Año 33 d.C. en la ciudad de Jerusalén —heredera de la tradición del Rey David—hermosamente reconstruida por Herodes el grande, padre del ahora Rey Herodes, aunque la ciudad es pequeña en comparación con Tebas, no exime su orden ante ninguna, callejuelas serpentean la colina, en unas de subida abrupta, pequeños escondrijos, llenos de mercaderes que ofrecen telares, frutos secos y agua traída de los pozos.
Arcos largos y profundos soportan las viviendas por encima de las calles, es un laberinto de multicolores balcones apenas de cuadradas ventanas, se rodea por murallas, el ingreso es recóndito, si no hay permiso de pasar por la guardia romana, no se accede, no existe oportunidad alguna, los romanos que invadieron esta zona han dejado claro el poderío y la forma de gobernar.
Lo pequeños logran burlar la guardia, en ocasiones los mismos centinelas saben de los escondrijos por donde los chiquillos pasan, haciendo caso omiso, pero sabedores que cualquier ladrón puede ingresar por ahí.
¡Están al presto!
Cuatro colosales puertas en la muralla y dos accesos, flanquean la ciudad tan importante, y a su vez la que marca el orden y la disciplina de ese pueblo hebreo, famoso por sus constantes sublevaciones y criminales tradiciones.
Lo que resaltaba de toda la ciudad era el imponente Templo, una unidad arquitectónica construida con sencillez, pero imponente en sus detalles y ornamentos. Custodia en su parte más fina, el arca de la alianza, las tablas de Moisés y su báculo, ese donde se negó a golpear una sola vez la roca, para que surgiera agua, le costó su condena eterna.
El calor es insoportable, y el desierto, constantemente trae pequeñas nubes de polvo que, en ocasiones, dañan los ojos. Por ello todos traen la cara cubierta, estos pueblos hebreos viven de noche, sus costumbres de siembra y pastoreo lo realizan a la luz de la luna, a diferencia de los romanos, que todo lo hacen a la luz del día, esta diferencia ha costado años de problemas y juicios a media noche.
¡Los hebreos son gente de lunas!
El manto pequeño y el cinto, junto con las sandalias, son la vestimenta común de los habitantes de esta ciudad, cercana la pascua —conmemoran la salida de sus antepasados del yugo de Egipto— lucen sus mejores ropajes, lo mismo para las mujeres, pequeñas capas visten los adinerados, los pobres —se cuentan de más simples túnicas de muchos años de haber sido hechas. Se habla el arameo, aunque los más aristócratas hablaban hebreo, y los romanos, heredaron el latín, un latín ya con el caló del arameo, aquello en ocasiones es el Babel mismo.
Mercaderes de todos los rincones, son atraídos por las fiestas de pascua, traen a los habitantes de la ciudad, desde inmensas telas de seda, del oriente, hasta animales exóticos para el sacrificio, aunque sus leyes son reacias a sacrificar nuevos animales — palomas y corderos dictan la tradición.
Una zona de mercaderes y caravanas, se rodena entre sí a pares, el total de la población de la ciudad ¡es un mar de gente! su tiempo de pascua, que se presenta justo después de la primera luna llena de primavera. Recuerdan aquella noche previa a la salida de Egipto, Dios le indica a Moisés que deberán de pintar los dinteles y entradas de las casas con sangre de cordero, y ahí, el Espíritu de la muerte no penetrará. En cambio, quien así no lo hiciera, el hijo primogénito de la familia, moriría. Con ello el Faraón Ramsés, pierde a su primogénito y se rinde ante la voluntad del Dios, ¡que no conocía! pero ya de todos conocidos y tradicionalmente bien aleccionados, tanto niños como jóvenes.
persona que viviera dentro de la ciudad de Jerusalén, celebra la pascua, en día viernes —lo marca su ley— no así todos aquellos hebreos, que vivieran fuera de Jerusalén, ellos la celebrarían en día jueves.
¡Pero esta vez, la pascua será diferente!
Un joven nazareno, que, acompañado por unos doce o trece personas cercanas, ha dado por dar lección y blasfemia, denominándose .hijo de Dios” ha perturbado a las personas y las autoridades. Unos dicen que ha hecho milagros, otros, que solo son charlatanerías, ¡brujería incluso! otros más, mencionan que ha curado a ciegos, tullidos, enfermos, leprosos y que ha hecho resucitar a unos más.
¡Un verdadero médico!
Jerusalén es una ciudad con una extraña manera de ser gobernada, dos sectas sólidas, los fariseos, por un lado, que creían en la Torá, los saduceos, enemigos acérrimos de los fariseos, que son la espina dorsal de los judíos. Entre estas dos grandes poblaciones, por todo se confrontan, por la interpretación de las escrituras, por el tiempo en que vendría el mesías, por la aplicación de la ley de Moisés, no había camino en donde no se les viera, en altisonantes discusiones por la calle y en el Templo mismo.
El Sanedrín, un órgano de ley y orden judía, estaba dominado por estas dos fracciones, y en ocasiones de tomar el poder, una vez le tocaba a un Sumo Sacerdote de los fariseos y en otra, a uno de los saduceos, dentro de la ciudad, por libertad y concordancia, existían también grupos radicales, muchos de ellos comandadnos por personajes de gran estima de la población y odiados por el Sanedrín.
Que a pesar de que no contaban con un poder religioso importante, sí entretejían maneras de pensar en contra del sistema de gobierno de la ciudad de Jerusalén.
Vemos a los zelotas, discípulos de Juan el Bautista, primo del joven nazareno apresado en el jueves de pascua —acusado de blasfemia por el Sanedrín— buscaban la igualdad social y la pobreza de lo material para fortalecer la pureza del espíritu.
