En México muchos aseguran que poder presidencial sigue un patrón predecible: el presidente entrante asume el poder, mientras que el saliente lo pierde rápidamente. Así ha sido tradicionalmente. Por esta razón sugieren que con Claudia Sheinbaum sucederá lo mismo, aunque AMLO no quiera. Esta idea está profundamente arraigada en la historia política del país, especialmente durante los más de 70 años de dominio del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sin embargo, la coyuntura actual sugiere que este patrón podría no repetirse con la próxima presidenta de México.
La hegemonía del PRI durante gran parte del siglo XX se caracterizó por una marcada institucionalidad. El término “institucional” no solo formaba parte del nombre del partido, sino que también reflejaba una estructura política donde el presidente saliente se alejaba de los asuntos del nuevo presidente, permitiendo una transferencia de poder relativamente ordenada. Esta vez, las circunstancias son diferentes.
AMLO no solo ha mantenido una fuerte presencia durante su campaña, también influyó decisivamente en la selección de los nuevos diputados, senadores y gobernadores. Estos funcionarios no fueron elegidos por Claudia Sheinbaum, sino por López Obrador. De hecho, vetó algunos que ya habían sido palomeados por la próxima presidenta. En consecuencia, su lealtad está dirigida más hacia AMLO que a Sheinbaum, lo que sugiere una continuidad en la influencia del presidente saliente sobre el gobierno entrante.
Este nuevo contexto de lealtades políticas podría alterar la dinámica del poder presidencial en México. En lugar de una transferencia de poder donde el presidente saliente pierde rápidamente su influencia, podríamos estar ante un escenario donde AMLO continúe ejerciendo una considerable fuerza política a través de los funcionarios que seleccionó. Una especie de co-gobernanza o, al menos, una influencia prolongada de López Obrador en la administración de Sheinbaum.
Además de las lealtades políticas, otro factor crucial que altera el panorama es un potencial referéndum a los tres años del mandato presidencial. Este mecanismo permite a los ciudadanos decidir si la presidenta debe continuar en su cargo. La existencia de este referéndum introduce una nueva variable de inestabilidad del mandato presidencial. Significa que el presidente entrante deberá mantener un alto nivel de apoyo popular para evitar ser destituido a mitad de su mandato.
Esto incentivará a Claudia Sheinbaum a mantener una estrecha colaboración con AMLO, quien sigue y seguirá siendo una figura influyente y muy popular. La necesidad de asegurar la continuidad en el cargo seguramente llevara a Sheinbaum a buscar el “apoyo y el consejo” de López Obrador, reforzando aún más la influencia del presidente saliente. De hecho, hace unos días Lopez Obrador fue muy claro al indicar que: “sólo atendería yo a un llamado de mi presidenta, también haciendo uso a mi derecho de disentir”. Al buen entendedor, pocas palabras.
También se deben evaluar las significativas diferencias estructurales que existen entre el PRI y Morena. Estas influirán, sin lugar a duda, en la dinámica del poder presidencial. El PRI operaba bajo una estructura piramidal bien definida, donde la autoridad fluía de arriba hacia abajo, asegurando una disciplina y control internos robustos. En contraste, Morena está compuesto por diversas facciones, comúnmente denominadas “tribus”, que pueden levantarse y desafiar la autoridad central en cualquier momento.
Las “tribus” morenistas implican que Claudia Sheinbaum tendrá que navegar un paisaje político interno mucho más complejo y potencialmente volátil que el que enfrentaron los presidentes del PRI. La cohesión interna del partido no está garantizada, y las lealtades pueden ser fluidas y sujetas a cambios según los intereses y alianzas de cada grupo. Aunque hay muchos incrédulos, el contexto ya cambió. Se avecinan grandes cambios.