Cuando se llevó a cabo el ejercicio de movilización electoral encubierto en el proceso de revocación de mandato, los partidos de oposición y no pocas organizaciones civiles, pregonaron como triunfo el que se hubiera hecho un vacío con la escasa participación en contra. Abstención activa le llamaron, y sin darle el grado de campaña la promovieron abiertamente.
La polarización del discurso político determinó la estrategia opositora con la paradójica idea de ganar un proceso democrático con la democracia actuando en sentido inverso. Lo importante era exhibir el capricho presidencial ante la imposibilidad orgánica y presupuestal de competir para ganar. Al presidente y su partido poco le importó quedarse sin contrincante, pues pudo cumplir sus objetivos; medir su capacidad de movilización y la respuesta ciudadana a un ejercicio de esa naturaleza.
El presidente y su partido entendieron y renovaron su esfuerzo, como fue evidente en los recientes comicios locales en 6 estados de la república más sin embargo la oposición sigue creyendo que perdiendo gana sin reparar en que del universo de votos probables ellos están dejando vacío un amplio espacio.
En el reciente proceso electivo en 6 entidades, ahora sí en franca competencia electoral, el nivel de abstención fue alto en relación con los anteriores ejercicios. En el caso de Hidalgo, la abstención rebasó el 52% cuando en 2016 había sido de 40%; en Aguascalientes fue de 54.01%; Durango 49.54; Tamaulipas 46.69 y los más altos, Oaxaca con 61.21 y Quintana Roo con 59.55%. En todos los casos, los niveles de participación fueron más bajos que en procesos anteriores. Se trata de elecciones locales que generalmente mueven más a la ciudadanía y sin embargo optaron por no participar en elevados porcentajes.
La alianza opositora, o no tiene estrategas electorales o debe de cambiarlos si aspira a disputar el poder en 2024. Está visto que el partido del gobierno tiene un voto duro consistente, mantenido y creciente por la eficiencia de su política clientelar, pero que no le garantiza el triunfo si la oposición se articula y opera más allá de su alianza cupular.
Toda competencia electoral se desenvuelve y expresa sus resultados aritméticamente, con sumas y restas extraídas de un total cierto que es la lista nominal de electores. Con los altos índices de abstención arrojados es de ñoños no darse cuenta del nicho de oportunidad que tienen para crecer y rebasar al voto duro del oficialismo y ya no hablemos del segmento de indecisos y voto variable que puede inclinarse a uno u otro lado en la misma semana de la votación.
Los altos niveles de abstencionismo deben llamarles la atención para que entiendan que hay un amplio segmento de electores en espera del discurso que los convenza de que hay algo distinto a lo que está percibiendo. Desafortunadamente el tono de la conversación política desciende hasta el nivel de riña de barrio para expresar que “hay tiro” presumiendo dos victorias pírricas en un universo de 6 y siguen, las dirigencias partidistas opositoras, ofuscadas y confusas apostando al desgaste gubernamental sin entender que no es suficiente ante un electorado que votó por el partido gobernante porque no quería más de lo mismo, pero siguen ofreciéndolo como alternativa.
Es una apreciación personal, que los egos e intereses de los dirigentes están prevaleciendo por encima del que debiera ser el objetivo inmediato; la integración de una alianza opositora con la fuerza suficiente para enfrentar una elección de estado, como se avizora. En esta pretendida alianza no será suficiente la suma de siglas como están pretendiendo al sumar a Movimiento Ciudadano, cuya reticencia introduce la duda acerca de si realmente quiere constituirse como un partido alternativo ante el descrédito de los tradicionales, o solamente servirá de esquirol al servicio del habitante de Palacio Nacional.
Más allá de estas disquisiciones, las señales y las oportunidades son claras. La ciudadanía se está absteniendo de votar y no son los argumentos falaces, como el temor al narcotráfico y la violencia lo que la inhibe, sino la falta de motivación. Cualquier persona con sentido común entiende que en la democracia se gana con votos y hasta ahora, quien los tiene, sea por clientelismo y el uso y abuso de los programas gubernamentales, o por el descarado proselitismo del presidente, que goza de más popularidad que cualquier candidato, es el partido en el gobierno y como se ha demostrado en el proceso electoral reciente, la oposición no tiene argumentos, ni estrategia, ni la capacidad para convertirse en una oposición inteligente.
Es claro que la sociedad en este momento se ha quedado sin alternativas y que una vez más tendrá que seguir colgada de la esperanza de que el siguiente sexenio sea mejor, mientras soporta con estoicismo, a un gobierno empeñado en ganar elecciones mientras el país desciende en todos los indicadores económicos y de bienestar.