COLUMNA
#SI ME MATAN
Durante esta semana, miles de mujeres en internet expresaron su indignación a través del hashtag #SiMeMatan ante el homicidio de una joven en la UNAM sobre el que la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México dio a conocer que la víctima antes de ser asesinada había consumido alcohol y drogas, sin proporcionar más información sobre las circunstancias del hecho o el probable responsable.
La indignación tuvo su origen en que el comunicado emitido por la Procuraduría daba a entender que el homicidio ocurrió a causa del estilo de vida de la joven, como si ello justificara lo ocurrido, es decir, que fue asesinada por no comportarse “como deben hacerlo las mujeres”.
Lo anterior demuestra la brecha que aún existe en materia de derechos humanos cuyo respeto hace posible que hombres y mujeres vivan plenamente, en un entorno que favorezca el libre ejercicio de sus derechos; lo que implica que deban adaptar su vida de acuerdo con sus propios intereses y no en función de roles que les son impuestos externamente.
En México vivimos un contexto complejo, ya que durante años las mujeres hemos vivido en condiciones de desventaja frente a los hombres por la cultura machista que aún predomina de manera casi invisible y que, incluso, muchas mujeres promueven en sus propias familias.
Muchas de las familias mexicanas se desarrollan asignando roles a sus integrantes de acuerdo con su sexo, sin tomar en cuenta que este tipo de acciones son las que favorecen la desigualdad tanto en la familia, como en la sociedad y las propias instituciones del Estado.
Las mujeres no están impedidas para trabajar como lo hace un hombre, ni los hombres lo están para hacer labores domésticas. De la misma manera, mujeres y hombres son tan capaces de beber alcohol, como de decidir a qué hora llegar a sus casas o de elegir los lugares a los que quieren ir.
Cuando una mujer es víctima de homicidio, violación u otro abuso, el estilo de vida es poco relevante y en realidad refleja el entorno de violencia y desigualdad en el que viven.
En nuestro país, las mujeres contamos con leyes, protocolos, instituciones y mecanismos de protección que tienen el propósito de erradicar la desigualdad y, a pesar de que aún tenemos tareas pendientes como en materia de violencia política de género, los avances ya son significativos.
Sin embargo, para lograr que la igualdad sea sustantiva, es decir, para que se refleje en la realidad y que se viva en carne propia, necesitamos reprogramar nuestro chip, nuestras mentes, para hacer visibles los factores de desigualdad y promover un cambio de cultura que deje de asignar roles, tanto a mujeres como hombres, a fin de que podamos vivir con dignidad, libertad y plenitud, sin justificar conductas que nos estigmaticen como mujeres.