Yo ignoro si alguno de los periodistas asimilados por la Cuarta Transformación para llevar adelante su castrante proyecto de control comunicacional, sepa quienes fueron Benjamin C. Bradley o Richard Hardwood, a quienes he escogido para ejemplificar algunas de estas consideraciones sobre la fidelidad o traición profesional en favor de la amistad por un político.
Cuando la amistad se resuelve y explica en la nómina, pues deja de ser cualquiera de las dos cosas. Se convierte en un empleo y entonces cae en otras circunstancias.
No recuerdo a quien –pudo ser a Carlos Hank– , Julio Scherer, cuyo nombre quizá si conozcan los validos de la cofradía andresiana, le dijo: usted y yo no podemos ser amigos, porque nuestras profesiones nos distancian hasta involuntariamente.
También esa me parece una exageración.
Si alguien desea leer un libro maravilloso para la profesión debería recurrir a “Conversations with Kennedy”, del ya citado Bradley. Para los monolingües hay una traducción muy buena de Lasser Press Mexicana. (“J.F. Kennedy en la intimidad”).
Dice Bradley:
“¿Cuál es la línea divisoria entre la amistad y el profesionalismo? La intimidad trae el acceso que es esencial para el entendimiento, pero con la intimidad vienen lealtades potencialmente contrapuestas…es casi imposible escribir un artículo que les guste (a los políticosamigos), incluso si es un trabajo completamente favorable para ellos. Siempre encuentran un párrafo para quejarse…”
Y hay otro ejemplo vivo de esta circunstancia. Es la historia de Richard Hardwood un reportero del Washington Post a fines de los años sesenta. Ocurrió en junio de 1968.
En el piso de la cocina del hotel Ambassadeurs de Los Ángeles, Hardwood sostenía la cabeza herida de su amigo Robert Kennedy quien había sido asesinado. Bob era su gran amigo, por eso estaba ahí esa noche.
“…Bajé la vista hacia aquel pobre hombre con su cabeza sobre mis piernas y me pregunté: ¿Qué chingaos eres, amigo o periodista? Al final de aquellos torturadores segundos, Hardwood llamó a su oficina, tomada su decisión en favor del periodismo.”
Obviamente esta historia tiene muchas similitudes, algunas conocidas con Lomas Taurinas, pero escogí esta para no transitar por las arenas movedizas de la sensibilidad ajena.
Hoy en las actuales circunstancias de periodismo oficial y sus muecas grotescas, sus tribunales de poca monta y menor calidad, su obsesión por confiscar la verdad y el espacio para decirla, los amigos del gobierno causan risa. Ni siquiera aprendieron el elegante recurso del decoro. Se van de bruces, se exhiben dóciles y orgullosos ante el amo. El tapete.
Bradley analiza esta relación así:
“… Toda la finalidad de una campaña desde el punto de vista de los políticos, es dar a la prensa algo favorable que escribir acerca del candidato, y la prensa resiente -de una manera vaga– que se le utilice de ese modo. Todo el objetivo de la campaña, a juicio de la prensa, es llegar a conocer al candidato (o al presidente), tal como es en realidad, no como sus operadores de relaciones públicas dicen que es…”
Aquí se podría decir, conocer al presidente como es, no como aparece en su autorretrato cotidiano.
El problema es sencillo. Algunos sabemos cómo es el presidente y no hemos sucumbido al imaginario efecto taumatúrgico de la silla presidencial.
Sigue siendo igual a como lo hemos visto y analizado –sin buscar su amistad o cercanía–, en los últimos veinte o veinticinco años. Y si entonces no fuimos sus seguidores, ni sus enemigos, ahora tampoco lo somos. Los conversos cada vez son menos.
Los hechos recientes en el ¿Quién es quién en las mentiras de la prensa?”, ha creado un espacio prejuicioso y denostoso sin calidad ni rigor, cuyos efectos recaerán contra su creador.
Cuando un gobierno acaba, ya no sirve la propaganda. Apenas sobreviven ciertos mecanismos en favor del nuevo sol.
Hoy es como un ballenero. Mañana un náufrago entre las pirañas.