Nuevamente la periferia. Una vez más, las mujeres.
El pasado 3 de agosto se dio a conocer que Amealco de Bonfil, municipio ubicado en la Sierra Queretana y orgullosamente nombrado “Pueblo Mágico”, se encuentra entre los 20 municipios con mayor índice de feminicidios a nivel nacional, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Una noticia que duele, pero que no sorprende.
Hace apenas unos meses, desde Adax Digitales nos movilizamos ante el indignante feminicidio de Rosita. Su muerte pudo prevenirse, su ausencia no fue inevitable. Era una oportunidad —una más— para que el gobierno municipal se hiciera cargo, para que reconociera la gravedad del contexto, para que dejara de mirar hacia otro lado. Pero no. Las autoridades locales hicieron lo que mejor saben hacer: guardar silencio, minimizar los hechos y simular que todo está bajo control.
Quienes nos dedicamos a acompañar a mujeres sabemos bien que Amealco no está exento de la violencia feminicida, ni de las condiciones estructurales que la propician. Al contrario, las profundiza. El abandono, el racismo, el clasismo, el machismo arraigado, la falta de acceso a servicios, a justicia, a redes comunitarias de apoyo, a oportunidades laborales reales para las mujeres, son parte del caldo de cultivo que termina cobrándose vidas. Y sin embargo, seguimos viendo a presidentes municipales que piensan que su trabajo termina cuando “canalizan a la Fiscalía”.
El fin de semana pasado, se localizó el cuerpo de una mujer con reporte de desaparición desde hace tres años. La noticia no fue suficiente para que el presidente municipal de Amealco asumiera alguna responsabilidad. Al contrario: declaró públicamente que “no está seguro” de que su municipio ocupe un lugar destacado en los índices de feminicidio, y que según él, solo se ha enterado de dos casos.
Las palabras importan, y la ignorancia institucional también es violencia. Decir que no se está seguro de una estadística oficial no es una opinión: es una estrategia para desinformar, para deslegitimar las luchas y para seguir evadiendo responsabilidades. Es el equivalente a decir “aquí no pasa nada”, mientras las mujeres desaparecen, son asesinadas o viven con miedo todos los días.
Amealco, como muchos otros municipios del país, necesita urgentemente autoridades que entiendan qué significa realmente prevenir la violencia contra las mujeres. Porque no, prevenir no es capacitar a las mujeres para que “sepan qué hacer” cuando algo les pase.
Prevenir no es hacer un folleto, ni firmar un convenio que nadie aplica, ni salir en la foto del 8 de marzo. Prevenir es trabajar todos los días para construir condiciones de vida dignas, libres de violencia, con igualdad y justicia.
Prevenir es reconocer que las mujeres no denuncian porque el sistema no les garantiza seguridad, justicia ni reparación. Que muchas de ellas no pueden salir de sus contextos violentos porque dependen económicamente de sus agresores. Que muchas son indígenas, jornaleras, madres solteras, adolescentes, mujeres que no caben en los moldes que la política tradicional está dispuesta a escuchar.
El municipio tiene una responsabilidad que va más allá de “canalizar”: debe invertir en programas comunitarios, en educación con perspectiva de género, en espacios seguros, en redes de apoyo local, en formación constante a su personal de seguridad y de atención ciudadana. Debe dejar de ver la violencia contra las mujeres como un tema aislado, y empezar a entenderlo como una emergencia estructural que requiere acción inmediata.
Amealco, como muchos otros pueblos y comunidades del país, ha sido románticamente retratado por su belleza, su cultura otomí, su bordado tradicional. Pero detrás del discurso turístico, hay una realidad que se intenta mantener oculta: las mujeres siguen siendo asesinadas, desaparecidas, silenciadas.
Y aún con todo, las autoridades municipales siguen creyendo que basta con declarar que “todo está bien”.
Este no es solo un problema de Amealco. Es un espejo. Un recordatorio de todo lo que no se está haciendo. De todo lo que se ha normalizado. De lo que las mujeres tienen que enfrentar día con día sin que nadie se haga responsable.
Por eso seguimos aquí. Porque no vamos a dejar de nombrar lo que ocurre. Porque no vamos a permitir que el silencio siga matando. Porque no basta con indignarse: hay que actuar, exigir, incomodar.
Las mujeres de Amealco, y de todo México, merecen vivir. Sin miedo. Sin simulación. Sin gobiernos que les den la espalda.







