QUERETALIA
EL QUERÉTARO DE LA REPÚBLICA
Continuamos con lo que pasó en Querétaro una vez derrotados los imperialistas aquel 15 de mayo de 1867. Dice Valentín Frías: “A mi casa entraron dos jefes y dos sargentos a buscar hombres; y sin embargo de encontrar en ella a tres o cuatro muchachas y unos chiquillos, no les oí palabras inconvenientes. Mi padre, mi tío y un vecino, estaban en un escondite y nuestro mozo tendido largo a largo en el pesebre de la caballeriza. Nada sacaron de allí”. Aclaro que esta familia Frías Frías era de filia conservadora a diferencia de los Frías y Soto que eran de los pocos liberales queretanos, además de que éstos fueron distinguidos intelectuales que brillaron en la misma capital mexicana.
La versión de una supuesta traición pasó de las murmuraciones domésticas a las planas de la prensa nacional en los siguientes días, y hacia el 1o. de julio de 1867 llegaría a las páginas de los más importantes rotativos europeos y norteamericanos. Firmemente se inició la reorganización del gobierno estatal y es así como se publicó por el comandante militar del Estado de Querétaro, Julio María Cervantes, el primero de sus decretos, en el cual obligaba a los empleados civiles pertenecientes al llamado gobierno imperial a presentarse en un plazo no mayor a 24 horas en la comandancia militar estatal, y de no ser así, serían pasados por las armas de manera inmediata donde se hallaran. La rúbrica de don Hipólito Alberto Viéytez, secretario general de Gobierno, refrendó este instrumento.
Se restablecieron las comunicaciones con la Ciudad de México y con San Luis Potosí a través de diligencias. Se estableció en un segundo decreto una restricción a la libertad de tránsito: se podía circular de la ciudad a puntos foráneos con el requisito de presentar el pasaporte militar, so pena de castigos que no fueron enumerados. Esta medida obedecía al temor de que los generales imperialistas que no habían sido detenidos pudieran escaparse. Inés de Salm Salm, esposa de Félix, viene en camino a Querétaro después de estar cerca del presidente Juárez en San Luis Potosí y solicitar ver a su marido. Las rosas de la princesa comenzaron a expandir su aroma.
Julio María Cervantes, comandante militar del estado de Querétaro, emitió otro decreto en el que dispuso que todos los militares heridos que hubieren pertenecido al ejército sitiado deben dar aviso de su residencia o lugar de procedencia para disponer lo que convenga, bajo severas advertencias al que no cumpla con ello. Hasta el 20 de junio tuvo lugar la ceremonia en honor a Damián Carmona, frente al templo de San Francisco en la antigua plaza del Recreo. En México, Díaz volvió a abrir fuego contra los sitiados por haber recibido de Juárez un no rotundo a una rendición condicionada. Los austriacos se refugiaron en el Palacio Nacional y ondearon una bandera blanca, para hacer notar que ya no participaban en las hostilidades. Ante tal situación, Tavera ofreció la rendición incondicional al valiente Porfirio, que tomó la Ciudad de México al día siguiente —21 de junio— y sólo dejó en manos de lo que restaba del Imperio la ciudad de Veracruz, en donde poco a poco tomaron ruta hacia Europa tanto extranjeros como mexicanos.
Los amigos de Maximiliano volvieron a solicitar la entrega del cadáver de éste para llevárselo vía San Luis Potosí rumbo a Tampico y de ahí a Viena. Se dijo que estaban enfermos de la impresión del fusilamiento los sacerdotes que asistieron a los ejecutados del día 19 de junio, en especial el padre Soria. Se supo algo en Querétaro de la caída de la capital hasta el 22 de junio en que con toda certeza se publicó en La Sombra de Arteaga, que sigue editándose en los sótanos del convento de San Antonio. Los chismes dieron lugar a que descendieran la estima y el prestigio social de que gozaba Licea antes del Sitio: ahora lo rodeaba una pesada atmósfera que lo llevará en un tiempo más a encarar un proceso penal ante un juez de la Ciudad de México por la acusación que le haría el vicealmirante austriaco, al que supuestamente el médico le ofreció en venta la mascarilla de muerto y órganos de Maximiliano.
