ENERGÍA Y MEDIO AMBIENTE
El ecofeminismo no es de hoy, pues hunde sus raíces en la década de los 70s del siglo pasado como un pensamiento y una praxis que analizan relación con la naturaleza a partir de las claves que proporciona la perspectiva de género. Pero de manera particular, visibiliza las problemáticas que conectan la lucha ecologista con la feminista, como la repercusión de la degradación ambiental en la vida de las mujeres. Sin importar a la corriente que se apoye, existe un consenso en señalar la vinculación entre la dominación de las mujeres y la dominación de la naturaleza.
Por tanto, la teoría ecofeminista muestra que la sociedad patriarcal ha establecido que el hombre, la cultura, la razón, la mente o lo humano son superiores a la mujer, la naturaleza, la emoción, el cuerpo o los animales. Es más, los elementos considerados para la mujer aparecen vinculados a la naturaleza, al cuerpo y a las emociones, y es vista como un ser más cercano a la animalidad. Como explica De Mauro (2017), el sistema patriarcal categoriza como subhumano todo lo que es considerado como incivilizado, distinto o incluso peligroso. Es así como basándose en un supuesto precepto natural y biológico se determina a cierta parte de los seres vivos como menos que humanos y así se justifica negar sus derechos. Así las mujeres son percibidas en el pensamiento colectivo como lugar de conquista, así como lo son los territorios y recursos naturales. Las mujeres, los animales e incluso el medio ambiente representan esos seres que esperan ser dominados por la mano del hombre. Por ello, el ecofeminismo propone revalorizar los componentes que han sido devaluados y defiende, por tanto, la igualdad entre hombres y mujeres y la importancia de la naturaleza, de las emociones y del cuerpo. Recupera los valores de la ética del cuidado y propone que se apliquen en nuestra relación con la naturaleza. Además, el ecofeminismo conecta las diferentes opresiones (de sexo, de raza, de orientación sexual, de clase, de especie), pues entiende que todas se fundamentan en la misma lógica argumental: la lógica de la dominación, que establece que es legítimo dominar a quien se considera inferior.
En el otro lado del debate, encontramos a las teóricas atomistas, es decir, aquellas que entienden que lo moralmente relevante no son las totalidades, sino los sujetos individuales. Pensadoras como Carol Adams (2011), Greta Gaard (2002) o Marti Kheel (2004) han señalado la vinculación entre la dominación de las mujeres y la de los animales y han defendido la necesidad de rechazar cualquier tipo de explotación, aunque esta se lleve a cabo de forma ecológicamente sostenible. Muy relevante a este respecto es el libro La política sexual de la carne de Carol Adams (2016). En esta obra, la autora vincula la sexualización de las mujeres y la cosificación de los animales; en la cultura patriarcal, las mujeres son objetos sexuales para el disfrute de los hombres y los animales son objetos comestibles para el consumo humano. Con el concepto de «estructura del referente ausente» alude al proceso mediante el cual el lenguaje consigue que desaparezca el animal individual que sufre y muere para que alguien pueda disfrutar del sabor de su cadáver. Al cambiar el concepto, se consigue no pensar que eso que nos estamos comiendo es un trozo del cuerpo de alguien que no quería morir (Adams, 2003): al cambiar pez por pescado nos distanciamos del animal que fue cuando estaba vivo (en inglés, véase, por ejemplo, pig y pork). El referente ausente alude a las víctimas invisibilizadas y conecta la dominación de mujeres en la violencia sexual con la de los animales en el consumo de carne (Adams, 2011). La similitud entre las opresiones de mujeres y animales ya había sido señalada en el siglo xix por numerosas sufragistas antiviviseccionistas, que encontraban muchas semejanzas entre los experimentos que los hombres realizaban con animales y los abusos que las mujeres sufrían como pacientes en ginecología o como objetos de la pornografía (Munro, 2001). Actualmente, el ecofeminismo también señala las similitudes entre la explotación de los animales y la de las mujeres en la prostitución (Velasco, 2017) y en el alquiler de úteros para la gestación de bebés humanos (Balza, 2018). Como explora Viveros (2016), la interseccionalidad de la lucha feminista nos ayuda a vislumbrar el problema de la dominación desde diversas perspectivas además del género, como a partir de la diferencia de raza, etnia, cultura, política, economía y entorno ambiental. La dominación proviene de distintos lugares y afecta a todo tipo de seres que no sean considerados parte del grupo dominante. De aquí la importancia que señalaría De Mauro (2017) de repensar lo animal y buscar acercarnos de una manera integral a la búsqueda del «igual derecho a los derechos» para humanos y animales, así como reapropiarnos de esta aparente condición salvaje al conectarnos con la naturaleza.
Vemos, por tanto, que existe un rico debate entre las ecofeministas holistas, que atienden al cuidado de la naturaleza sin prestar especial atención al sufrimiento de los individuos concretos, y las teóricas atomistas, para quienes los individuos que sufren deben ser sujetos de consideración moral. Si tenemos en cuenta estas dos posturas, podemos formular las siguientes preguntas: ¿puede el ecofeminismo crear un ideal de justicia global si se centra únicamente en las totalidades, desatendiendo los intereses de los animales individuales?, ¿son compatibles los valores de la ética del cuidado con la cosificación de los animales?, ¿existe el consumo ético bajo los estándares del capital, la dominación y las jerarquías?, ¿la sociedad pacífica e igualitaria que han buscado movimientos sociales como el ecologismo, el feminismo o el ecofeminismo puede estar fundada sobre la violencia contra los animales?
Mas, sin embargo, en el estado de Querétaro, desde hace más de una década el movimiento ambiental ha estado liderado por mujeres, con independencia de las anteriores corrientes de pensamiento descritas. Aquí lo central ha sido la lucha bajo un común denominador: proteger a la naturaleza (árboles, ecosistemas, animales, cuerpos de agua, y un largo etcétera). Y bajo una lupa analítica, se puede llegar a la conclusión que sus acciones han sido más positivas, en lo general, para el total de la sociedad y el medio ambiente, tanto en el plano práctico como en la trinchera normativa; ellas han influido, inducido, facilitado, promovido o realizado acciones para frenar el deterioro, la desforestación, para que los particulares y el mismo gobierno observen y cumplan las diversas disposiciones legales ambientales, y también, para impulsar no una, sino varias iniciativas de ley en la materia, así como de promover la constitución de varias áreas naturales protegidas, sean estas federales como la Reserva de Biosfera de Sierra Gorda o las municipales de la Barreta y El Tángano, y ahora, la más peleada, Peña Colorada. O bien desde la parcela de la comunicación, pues hemos tenido nota ambiental de que hablar gracias a su destacada labor informativa.
Han dedicado parte de su vida a la causa ambiental, con sin sabores y a veces desesperanza, pero ahí siguen, como una voz que enciende la conciencia, como el grito lleno de hartazgo frente a la impunidad, como el dedo que juzga el actuar indebido, como la pálida sombra que se asoma en cada momento para alentarnos a seguir encendiendo pequeñas luces de esperanza y animarnos a no desmayar, a no doblegarnos, a no corrompernos y mantenernos en pie con dignidad.
En colaboración con Patricia Ponce