Escribí una crónica para una clase de periodismo, con mi maestro y narrador Gustavo Sáinz (QEPD); era apenas un estudiante de los años 70. Reseñé los días de muertos, en Tuxpan, Veracruz. No era nada original porque recordaba aquellos días de plaza previo al primero y dos de noviembre. La gente acude al mercado improvisado por mandarinas, naranjas, flores de difunto, hojas de plátano para los tamales que acompañan al altar de los que llegarán esos días.
Lo que se adquiere en el mercadillo no llega de manera habitual: indígenas de diversos idiomas, y mestizos, bajan de la sierra en bote por el río Pantepec para vender su mercancía: frijolillo recién arrancado de la planta para tamales de los niños idos (ángeles), así como los de calabaza, los más sabrosos que solo por esa temporada se consiguen. En las casas se prepara la tamalada con leña, de manera primitiva, aunque hoy el gas en el hogar moderno aniquila olores y costumbres.
Lo más creativo es el altar de muertos: con las ramas del árbol llamado guásima, una vara flexible con el que se forma la belleza de un arco adoratorio en el que conviven las pócimas y postres que esperan a difuntos: con veladoras y cirios morados, cempaxúchitl y mano de león. La palmilla es una que nace en los ranchos aledaños a Tuxpan y es la que embellece el retablo, de donde cuelgan naranjas, mandarinas, plátanos; la hermosura de un altarejo depende del buen gusto de quien lo realiza. De mi infancia recuerdo pasear por las casas de los vecinos mirando desde la calle altares que hasta hoy conservan ese juego con la muerte.
La última vez que vi un colorido sagrario fue en casa del pintor y amigo Nahum B. Zenil, originario de Chicontepec, Veracruz, en una visita, allá por el Estado de México: el vivo retrato de lo que conocemos como la consagración del evento: cuando los muertos que son nuestros familiares y amigos se acercan a tomar agua, pan, atole o aguardiente; y el exquisito zacahuil en horno de adobe, de la región huasteca.
Ignoramos cuánto durará este paganismo donde la religión poco tiene que ver porque son historias indígenas que llegaron para quedarse en México, con los muertos que viven en la memoria.