QUERETALIA
EL QUERÉTARO MISIONERO
Uno baja la Sierra Gorda desde Jalpan rumbo al valle de Concá y de pronto estalla el barroco de la más ingenua fe católica que se puede encontrar en las cinco joyas de los templos misionales juniperianos: me refiero al templo de San Miguel Concá, el más pequeño, el que más pronto se empezó a construir –marzo de 1750, tres meses antes de que llegara San Junípero-; es el que más pronto se concluyó, al que visitó más veces Junípero –después del de Jalpan, pero que en su fachada retrata la sencillez y candor de sus constructores y feligreses indios, pero no por ello falto de belleza o maestría. Los cronistas, historiadores y expertos en la Estética nos dicen con toda razón que la fachada de Concá es el triunfo de la fe, pero también una lección contundente de Teología en que San Miguel Arcángel vence al demonio y lo ofrece a la Santísima Trinidad que preside al mundo en lo más alto de la fachada en comento, misma que se representa por tres jóvenes barbados, llamada también “el monstruo divino”. La Trinidad es el origen y fin de todo lo creado, está por encima de los santos, los ángeles y de toda la creación.
En la cima del frontispicio encontramos al globo terráqueo dominado por el Dios trino, en medio de los perfumes de los huele de noche, limoneros, naranjales y manglares, en una poesía de naturaleza y barroco, donde lo mismo están plasmadas en la churrigueresca fachada un conejo, dos leones, dos águilas bicéfalas, páramos, un perro con San Roque, San Francisco de Asís con una calavera, San Fernando Rey, San Antonio de Padua, serpientes, mascarones, granadas, mazorcas, angelitos, y otros monstruillos hijos de la imaginación de los silvestres alarifes. ¡Todo es un ambiente de sensualidad arrullado por las aguas del río Conca!
En Querétaro nadie desconocía que las fortunas de los poderosos hacendados serranos se habían formado con mercedes y concesiones obtenidas por la pacificación militar de la región. En general, esas condiciones permitieron que en la Sierra Gorda fuera usual la práctica de la esclavitud y la de encarcelar a los indígenas, hacerlos prisioneros y exigir fuertes sumas o dones por rescate. En 1743, Escandón había reconocido el territorio de la Sierra Gorda en su totalidad, buscando no las altas montañas, sino cinco valles fértiles donde finalmente se asentaron cinco pueblos que darían tributo a la Corona española antes de ocho años.
El 5 de abril de 1744 Escandón sale de Querétaro y entra a la Sierra Gorda por Cadereyta y funda las misiones de Santiago de Jalpan el 21 de abril; San Miguel Concá, el 25 de abril, recibiéndola fray Pedro Pérez de Mezquia y poniendo en ella a dos sacerdotes religiosos y a un lego, fray Joaquín de Osorio y fray José Murguía; la Inmaculada Concepción del Agua de Landa, el 29 de abril; San Francisco Tilaco, el 1º de mayo y Nuestra Señora de la Luz de Tancoyol, el 3 de mayo. Es de llamar la atención que la misión de Concá se llamara originalmente San Miguel de Fonclara y la de Landa Santa Rita de Agua de Landa. Jalpan significa “sobre la arena del cerro”; Concá puede significar “lugar de ollas” o “laguna de ranas”; Landa significa “cenegoso”; Tilaco quiere decir “en el agua negra” y Tancoyol “lugar del dátil silvestre”.
Esto no significa que se hayan construido los templos barrocos que ahora conocemos en dichos lugares, sino que se fundaron las misiones en el sentido jurídico y político de la palabra; es decir, ante escribano real la Corona española señalaba varios kilómetros cuadrados con el objeto de que los frailes franciscanos del convento de San Fernando, con sede en la ciudad de México, invitaran a los indígenas a vivir en un lugar común donde se les enseñaría el catecismo, el idioma español, artes y oficios, así como cultivar la tierra y la ganadería. Con esta finalidad Escandón sugiere al virrey expulsar a los frailes agustinos de la Sierra Gorda y entregar los sitios misionales a fray Pedro Pérez de Mezquía. Estas misiones llegaron a reunir unos tres mil quinientos indios, y estaban protegidas por un capitán al frente de una compañía.
