GLOBAL BRIEF
Se cumplieron en días pasados 19 años de la histórica victoria de Vicente Fox en las elecciones presidenciales mexicanas del año 2000, mismas que pusieron fin a siete décadas de gobiernos del PRI. Hoy que tanto se habla de transformaciones en México vale la pena reflexionar sobre el verdadero significado de aquella jornada. Identifico tres narrativas al respecto. Todas equivocadas.
La primer narrativa sostiene que la victoria de Fox fue simplemente una alternancia de partidos. Los adeptos a ella suponen la existencia de una “auténtica democracia” que no se consiguió entonces y que al día de hoy sigue siendo un objetivo por alcanzar. El ejemplo más patente es John Ackerman, asesor del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien en el año 2015 publicó un libro titulado El mito de la transición democrática. Para Ackerman la “autentica democracia” es un tipo ideal de régimen en donde las necesidades materiales de todos los ciudadanos están satisfechas. Una definición muy estrecha bajo la cual ningún país calificaría como democracia. Por contra, en un sentido moderno, la palabra democracia se refiere a regímenes donde hay elecciones libres y todos los ciudadanos pueden votar y ser votados. Se dice fácil. No lo es.
La segunda narrativa sobre la victoria de Fox argumenta que con ella se inauguró la democracia en México. No es el caso. La transición democrática en México empezó en al año 1977 con la publicación de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procedimientos Electorales y terminó en 1996 cuando el Instituto Nacional Electoral (INE) recibió total autonomía respecto al poder ejecutivo —cuatro años antes de la victoria de Fox. Es decir, fue el fin de la transición la que facilitó el triunfo de Fox y no al revés. No podía ser de otra forma: la democratización del país no fue la obra de un sólo hombre sino de muchos. Fue una generación de mexicanos —en el PRI y en la oposición— la que durante dos décadas negociaron el establecimiento de reglas e instituciones democráticas. Hombres como Jesús Reyes Heroles, Carlos Castillo Peraza, Heberto Castillo, por nombrar sólo algunos. La espectacular victoria de Fox en el 2000 opacó la contribución de muchos de ellos. Una injusticia total.
La tercer y más dañina narrativa sobre la victoria de Fox es que dio paso a una democracia germinal. Esta posición es muy común entre analistas liberales —Enrique Krauze, Jesús Silva-Herzog Márquez, Carlos Elizondo Mayer-Serra, etc. Le adjetivo dañina por dos razones. La primera porque es falsa y la segunda porque fue usada para desacreditar a las autoridades electorales en 2006 y 2012 por AMLO. Cuando digo que es falsa me refiero a que logicamente es una falacia: si la democracia es germinal significa entonces que seguimos en transición —como lo estuvo México durante 20 años. Claro, una democracia siempre puede mejorar su calidad incrementando la capacidad y los recurosos de las autoridades electorales. De hecho, ha habido varias reformas electorales en esa línea después de 1996. Pero ello no resta un ápice al hecho de que México se consolidó como una democracia en ese año al otorgarle total autonomía al INE. Esta falta de reconocimiento fue habilmente capitalizado por AMLO en 2006 cuando desconoció los resultados oficiales del INE.
Pero si la victoria de Fox no fue una simple alternancia, ni el inicio de la democracia, ni dio paso a una democracia germinal ¿qué fue entonces? En buen español fue un cambio de gobierno en un régimen democrático. Ni más ni menos. Ah, y un momento de gran alegría para los que vivimos aquella jornada. La única vez que recuerdo a todo el país genuinamente contento y esperanzado.
Alejandro García Magos es doctor en ciencia política por la Universidad de Toronto. Su trabajo de investigación gira en torno a procesos de democratización y de regresión autoritaria. Es autor de “López Obrador in Democratic Mexico,” incluido en la Oxford Research Encyclopedia of Latin American History. Es además Editor Júnior en la revista canadiense Global Brief.