El sábado 23 de junio desayunaron los queretanos con el macabro rumor de que la ciudad sería devastada piedra por piedra y que la entidad desaparecería como estado miembro de la Federación Mexicana: esto, por haber sido afecta al Imperio, a grado tal que los republicanos la bautizaron como Ciudad Traidora, y que se harían efectivas estas medidas radicales una vez que pasara por esta ciudad, rumbo al entonces Distrito Federal, el presidente Benito Juárez. Los más significados queretanos se comprometieron a presentar un informe de cuánto sufrieron miles de vecinos precisamente por no querer ayudar voluntariamente a los imperialistas que se apoderaron de la urbe y sus alrededores.6 Muchos fuereños republicanos echaban en cara a los queretanos el no haber emprendido operaciones en contra del Imperio desde la plaza. “Bien sabe Dios que hay aquí [en Querétaro] más gente dispuesta a llorar al Archiduque, que no a alegrarse porque lo aprehendieron”. Los queretanos contestaron “¿Acaso nosotros habíamos llamado a Maximiliano y los suyos?” Aquí es donde los franceses no pu- dieron reunir ni siquiera 10 firmas de adhesión al Imperio en 1863-1864, recordó Luciano Frías y Soto en su periódico La Sombra de Arteaga.
Fue reabierta y puesta en funcionamiento de nuevo la paralizada fábrica El Hércules, propiedad de Carlos Rubio, quien la recibió de los republicanos. Algunos exaltados y trasnochados liberales fuereños propusieron que el Gólgota queretano ya no llevara el nombre de Cerro de las Campanas sino el muy extraño y exótico de Roca Tarpella del Imperio. El domingo 24 de junio Escobedo escribió, desde San Luis Potosí a su cuartel general, que se sacara una foto al vehículo que sirvió de transporte a Maximiliano rumbo al patíbulo. Se pidió que la placa fuera tomada lejos de miradas acusadoras, por lo que se escoge como escenario la esquina de Ribera del Río con calle de El Puente, frente al mesón de la Otra Banda o de San Sebastián. Teniendo conciencia de que el triunfo republicano en Querétaro es realmente la segunda independencia de México, los objetos relacionados con este hecho histórico empiezan a revalorarse y se ha soltado una verdadera plaga de compradores, que hasta a los mismos sacerdotes de los condenados les quieren comprar los crucifijos utilizados en los momentos postreros. En otro orden de ideas, se designó al coronel Cosme Varela como fiscal especial para la investigación de los muchos delitos cometidos por los imperialistas a los indefensos queretanos: no deben quedar impunes las múltiples tropelías. Esta indagatoria tenía dedicatoria contra el general Severo del Castillo que todavía estaba preso en Teresitas esperando sentencia. El día lunes 25 de junio —lo mismo que el martes 26— transcurrió con el levantamiento de denuncias en este sentido, muchas de las cuales provocaron horror por los abusos imperiales cometidos.
El miércoles 27 de junio, a la semana del fusilamiento, por fin se concluyó el malhecho embalsamamiento de Maximiliano por Licea, al que se le aumentó su fama tétrica, por el decir popular que no tenía más comprobación que el chisme de boca en boca. Decían los sin quehacer que el ginecólogo de referencia se lavó las manos con sangre del ex monarca en el propio cadáver y que su amigo el coronel Palacios había ordenado echar las vísceras del rubio a los perros. Rivadeneira rindió informe de esa operación al general Mariano Escobedo y entregó, el jueves 28 del mismo mes, el cadáver de Maximiliano a Miguel Palacios, que montó una fuerte vigilancia dentro y fuera del templo capuchino. Don Mariano regresó el 28 de junio a Querétaro.
Se informó en Querétaro que, desde el día 27 de junio, cayó Veracruz en poder de la República, y con la heroica ciudad cayó también el último baluarte del sueño imperial.
El 29 de junio trataron infructuosamente los allegados a Maximiliano de recoger su cadáver pero Lerdo de Tejada volvió a dar una negativa, permitiendo sólo que en el templo de San José de Las Capuchinas se le hicieran oficios religiosos al enemigo caído. Como seguía vacante la plaza de obispo de Querétaro, hace la función el vicario Manuel Soria y Breña, quien encabezó las honras fúnebres a su amigo y feligrés muerto. Al ver que había sido poco respetuosa la gente en general con el recinto donde estaba depositada la mortaja imperial, el cuartel general decidió llevarlo con el resguardo del batallón de Supremos Poderes a la casa de la familia Cabañas Muñoz Ledo, ubicada en las calles de El Ángel y Segunda de Santa Clara (hoy Archivo Histórico del Estado, en Madero 70), la triste tarde del 30 de junio. No se permitió el paso a nadie.