Los dueños del trapiche y hacienda de Concá colaboraron con tierras, en la fundación de la misión del mismo nombre, como se deja ver en el testimonio del informe que el el Conde de Sierra Gorda rinde al vierrey entre 1762 y 1763: “don Cristóbal Manuel de Rama y don Pedro Pablo de Rama hijos y herederos legítimos del referido capitán don Gaspar Fernández de Rama difunto, hacen donación a la referida misión de Concá de tres sitios y seis caballerías de tierra, de que tienen títulos y mercedes ubicadas en el nominado rumbo, desde la precitada misión de Concá hasta la Laguna nombrada de Concá, pidiéndole en su recompensa y de las demás tierras, que para dichas cinco misiones se les han tomado, dos pedazos, que se hallan realengos y sin perjuicio de tercero, el uno en los altos de San Juan entre dichas misiones y la Villa de Herrera y el otro en el camino , que sale de Xalpan para la Tarjea deseoso de proveer la referida misión sin daño de tercero en lo posible, como me esta ordenado y lo pedido por el dicho reverendo padre Fr. Joaquín Osorio”.
Óscar Cabrera Arvizu sostiene que quizás Junípero Serra ni siquiera vio el inicio de las obras de construcción en Landa y Tancoyol, porque se fue de Sierra Gorda en el año 1758.
Si bien como presidente de todas las misiones solamente duró tres años, es indudable que por su empeño en dirigir la misión jalpense fue ejemplo para el resto de los misioneros que estaban al frente de las otras cuatro misiones.
Al llegar Serra a la Sierra Gorda ya se encontraban en ella los padres José de Campos y Miguel Molina, en Landa; además de José Antonio Murguía, en Concá. Con Junípero Serra llega la “edad de oro” de las misiones de la Sierra Gorda que la misma naturaleza favoreció, ya que no vuelve a nombrarse el clima “muy caliente y húmedo” que había matado a cuatro frailes y, sobre todo, llueve por fin de manera consecutiva por varios años, después de una penosa y larga sequía. Gracias al genio de Mallorca las cosechas son abundantes y por primera vez “los indios no tienen que andar de vagabundos entre los montes buscando su alimento como fieras”.
Concá tenía abundantes tierras de labor, tanto de riego como de temporal, donde los indígenas hacían sus siembras de maíz, frijol, chile, algodón, plátanos y otras semillas, supervisados por los misioneros, guardando en trojes y graneros las cosechas.
Fray Junípero –como buen catedrático de Teología- diseñó las portadas de cinco templos misionales dirigidos al propósito de la enseñanza religiosa, y al haber participado los indios en su construcción y decorado, se creó “el barroco mestizo”, el arte de la fusión entre lo español e indígena, en un verdadero alarde de lo sincrético, aunque Óscar Cabrera Arvizu cuestione si Serra diseñó o no la fachada de Concá por haberse empezado a construir este templo misional antes de la llegada del mallorquí en junio de 1750. Cabrera Arvizu también afirma que la aportación de Serra en la construcción del inmueble de Concá va más bien el concepto teológico manejado en la iconografía y decoración ya que el mallorquí tenía estudios y doctorado en Filosofía y Teología, habiendo sido catedrático por diez años en la Universidad de Luliana en Mallorca. Serra permitió que se representara con tres figuras humanas a la Santísima Trinidad -en lo alto de la fachada de Concá – violentando lo dispuesto en el Concilio de Trento, pero justificó su acción de humanizar la imagen ante la persistencia de los idólatras indios para cometer crímenes y pecados, había que ser claros en el mensaje y evitar confusiones. El objetivo de tanto arte y belleza en las fachadas era el de atraer, emocionar, convencer y conquistar a los indios al nuevo orden: fueron verdaderas lecciones de Teología plasmadas de manera permanente en estuco y en argamasa. El templo de San Miguel Concá se terminó en 1754 cuando Serra aún era presidente del gobierno de las misiones.
En el interior de la iglesia misional de San Miguel Concá destacaba un retablo dorado impresionante y primoroso, además de la señera imagen de la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, lo que nos da una idea del arte refinadísimo y la riqueza del interior del templo en el siglo XVIII y es de imaginarse el gozo que sentían los pames al entrar allí, anunciándoles la didáctica y bella fachada de la existencia de un Dios nuevo, al mismo que corroboraban dentro de la nave, como si estuvieran en otro mundo.