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Adriana Luna: La luz íntima de lo cotidiano

Artista queretana especializada en el realismo

por Lila Cruz
21 abril, 2025
en aQROpolis, Destacados
Adriana Luna: La luz íntima de lo cotidiano

Su proceso creativo es largo, casi ritual. Adriana elige con cuidado lo que va a pintar, toma sus propias fotografías, compone cada escena, selecciona los colores, ajusta las luces.

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Adriana Luna no pinta para impresionar. Pinta para recordar. Para detener el tiempo en un instante de contemplación. Para devolvernos la capacidad de asombro frente a aquello que, por estar tan cerca, a menudo dejamos de ver: una flor sencilla, un dulce multicolor, una taza de café, el reflejo del agua en el asfalto después de la lluvia.

Su pintura no grita. Susurra. Y en ese susurro, nos cuenta algo esencial.

Nacida en Querétaro, México, en 1984, Adriana es una artista plástica especializada en el realismo. Licenciada en Artes Visuales por la Universidad Autónoma de Querétaro, ha complementado su formación con talleres particulares y cursos con maestros de renombre internacional, como el pintor español José Luis Corella, a quien considera una influencia vital. “En tres días con él aprendí más que en años de carrera. Su técnica es impecable, pero su humanidad es aún mayor”, recuerda con gratitud.

Pero mucho antes de su formación académica, Adriana ya se había educado en una escuela más profunda: su hogar. Su padre, tenor apasionado de la ópera; su madre, maestra de arte, historia, geografía y piano; sus hermanos y ella crecieron entre partituras, colores, galletas caseras y tardes de paz. “Vivíamos rodeados de belleza. De sentir”, dice, como quien aún camina entre esas memorias. “Mi infancia fue un privilegio. En ese ambiente bonito, donde se escuchaba música clásica y se valoraba lo hecho con amor, nació mi forma de mirar”.

Desde muy niña, el dibujo fue su refugio. Dibujaba portadas escolares, vendía carteles decorativos en la secundaria, y mientras otros niños jugaban al aire libre, ella se perdía en sus colores. “Le ponía vida a todo lo que tocaba”, cuenta. Su paso por la carrera de diseño de modas le enseñó que su camino no era confeccionar ropa, sino capturar instantes. Fue su padre quien, con una claridad de esas que cambian destinos, le dijo: “Tú tienes que dedicarte a esto”. Y Adriana obedeció, no desde la obligación, sino desde el llamado del alma.

En 2014, su obra fue reconocida con el Primer Lugar en la Séptima Muestra de Arte del Periódico Reforma, un hito que le confirmó que soñar también es parte del oficio. “Antes de que sucediera, lo imaginé. Lo visualicé. Y cuando uno desea con el corazón, el universo responde”, dice convencida. Años después, en 2020, obtuvo la beca “Apoyarte 2”, otorgada por la Secretaría de Cultura del Estado de Querétaro, y recientemente participó en una exposición colectiva en la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión. “Fue un honor exponer en un recinto tan importante, rodeada de colegas queretanos de gran nivel. Agradezco infinitamente a la diputada Paulina Aguado por la invitación, y al maestro Alejandro Vázquez por su impecable labor de gestión”, expresa con emoción genuina.

Adriana ha expuesto en Querétaro, Tequisquiapan, Ezequiel Montes, Ciudad de México, y también en Francia. Pero su universo no necesita pasaportes. Porque su obra es un viaje hacia adentro. Una invitación a redescubrir la belleza de lo que tenemos al alcance de la mano y del alma.

Su lenguaje es el realismo, sí. Pero no un realismo frío o técnico, sino uno íntimo, emocional, textural, sensorial. Cada obra suya es una experiencia completa. En su serie Candy Show, por ejemplo, no sólo retrató dulces con maestría, sino que durante la exposición invitaba a los asistentes a comer aquello que veían en los cuadros. “Ver los panditas, y comerse un pandita. Sentir, probar, vibrar. Eso es arte también. No sólo se mira, se vive”.

Ese es su sello: la delicadeza profunda con la que convierte lo cotidiano en sagrado. Flores, tazas, caramelos, gotas de agua… todo lo vuelve símbolo, contemplación. “No pinto lo que veo, sino lo que siento al verlo. Y no puedo pintar nada que no me guste”, confiesa.

Su proceso creativo es largo, casi ritual. Adriana elige con cuidado lo que va a pintar, toma sus propias fotografías, compone cada escena, selecciona los colores, ajusta las luces. “No es difícil, pero sí requiere tiempo. En ese proceso, descargo todo lo que soy: lo bueno, lo malo, lo que me duele y lo que me hace sonreír. Cada cuadro guarda un pedazo de mí”.

Y esa entrega se siente. Porque cada obra suya está habitada. Cada trazo respira.

Cuando le pregunté cuál es su pintura más íntima, no supo elegir una. “Todas lo son. Todas las he pintado en silencio, en soledad, en una conversación íntima conmigo misma. Ninguna ha sido creada frente a otros. Todas nacen en un diálogo entre el lienzo y mi alma”.

Ese silencio, sin embargo, no es soledad. En su vida cotidiana la acompañan su madre, su hermana, sus sobrinas. “Mi familia es mi inspiración constante. Mi raíz. De ahí nace mucho de lo que soy y de lo que pinto”.

Adriana ha crecido como artista, pero también como mujer. “La pintura me transformó. Me enseñó a ser más paciente, más amorosa, más libre. El arte te permite conocerte. Yo creo que todas las personas deberíamos tener un pedacito de arte en nuestras vidas. El arte nos hace mejores”.

—¿Pintas con los ojos de una mujer o de una niña?, le pregunto.

—Con los de una niña. Porque los niños disfrutan. Porque los adultos se olvidan. Yo no quiero dejar de aprender, de jugar, de mirar la vida con asombro. Yo no quiero dejar de ser feliz.

Y quizás esa sea la clave.

Adriana Luna no pinta con la vista, sino con el alma. Con esa parte del alma que sabe que la belleza no está en lo lejano, sino en lo que nos rodea: una galleta, una taza, una flor, una tarde en familia. Su obra no busca el aplauso, sino la conexión. No reproduce la realidad, la honra. Y con cada cuadro, nos recuerda una verdad sencilla y luminosa: que lo verdaderamente importante… casi siempre está más cerca de lo que pensamos.

Etiquetas: ArteartistaPinturarealismo

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