Entrar al espacio de Alejandro Medina es como atravesar un umbral hacia otro tiempo. No es tienda ni galería, tampoco taller en el sentido convencional: es un santuario. Cada objeto parece tener un alma propia, cada pieza vibra con la memoria de quienes la crearon o la poseyeron antes. “Este es mi templo”, me dice con serenidad, “mi santuario”. Y es verdad: en esas paredes conviven la obra de artistas como Gustavo Villegas, muebles antiguos, joyería vintage y telas que parecen respirar. Ahí Alejandro se encuentra con lo más profundo de sí mismo: con el silencio de la forma y el eco de la belleza.
“Desde niño fui coleccionista”, confiesa, con un brillo en los ojos que todavía conserva la inocencia de la infancia. “Guardaba revistas, recortaba, dibujaba. Me gustaba investigar de todo. Era muy disciplinado, muy curioso. Nunca he dejado de ser ese niño que coleccionaba cosas. Un creativo nunca para.” Y es cierto: su biografía es la suma de esas obsesiones tempranas. La arquitectura, el diseño gráfico, la moda, el estilismo, la fotografía, el interiorismo: todas son capas de una misma piel, manifestaciones distintas de un mismo impulso vital.
El niño que coleccionaba futuros
La curiosidad de Alejandro lo llevó a estudiar arquitectura. “Me decían que era la carrera más completa, la base de todo diseño”, recuerda. Estudió seis semestres antes de reconocer que lo suyo iba más allá de los planos y las estructuras. Se cambió a diseño gráfico y más tarde se adentró en el estilismo y la moda en Vancouver, Canadá, donde vivió ocho años. “Trabajé en tiendas de ropa, en serigrafía, en fotografía. Descubrí el retail, el branding, la moda como industria. Me di cuenta de que yo era un poquito de cada una de esas disciplinas. Todo eso me formó y me dio herramientas.”
En Vancouver entendió que la moda no era solo prendas: era fotografía, marketing, comunicación visual, espacios de venta, texturas. La creatividad como un sistema completo. “Allá estudié Fashion Management. Me di cuenta de que todo estaba conectado: el diseño gráfico para la publicidad, la arquitectura en los patrones y cortes, la fotografía en cada colección. Todo tiene que ver. Por eso digo que soy una fuente creativa más que un diseñador de modas.”
Japón y la revelación del negro
Si Canadá le enseñó la industria, Japón le reveló la estética. Durante un viaje de tres meses, descubrió que el negro sería su lenguaje. “Ahí me di cuenta de que la manera en que yo veía era la manera en que quería comunicar. Decidí usar el negro como base de todas mis colecciones. El negro es un lienzo limpio, fino, poderoso. Tiene miles de matices, de texturas. Se puede usar de día, de noche, y siempre comunica.”
Ese descubrimiento se volvió un manifiesto personal. Hoy, Alejandro se viste de negro casi todo el tiempo, y ese color se convirtió en su huella como diseñador. “El negro me identifica, me da libertad y coherencia. Es ausencia de color, pero también posibilidad de todos los colores.”

El daltonismo como don
Detrás de esa elección cromática hay también una historia personal. Alejandro es daltónico, una condición heredada de su abuelo. “De niño me lo señalaban como problema. Mis maestros le decían a mis papás que era un defecto. Durante años lo viví como una inseguridad. Pero con el tiempo me di cuenta de que era un regalo. Ver distinto me hizo más sensible. Lo que parecía un error, se convirtió en mi don.”
Hoy honra esa herencia no solo en su trabajo, sino en la forma en que mira el mundo. “Me gusta pensar que mi abuelo me lo heredó para que yo encontrara mi propia manera de ver. Y lo logré: mi sensibilidad visual nace de esa diferencia.”
Maka: el diálogo con lo ancestral
De todos los giros de su carrera, hay uno que lo marcó profundamente: su encuentro con las comunidades artesanas de Querétaro. Fue invitado por Sandra Albarrán a coordinar un proyecto que uniera moda y tradición. “Yo no tenía ni idea de la riqueza que había en mi propio estado. Me sentaba en la piedra, junto a las tejedoras, escuchando sus historias, viendo sus manos trabajar. Me di cuenta de que mi papel no era cambiar nada, sino dialogar con su herencia.”