Herodes el tetrarca, llamado así por los reinos que gobernaba, no solo la ciudad de Jerusalén, era un Rey áspero y sólido. Negoció con roma la caída de muchos imperios, a cambio de que él quedara a cargo. Fortificó Séphoris, Bet-Haram, la fortaleza de Perea, la de Tiberádes, y múltiples beneficios otorgó a Roma, en favor de mantenerle en la corona de su imperio.
Herodes Antipas, era rechazado por el Sanedrín, pero sabían de su crueldad y manifestaciones de odio, hacia quien le guiñara suavemente cualquier signo de falta de respeto. Inclusive los fariseos consideraban a Herodes, impropio, marrano y de una raza inferior a los hebreos.
¡Pero lo respetaban!
En nada le gustó al Rey Herodes, la llegada de un joven cuestor, que había sido ascendido a gobernador: Pontius Pilatus, quinto prefecto de la provincia romana de Judea. No llegó solo, sino con centurias, que trataban de apaciguar la zona, que hervía de fanáticos y revoltosos ¡todo un ejército para cuidar a estos pueblos milenarios!
La primera ocasión que visitó Herodes a Pilatus, el joven cuestor romano le dijo:
—Es de conocimiento que el emperador de Roma te tiene en buena concordia, ¡pero yo no!, desde el mar hasta aquí
¡Yo soy Roma! — le alzó la voz.
Herodes ni se inmutó, tomó su anillo, se lo quitó y se lo regaló.
Pilatus lo tomó y se lo colocó a una esclava en su mano —señal ofensiva de desdén—.
¡Herodes no volvió a pisar el ayuntamiento de la quinta romana!
Es viernes por la tarde, la celebración de la pascua está en todas y cada una de las casas de la ciudad de Jerusalén, los foráneos que celebraron la pascua en jueves, van de regreso a sus casas, solo una cosa los ha mantenido en la ciudad ¿recuerdan de aquel joven nazareno que sanó a enfermos y hablaba como los mismos profetas?
¡Lo van a crucificar hoy!
Herodes no le perdonó la vida, y Pilatus —a pesar que intentó tres veces salvarle — le aplicó el castigo de los azotes, pero dio la libertad de crucificarlo.
Ahí va una pequeña muchedumbre, van más centinelas y soldados romanos que gente, se ven a tres personas llevando los palos de la cruz, uno va más golpeado que los otros dos, los llevan al cerro de la calavera.
La costumbre romana de tiempo atrás ha sido castigar a los delincuentes, azotes con látigos de punta de hierro, la ruptura del total de sus huesos para dejarlos de por vida insanos y el castigo más grande después de la horca es la crucifixión, al joven nazareno le aplicaron todos los castigos, menos el de romperle los huesos o ahorcarle alguien lo olvidó.
Un joven pobre, sencillo, hasta pobre se veía, de ojos hermosos y piel tersa.
¡Solo tuvo una equivocación! venir a desbordar su corazón del amor de un DIos que él pregonaba era su padre, padre de nuestros padres, en una región tan convulsionada por el poder político, por un rey podrido, un sistema romano decadente y corrupto.
La Roma que sus tentáculos llegaban hasta esos valles de desiertos y campos áridos, maestros artesanos y conocimiento del movimiento de los astros, pueblo de sabios que estudian las estrellas como presagios con costumbres, pueblos que viven de noche para lograr hacer la labor en el campo, comienzan al meterse el sol y se duermen mientras es todo el acreciente calor.
Los visitantes de Roma aún no empatan sus maneras de convivir con ellos, mientras que la justicia de estos pueblos es a la luz de la luna, los romanos todo lo castigan al medio día, por ello se mira el pueblo de Jerusalén ajeno a la condena de este joven maestro, quien acompañado por dos ladrones fue juzgado sin el menor respeto a las leyes del Sanedrín y de Roma misma.
¡No había delito que perseguir! pero cuando Pilatus le informaron que rey de Roma solo había uno el César fue acusado de sedición y condenado a la muerte, por decir que era el hijo de Dios ¡más que un Rey!
¡Si hubiera dado su enseñanza en otros tiempos! seguramente no le hubiera pasado esto.
Una caravana que se despide de Jerusalén aquellos que celebraron la pascua en jueves y se retiran un día después pasan por un lado del cerro del Gólgota, un viento impetuoso truena, apenas fue el tercio después del medio día, areció con la fuerza de una tormenta, el cielo se pintó de color oscuro —como si se hubiera adelantado la noche una fuerte lluvia azotó las carrozas y la gente tuvo que esconderse de tal fuerza del agua.
Desde la cima del camino se logra observar como una fuerte nube de polvo espontánea sale del templo de Jerusalén ¡como si su hubiera tronado el velo! una alta cortina de magnitudes colosales y fuertes telas.
El viejo Nicodemo que había observado todo — las estrellas le habían presagiado algo similar a lo que observa, las antiguas escrituras de su pueblo se lo habían narrado— voltea caminando de vez en cuando, dando unos pasos, con su mano sobre sus ojos observa el cerro de la calavera, ya estaban de pie las cruces, los tres hombres crucificados han muerto.
¡El aire impetuoso no ha dejado de soplar! se escucha un llanto, como si a alguien superior le hubiera dolido lo sucedido… el ulular del viento le recuerda un lamento.
¡Un profundo lamento!
Siguió la caravana su camino, entre los que habían llegado a la ciudad para celebrar la Pascua faltan algunas personas… ¡es verdad!
¡No está el Rabí y sus discípulos!
—Espero no sea uno de los crucificados, sería una pena lloroso Nicodemo se limpió con su manto las lágrimas producidas por el polvo, arreó a los caballos y camellos de la caravana, están a tres días de camino a casa.
¿Qué mal les habría hecho?