La notable definición con la cual el señor presidente compendió su labor política e histórica; su definición propia, su esbozo intelectual definido y descrito (al menos en lo conceptual) en la amorfa aspiración del “humanismo mexicano”, parece cualquier cosa menos una tesis dotada de seriedad. Más bien es un titubeo a cuyos elementos se les busca un nombre, una frase más.
Oigamos sus palabras:
“…La política es, entre otras cosas, pensamiento y acción. Y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo de gobierno que estamos aplicando.
“Mi propuesta será o sería (¿o es, por fin?) llamarle humanismo mexicano, porque sí tenemos que buscar un distintivo, humanismo mexicano”.
En ese sentido el ya divulgado humanismo nacional, es un distintivo, una marca. No una escuela de pensamiento, como se podría sugerir.
Y sigue LO:
“…No sólo por la frase atribuida al literato romano Julio Terencio (Julio Terencio jamás existió ni dijo eso; quien eso escribió fue PUBLIO TERENCIO AFRO, o Africano), de que ‘nada humano nos es ajeno’, sino porque, nutriéndose de ideas universales, lo esencial de nuestro proyecto proviene de nuestra grandeza cultural milenaria y de nuestra excepcional y fecunda historia política.
“Ahora bien, ¿cuáles son los principios políticos, económicos y sociales del humanismo mexicano que postulamos y que inspira a la Cuarta Transformación?
Aquí el presidente, en su discurso dominical conmemorativo de los cuatro años de la Cuarta Transformación, resumió la política sin derrotismo; la democracia maderista, el progreso económico con justicia, el alejamiento de la tecnocracia y sus mediciones; la búsqueda de la felicidad y la atención invariable a pobres y humillados.
Todo eso está muy bien, y puede llamarse humanismo, aunque podría llevar otra marca. Se podría llamar democracia con justicia, por ejemplo.
Carlos Salinas de Gortari –como otro caso de bautismo de la propia ideología desde la cima del poder– llamó a su forma de gobernar, liberalismo social y con él pretendió sustituir el “nacionalismo revolucionario”.
Pero si el presidente invoca las ideas universales en su concepción local del humanismo, valdría la pena referirnos a algunas de ellas, porque el humanismo vertebra al Renacimiento.
“…La tendencia de las especulaciones humanistas en la Florencia de comienzos del siglo XV –dice Peter Watson–, está orientada a reconciliarse con la vida en la tierra y supone un rechazo implícito (y a veces explícito) de la abnegación hasta entonces asociada oficialmente con la religión…”
Pero el Renacimiento no habría ocurrido sin un nacimiento previo. Los hombres cuyos ojos apenas se acostumbraban a la luz del pensamiento libre, después del oscurantismo medieval, voltearon los ojos a lo ocurrido mil años antes en Grecia.
Por eso escribió Petrarca, el primer poeta humanista del mundo:
“… podrán, tal vez pasadas las tinieblas,
volver nuestros lejanos descendientes,
al puro resplandor del siglo antiguo,
verás entonces cómo reverdece,
Helicón* con renuevos, cómo tornan
A poblarse, sagrados, los laureles…”
Ahora ya sabemos del “humanismo mexicano”. Lo anterior requiere plantear una pregunta: cuando ocurrió el “Nacimiento Mexicano”.
No se sabe, excepto si se acepta la idea de la “grandeza cultural milenaria y de nuestra excepcional y fecunda historia política.”
Yo, al menos, no lo comparto.
*Monte de Grecia, casa de las musas.