Crisis es una palabra ausente en la narrativa presidencial, sin embargo, ronda como fantasma en el escenario nacional según lo han advertido serios analistas de la economía, cuya duda es solamente respecto al momento en que detonará. Los signos ahí están para el que los quiera ver y el resto puede seguir consumiendo los titulares distractores que cada día se generan en las conferencias matutinas.
Son ellas, las disertaciones a primera hora, las que imponen la nota, las que generan el titular del día siguiente para el alimento del morbo popular, mientras los asuntos serios se eluden o se justifican con la actuación de gobiernos anteriores o con la operación subjetiva y fantasiosa de una conspiración de conservadores.
Para los analistas serios del gobierno, si los hay, no pasa desapercibido que hay señales de que la crisis no viene, sino que ya está manifestándose y que se reducen los márgenes para estirar el presupuesto. Mantener la estabilidad financiera con una estimación de ingreso alta, en un marco de inflación creciente, inversión estancada, altas tasas de interés, tensiones en el TMEC y un entorno internacional complejo es una misión que requiere algo más de lo que se está haciendo, que no es mucho más allá de mantener las percepciones optimistas y la mente de los ciudadanos distraída.
Alarma que la Secretaría de Hacienda haya sido tan optimista en el cálculo de los ingresos y que contemple un crecimiento del 3% en la economía nacional, cuando ningún signo ni análisis lo considera. Incluso la Secretaría de Hacienda ha estimado un déficit de un billón, 134 mil millones de pesos, el más alto registrado en 34 años, y eso si se cumplieran las metas de recaudación, lo que es poco probable. El presupuesto federal está sujeto con alfileres que pueden caerse en cualquier sacudimiento imprevisto de la economía, para cuya eventualidad ya no tenemos reservas.
Más que atacar las causas de la crisis, se están administrando las consecuencias con programas asistenciales y subsidios pero, desafortunadamente, la presión que esto representa en el gasto público deja poco margen de maniobra para la inversión productiva y para el crecimiento.
El próximo año, el gasto en inversión ascenderá a 1.19 billones de pesos, sin embargo, PEMEX y la CFE se llevarán el 42%, en tanto las obras prioritarias como el Tren Maya, el del Istmo y el tren México-Toluca, la conexión terrestre para el AIFA y la refinería de Dos Bocas se llevan otra buena parte, para consumir la mayor parte del presupuesto de inversión. No hay pues elementos para presumir que pueda haber una recuperación que nos salve de la crisis, que hoy ya empieza a sentirse con el alza de los precios al consumidor, pero que habrá de tener mayor efecto cuando los recursos no alcancen para seguir ofreciendo paliativos, a una población más dependiente de las remesas y de la informalidad que del empleo sólido y salario con suficiente poder adquisitivo.
Ante este panorama y en el escenario posible de que tenga que incrementarse el déficit gubernamental para seguir sosteniendo la política asistencialista del régimen, por una previsible baja en la recaudación fiscal derivada de la debilidad de la economía, lo probable es que se incremente la deuda pública para significar el 49.4% del PIB, el techo más alto que ha tenido, superior a los 44.9 que significaba la deuda en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Esto si no se rebasa el techo de endeudamiento solicitado al Congreso por un monto de 1.1 billones para la deuda interna y 5,500 millones de dólares para deuda externa. El proyecto de presupuesto para 2023 deja la impresión que ha sido diseñado para administrar la crisis, no para resolverla. Patear el bote se dijera en términos coloquiales, para que los efectos graves se sientan después de los comicios de 2024.
Al presidente no le preocupa que Banxico siga subiendo las tasas de interés y que esta política pueda ralentizar más la economía, si con esto conserva la estabilidad del tipo de cambio y modera el crecimiento de la inflación, razón por la que sostiene el subsidio a la gasolina, pues lo peor que podría pasarle en estos momentos es que la percepción cambie y su popularidad descienda. A él no le quita el sueño el bajo crecimiento económico, por el contrario, le cae como anillo al dedo pues favorece a sus políticas clientelares.
En un país donde el 44% de la población está en situación de pobreza le es más redituable, electoralmente, la ayuda individualizada que las políticas de largo alcance. Las generaciones jóvenes que hoy reciben becas y subsidios podrán agradecerlo en la próxima elección, pero habrán de arrepentirse cuando en el futuro mediato las oportunidades no existan y la movilidad social siga siendo una aspiración sin horizonte.
Por eso al presidente le conviene administrar la crisis previsible, que el mismo está formando, y por eso ha sido éste el sexenio de las percepciones, donde lo importante es el siguiente proceso electoral, donde combatir la corrupción significa apartar a los civiles de la administración y dársela a los militares y donde se persigue al pasado en vez de mirar al futuro.