Justo Sierra trataba de ser enfático en la propuesta que le mostraba al gabinete de Porfirio Díaz —que de aburrida concurrencia no le bajaban— por un lado, lograr hacer un instituto de educación y de las bellas artes, con un proyecto lleno de entusiasmo hacia lograr que la mayoría de los niños entraran a estas escuelas —este privilegio solo de las clases adineradas— pero que en paso se lograra, será un verdadero triunfo para evitar continuar en el mayor de los rezagos actuales, el analfabetismo.
Ya para ese entonces Justo Sierra —“Justito” como le decía el presidente Díaz— había escrito una obra relacionada con la historia de México —México, su Evolución Social— preparaba la antología del centenario de la independencia, obras que habían dejado claro el legado de su antecesor recién fallecido Joaquín Baranda y Quijano, quien en 1889 había realizado el primer congreso de educación primaria en México, con un éxito rotundo hacia llevar la educación hacia lares de que fuera accesible para todos los niños mexicanos.
Durante el primer congreso en educación se trató uno de los temas que mayormente preocupaban al gabinete: “El alcoholismo en los infantes” problema añejo del país debido al acceso pronto en las edades del consumo de pulque —siendo una bebida barata y que se encontraba en cada esquina de la ciudad de México— ahora “Justito” deseaba se tomara el problema con seriedad y darle una pronta vía de educación hacia los daños morales, sociales y de conducta de los jóvenes —la edad de primer consumo de pulque entre los niños era a partir de los seis años debido a que era fácil encontrarla en cada familia—.
Más temas saldrían en este tercer congreso de Justo Sierra, pero que apenas los tenía apalabrados con los especialistas —no muchos— que trataban hacia el camino a seguir en este sistema de educación aún solo de clases plutocráticas.
La uniformidad de la educación —un tema de lograr que hubiera años de escolaridad como en Estados Unidos— que no estuvieran todos juntos en un solo salón—; la educación indígena –para este tiempo México contaba con un 78% del total de población nativo hablante, aunque a Porfirio Díaz no le gustaba parecerlo, por su acostumbrado afrancesamiento del país— que requería pronta atención por tratar de enseñar de manera correcta el español, como parte de un progreso.
“Se buscaba que la educación tuviera un acceso sin cobro —los pequeños colegios que existen son caros y exclusivos para los hijos de los empresarios y del gabinete presidencial— de preferencia con atención laica —no que se prohibiera la instrucción religiosa, sino que no dieran clases personas de la vida consagrada— por ello la presentación del proyecto estaba atenta”.
El último tema fue la escuela como formador de una ciudadanía patriótica y cercana a que todos los niños conocieran los hechos históricos de la independencia, la reforma y los movimientos de invasión, dejando claro que eso permitiría que los niños crecieran con un nivel de culturalidad mínima como base de la educación.
Estos proyectos serán presentados por el Mtro. Justo Sierra ante el total de gabinete, no solo para que logren darle el presupuesto necesario, sino el de lograr que se finquen las bases para que se abran escuelas por todo el país sin restricción, que estuvieran proporcionalmente adecuadas a la población, las diferencias entre el norte de México —habitada por un sector altamente productivo como las haciendas de la familia de un joven abogado de apellido Madero, quienes han abierto escuelas mantenidas por ellos mismos—.
Se buscaba que la educación tuviera un acceso sin cobro —los pequeños colegios que existen son caros y exclusivos para los hijos de los empresarios y del gabinete presidencial— de preferencia con atención laica —no que se prohibiera la instrucción religiosa, sino que no dieran clases personas de la vida consagrada— por ello la presentación del proyecto estaba atenta.
Ya el propio Justo Sierra tuvo enconos con diferentes personalidades cercanas al presidente —todos masones— quienes le integraban algunas ideas claras de lograr que, si procedía el proyecto de una educación para todo el país, que la primera fuerza a exterminar fueran los colegios particulares católicos, algunos de ellos con décadas de existir y con un gran nivel —todo el gabinete egresado de estos colegios—.
