo a su tierra al Panteón de los Queretanos Ilustres. Su esposa se llamó Jesusa Rebollar y se ignora si tuvieron descendencia.
Sí, como lo lee usted: Ezequiel Montes no tiene estatua ni placa ni columna en el mausoleo queretano.
Palabra de cronista: No está Ezequiel Montes en nuestro mausoleo, y con mucho es el queretano más distinguido en el inestable siglo XIX mexicano; ¡Claro, después de Doña Josefa Ortiz de Domínguez! Por ello el señor gobernador José Eduardo Calzada Rovirosa me encargó la investigación, para que, dependiendo de su resultado, lanzáramos la iniciativa ante el Consejo Consultivo respectivo y traer a don Ezequiel a su sitio de honor ese mismo año. Su estatua principal está en la plazuela Mariano de las Casas. En esta plaza sesentera no representa nada que tenga que ver con el excelente orador y parlamentario cadereytense que llegó a presidir por tres veces —electo por unanimidad— el Congreso de la Unión. También tiene estatua en el municipio que lleva su nombre, además de un busto en su natal Cadereyta.
Pues en julio de 2014 fui al panteón de Dolores, en Tacubaya, en busca de los restos de don Ezequiel Montes, el prócer queretano más grande e importante en el siglo XIX –después de Josefa, que no nació en Querétaro- por culpa de Santa Anna. Me dirán mis amigos que por qué digo esto de “por culpa de Santa Anna”: pues sí, si Santa Anna no hubiera perseguido al gobernador liberal de Querétaro, Lino Ramírez, la señora esposa de este hubiera parido a su escuincle Ignacio Ramírez, el futuro “Nigromante” en esta beatífica ciudad y no en San Miguel de Allende, ciudad que está llena de monumentos, centros culturales y monumentos del cerebro mexicano más lúcido en el constituyente de 1856-1857, mismo que recién nacido regresó a Querétaro donde estudió hasta el bachillerato en los antiguos colegios nacionales, hoy Universidad Autónoma de Querétaro, en el edificio jesuita de la calle 16 de Septiembre.
Perdonando esta digresión, Ezequiel Montes es entonces el nacido en Querétaro más famoso del siglo XIX, y a quien no hemos colocado en el recinto de honor que merece de sobra. Para estar en el Panteón y Recinto de las Personas Ilustres no son necesarias las cenizas de los homenajeados, como lo pueden atestiguar las efigies sin restos mortales de El Marqués y Valentín Frías, entre otros. Pero me dije: “¿Qué tal si doy con las cenizas de don Ezequiel Montes que murió el 5 de enero de 1883 y fue enterrado en el panteón de Dolores el 7 de enero de ese mismo año?”. Agarré un taxi y con mi traje oscuro y un calor infernal me apersoné en la administración donde amablemente me atendieron y enseñaron libros y copias de registros. En manuscrito encontré la fecha del entierro, mismo que se anotó en el lote 5 y tumba 24. Yo pensé: “ya estuvo”, pero los administradores me enviaron al lote 5 con muchas advertencias al calce con dos viejitos sepultureros que tienen trabajando allí desde 1956. Las advertencias giraban en torno a que en 1921 se hizo una exhumación masiva y remodelación por órdenes del presidente Álvaro Obregón y que don “Cheque” Montes se pudo haber ido allí sin registrarse el hecho.
Por más que los sepultureros y este armero y placero soportamos la contaminación, polvo y sol calcinante, no encontramos nada, simplemente porque la numeración y línea de 1883 ya no coincide con la clasificación actual que data de 1921.
Sí hay muchas probabilidades que estén las cenizas del ilustre cadereytense entre tantas tumbas y fosas abandonadas, pero ni rastro de identidad y no creo que el gobierno estatal pague diez mil pesos por hacer la prueba del ADN de cada resto encontrado y además ¿contra quién confrontamos los datos si al parecer don “Cheque” y su esposa solamente tuvieron dos hijos que a su vez no dejaron descendencia? No me arriesgo a señalar que tal por cual tumba es la de don Ezequiel y que los restos depositados en ellos son los del jurista queretano, ya que quedaría en ridículo mi persona y mi institución ante tales suposiciones como las vertidas por los paleros del “profe” Eduardo Loarca en torno a los supuestos restos de Ignacio Pérez o los de los héroes de la Independencia en que hasta restos de animales encontraron los modernos peritos forenses. ¡Eso nunca me lo permitiría! Como tampoco voy a permitir que un tramposo y mentiroso engañe a mis dos amigos munícipes. Les vendo un puerco mitómano.