Así nació Maka, un proyecto que integró el trabajo artesanal en colecciones de moda contemporánea. “Era impresionante: cientos de señoras formaban filas para traernos sus piezas. Nosotros las pagábamos, las cuidábamos, las convertíamos en prendas con calidad de exportación. Fue un reto y un aprendizaje. Maka se presentó en México, Washington y Milán. Puso en alto la raíz indígena y me enseñó que el verdadero lujo nace de la memoria ancestral.”
Esa experiencia lo transformó. Hoy sigue trabajando con artesanos y textileros, convencido de que el diseño verdadero no impone: escucha, honra, fusiona.
Concept designer: el alquimista de atmósferas
Hoy Alejandro Medina ya no se define únicamente como diseñador de modas. Su campo es más amplio. “Soy un concept designer. Vendo un estilo, un concepto que puede estar en una prenda, en un espacio, en una fotografía, en el interiorismo de un hotel. Todo comunica.”
Su casa es reflejo de esa visión: un museo íntimo de objetos vintage, joyería antigua, piezas con alma. “Las piezas me escogen a mí”, asegura. “No me da miedo la energía de otros tiempos. Al contrario: siento que esas piezas quieren continuar su historia conmigo. Yo les doy ese espacio.”
El interiorismo, la fotografía y la moda dialogan en su trabajo como un mismo lenguaje. Las líneas de la arquitectura se convierten en costuras; los cortes de la ropa evocan las geometrías de un edificio; una fotografía captura lo que luego se convierte en patrón. Todo es un tejido continuo.

Disciplina y rituales
Detrás de esa creatividad incesante hay una disciplina férrea. “Me levanto a las seis de la mañana. Ese café, esa música, esa hora para mí es sagrada. Planeo mi día, hago listas de a quién quiero llamar, incluso amigos que no veo hace meses. Después hago ejercicio. No importa si tengo pasarela o proyecto: ese ritual no se toca.”
El éxito, para Alejandro, no es la fama ni los reflectores, sino lo cotidiano. “Para mí el éxito es despertar y agradecer. Dormir en paz, sabiendo que tuve un día con propósito. Acompañar y dejarme acompañar. Eso es el verdadero éxito.”
Moda y sustentabilidad
Consciente del impacto ambiental de la industria, Alejandro apuesta por fibras naturales, telas recicladas y piezas duraderas. “La moda es de las industrias más contaminantes. Yo siempre busco telas sin plástico, fibras naturales. Y aplaudo a quienes vuelven a usar sus piezas o se atreven a comprar ropa usada. Así empecé yo: en Canadá, reciclando ropa y transformándola. Hoy la gente lo hace con orgullo, y eso es maravilloso.”
En su visión, la moda no debe ser voracidad, sino cuidado: prolongar la vida de lo que ya tenemos, complementarlo con nuevas piezas, vestir con conciencia.
La pasión que no descansa
Alejandro sabe que la creatividad nunca duerme. “Me voy a dormir pensando en proyectos y el sueño me da ideas. Al día siguiente tengo que hacerlas. Nunca termina. Y eso me encanta.” Su pasión se traduce en colecciones, en proyectos de interiorismo, en eventos como Walking Night, que organiza dos veces al año para apoyar a una Casa Hogar a través de la moda.
Lo que más lo apasiona, dice, es formar parte de la experiencia de la gente. “Que alguien diga: traigo un Alex Medina. Que mis piezas los acompañen en un viaje, en un recuerdo, en un momento especial. Eso es lo que me llena.”
Epílogo: habitar la belleza
Mientras conversamos en su santuario, rodeados de objetos y memorias, Alejandro sonríe. “No me imagino un día sin crear. No quiero dejar de dibujar, de fotografiar, de diseñar. Esto no es un trabajo: es mi forma de vivir.”
Quizá ahí esté la esencia de Alejandro Medina: un hombre que no se conforma con vestir cuerpos o decorar espacios. Su misión es más profunda: diseñar vínculos, memorias y maneras de habitar la belleza.