Uno de sus cómplices en este plan de educar a todo México y que se constituirán las bases en el tercer congreso de educación, fue el guanajuatense Francisco Zacarías Mena, quien encargado de la secretaria de obras públicas a nivel federal y ferviente seguidor de los escritos de Sierra, a quien le consideraba un amigo y con quien compartían parte de sus vidas —sus esposas eran hermanas—.
El proyecto estaba situado a nivel regional, una inversión en escuelas públicas para el sur del país, otra más la llamada región norte-centro —desde Querétaro hasta Nuevo León y Tamaulipas— la tercera para el norte pacífico —todos los estados con costera— y una región denominada Centro- centro, que era la ciudad de México, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, parte de Querétaro y Guanajuato, dejando libres de escuelas Jalisco —quien tiene la mayor concentración de escuelas particulares, se pensó no necesitaban el apoyo— los estados faltantes estarían sujetos a los gobiernos estatales.
Bajo esta premisa Justo Sierra y Francisco Zacarías preparaban el proyecto del congreso…
—SI logramos que el centro del país tuviera unas cien escuelas públicas divididas en tres periodos, para niños de cuatro a siete años, otro más para los de 8 a 12 años y un tercer nivel de 12 a 15 años, permite que ahí les enseñemos oficios y obrajes, podríamos hablar de una población densa ya con estudios propios, daremos clases de música y arte, así como declamación, poesía y literatura…
—Suena ambicioso el problema Justo, pero debemos primero frenar el consumo excesivo de pulque y aguamiel, que nos mellan a nuestros estudiantes de manera considerable, si solventamos esta valla podremos convencer al presidente de lograr la inversión. —Veo al presidente de tiempo para acá ocupado más en el centenario de la independencia que en otros casos, ha dejado de proveer la compra de granos al norte del país y vemos a las familias hacendadas de Chihuahua y Sonora molestas con él.
—Esto nos puede ocasionar problemas graves en el país si no se pone cuidado a la producción agrícola, tenemos serios levantamientos en Yucatán en las haciendas del henequén para la compra de materias primas, un alto grado de abandono de la presidencia, los hacendados también están inconformes.
—¡Me preocupa de más la situación de Zempoala en donde se habla de un cacique que ya está conformando su ejército de campesinos!
—La educación amigo mío será lo único que nos extraiga de este agujero que cada día se abre más, al que llamaremos pobreza.
En ese momento enfundado en un serio traje color negro militar con filos de rojo y su carga de condecoraciones, ingresa altivo y haciendo sonar sus botas el general José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, presidente de México a su sala de reuniones en Palacio Nacional, en donde a junta del gabinete pleno se mostrará la convocatoria para el tercer congreso nacional de educación, que dictará las bases para la apertura de escuelas públicas por todo el país, dividido en regiones.
A la voz del presentador de protocolos, el presidente —una vez saluda a la enseña patria— se sienta en el lugar de honor, escoltado por el secretario de gobierno Ramón Corral Verdugo —propietario de la hacienda de producción más importante del Álamo Sonora y con fama de sanguinario contra los Yaquis que pretendían quitarle sus tierras— quien a propicio dintel será el reacio de la reunión por considerar la educación “cosa de señoritas”
—¡Que no tenemos todo el día Justito! a rienda con sus palabras
—¡Sí señor presidente! como pueden observar, en unas carpetas que acompañan a sus personas les explico el programa del tercer congreso nacional de educación…
La cara del ex gobernador de Sonora con burla y desdén del proyecto dictaba que la reunión sería para el lado contrario al de Justo Sierra y Francisco Zacarías Mena.
¡contra corriente!
Ciudad de Querétaro, agosto de 1914.
El encono y molestia del joven dulcero Felipe Olguín —de familia oriunda de más de cien años de existir en estas tierras — es porque su hija la menor desea estudiar una carrera ¡imaginen una mujer haciéndola a las labores fuera de casa! Es una verdadera falta de respeto.
La pequeña Paz Olguín ha logrado hacerse del grupo de la señorita McCormick quien será la encargada de enseñarle las letras y los números, está dispuesta a valerse de una regañina de tamaño con tal de que ya pueda aprender los números que tanta falta le hacen.
La casa de la señorita es de un portón grande, con una sala donde acomoda las sillas y logra hacerse de un pequeño tablón en donde coloca —con una pizarra de gis blanco— letras y números para aquellos que de plano no saben nada, otro grupo en el mismo salón están leyendo obras de la literatura española y los más avanzados están construyendo algunas maquetas de como funciona una locomotora —esa que recién ha legado a la ciudad—.
Gracias a lo avanzado de Paz —que en realidad era mucho pero ella se siente como que no está a un nivel bueno— logró hacerse del nivel avanzado , así que solo le tocaría algunos meses y podría —si pasa el examen— colocarse como aprendiz de docencia, que se expide en el centro de formación de maestros de la ciudad, la llamada Escuela Normal del Estado, en donde con arrojo y entusiasmo, chicas cursan los diferentes grados de escolaridad para lograr trabajar en alguno de los colegios particulares de religiosos.
Los días pasaron y pues de tanto ir y venir —haciendo sus quehaceres sin distracciones— la chica logró hacerse de buenos amigos y las voluntades de ser agradecida por su avance escolar, pero la sospecha de su padre —el dulcero Felipe Olguín— de hacer notorias sus ausencias en algunas horas del día de la casa, así que raudo decide seguirla para lograr corroborar las suspicacias:
¡Anda saliendo con un hombre!
Cabe mencionar que el padre de Paz no tiene una pierna, un codo le fue cercenado y sus quemaduras son con los cazos de dulce le permiten un avance pequeño en comparación con los pasos de la joven Paz.
Sin freno, logró hacerse de la calle en donde él sospechaba que su hija mantenía un romance con algún jovenzuelo poco digno de su hija, al verla que se metía en una casa, su cólera iba en aumento, ¡decidió caminar más deprisa! esto le proporcionaba un estilo jocoso de vaivenes, que quienes le vieran, de reojo sonreían y se mofaban.
¡Tocó a la puerta casi para derrumbarla!
—¡Abran! ¡qué me abran he dicho!
Una pequeña abrió el portón y se asombró al ser empujada de un solo golpe ¡el hombre entró con prisa! sus ganas de arrancarle el cabello al mozo que seguramente tenía a su hija abrazada y en delicados besos ¡pagaría su afrenta!
… siendo su sorpresa mayor cuando vio a todos los pequeños siendo atendidos por Paz en la lectura, y ella en fino delantal, les proporcionaba materiales para la construcción de alguna manualidad.
—¿Dónde está él? — aún colérico gritaba.
—¿Pero de qué habla Señor Olguín? —salió la blanca señorita Mc Cormick mientras repartía pequeñas tazas de chocolate —¡ande señor dígame a qué debo su visita?
Apenado y sudando del jadeante bochorno que recién había mostrado, trató de disculparse con la tutora.
—¡Perdone Usted señorita! solo estaba viendo que hacía mi hija en esta casa.
—Pues viene a estudiar para lograr ingresar a la escuela Normal, y desea ser maestra señor ¿no lo sabía?
Apenada Paz se escondía entre sus hombros, con una mueca de una posible regañina de su padre.
—¡Pues soy el primero en saberlo señorita!
Al darse la vuelta para retirarse, su muleta se atoró con la alfombra y fue ¡a dar de bruces al suelo! los ojos de toda la chiquillada se abrieron de asombro y de inmediato ¡las carcajadas no se dejaron esperar!
Continuara…