Gracias a la constitución de 1857, a la ya vista final de lo que se llama “Guerra de Reforma” el general Arteaga ha diseñado la defensa de la ciudad de Querétaro desde su cuartel: El suntuoso patio del convento franciscano, quien una vez les fue retirado de su control a los frailes – muchos de ellos son ahora los menesterosos de la ciudad, de misma forma las religiosas que fueron expulsadas a la calle de sus aposentos, como resultado de hacer valer esta reforma liberal con el ejército- ahora la ciudad de violáceos atardeceres y verdes frescores hace de la nula simpatía de los habitantes hacia su gobernador, impuesto por Benito Juárez y fiel creyente que Dios no existe.
Algunos queretanos se han prodigado en reuniones a escondidas -como aquellos insurgentes hace no más de medio siglo- para lograr realizar pedimentos por escrito a un general recalcitrantemente liberal ¡En exageración! Quien ha preparado más de doscientos hombres para conformar su ejército personal, también llamado “Ejército Queretano Liberal”, para su mantenimiento hace de propia alcancía, de vez en cuando personal que trabaja con el gobernador sale a pedir dinero casa por casa, siendo algunas familias quienes han tenido beneficios de las leyes de incautación de predios al clero – hacerse de haciendas y casas que fueron de religiosos poniéndolas a su nombre- llenan las alcancías a los reclutadores, en caso contrario, empujones y patadas, correteadas con garrote de aquellos fieles a su fe en calles como la palma donde toda la cuadra es de gente creyente ¡Hasta disparos han recibido!
Ocurre que se ha puesto de acuerdo todo el barrio de lo que llaman los liberales “El templo de las torres tricolores” -La congregación de los hermanos guadalupanos que también fueron echados a la calle con solo la ropa que traían puesta- han redactado una carta al gobernador para solicitar permiso de recapturar este templo, siendo su principal argumento que es “Libertadora de la Nación” porque fue utilizada por el otrora cura Miguel Hidalgo de San Felipe Neri, quien tomándola de la parroquia de la hacienda Atotonilco -aquel estandarte pieza de hermosos frescos alegóricos a la pasión de Jesucristo y esculturas de tamaño natural que ahí persisten- la levantó en aras de la libertad, aquella que parece el gobernador defiende.
Cuando Arteaga recibió del postal – un viejecillo jorocho encargado por el ayuntamiento de servir de enlace en las cartas de manera interna- hizo el vulgar ejercicio, al saber de quién venía ¡Se pasaba por la entrepierna la carta en señal de burla! Una vez se la dio a su concejal y leída le comentó el contenido. -Señor es una disertación que conforma un alto sentido de pertenencia de este barrio, solicitan de manera exacta les sea permitido apertura del templo para los ejercicios religiosos y sea devuelto a la congregación de los hermanos guadalupanos, quiero destacar que la prosa es de finura exacta y bien disertada la solicitud.
– ¿Ahora estás de su lado pendejo? – le reviró el general Arteaga – ¡Me la paso por los huevos! Mándalos achingar a su madre ¿Quiénes la firman? – Observo unas doscientas personas- le contestó- ¡Dime sus nombres! -. Al hacer la lectura de los involucrados el general descubrió a varios de los más conservadores de la ciudad, la mayoría de los comerciantes de la ciudad quienes, en pasquines, bandos pegados por todas las carteleras de cada esquina en contra de esta disposición de cierre del culto religioso que tiente a las casas llenas de frailes y hermanas de orden, cuidadas por muchos vecinos de barrios, inclusive viven dando catecismo dentro de las propias haciendas y casonas.
– ¡Escucha muy bien la orden! Vas a solicitar a mi capitán de brigada del segundo batallón liberal queretano que vaya y capture con piquetes a todos quienes han solicitado tal pendejada ¡Que dé toque de queda a partir del sereno de las siete de la tarde! A que todo cabrón que salga a las calles sea aprendido hasta el otro día y que se vayan a las mazmorras del ayuntamiento ¿Entendido? – ¡Sí señor! – su concejal salió de prisa pasando por la arcada del patio de los franciscanos, a lo lejos escuchó: – ¡Cuidado pendejo y le avisas a tus primos! Porque también te vas tú con ellos.
Para el sereno del primer grito del nocturnal tienen apresados a no más de setenta influyentes comerciantes queretanos del barrio, otros que, aunque no pertenecen a las calles también signaron el documento y a los metiches que nunca faltan, que al ver el piquete de soldados que apresan se hicieron los valientes ¡También fueron detenidos! El mayor hizo la lista y se la pasó al capitán. – ¿Tantos cabrones? – preguntó – ¡Sí mi señor! Se nos pelaron unos para San Miguel Arcángel, pero los demás están todos quienes indicaron.
Abril 23 de 1861, Cárcel del ayuntamiento de Querétaro.
¡Aquella peste que salía de las mazmorras era ya insoportable! Los presos llevan varias semanas dentro y no se les acerca ningún arreo de higiene, en andrajos y porquería siguen arrestados, las esposas que les visitan llevan comida, pero no alcanza para todos, los rijosos son quienes menos tienen visitas ¡El reo más escandaloso es Antonio de la Llata! Un joven litigante que está harto del encierro y de las condiciones, cierto que en veces los sacan a limpiar las oficinas del gobernador, jardines y patios. Pero nada hay más que hacer que aguantar las condiciones.
El gobernador Arteaga ha recibido infinidad de cartas de las familias dejando claro que es una grave falta mantenerlos encerrados sin juicio o claridad, que no hay evidencia de fallo alguno y que las dos cartas que enviaron a solicitud, primero no tuvieron respuesta por escrito y en segunda, no son consideradas delito de emancipación a la ley de reforma de los bienes del clero, debido que es una solicitud.
¡Esa mañana el postal trajo un sobre y una caja que de por sí llama la atención, el remitente dice: Jalpan de Querétaro, General Tomás Mejía. A lo que de inmediato se le hizo traer al gobernador, quien se encuentra en franco escrutinio de las propiedades a incautar de los presos – a quien se le hace agua la boca de saborear tales manjares de riqueza- pone atención y solicita la presencia del capitán de su propio ejército queretano para la lectura ¡Se sospecha es una afrenta! Le da la caja al capitán quien de inmediato hace la labor de abrirla, saca una hermosa carta escrita en fina caligrafía, un estandarte pequeño con el bordado de la imagen guadalupana hecha a mano, una medalla de oro puro que dicta: “Por las batallas ganadas General Tomás Mejía” de peso, fina y hermosa por las piedras preciosas que le coronan, esmeraldas, rubíes y un par de decenas de diamantes de buen tamaño, de manera pronta la medalla cabe en una palma de mano ¡Es una pieza valiosa! El capitán se dispuso a la lectura:
“Estimado señor gobernador, V.E. General José María Cayetano Arteaga Magallanes, gobernador de Querétaro, libre y de renombre sus acciones le anteceden, siendo la mano ejecutoria de la cruel afrenta de cerrar todos los sitios religiosos y de propaganda de nuestra fe, de la que me siento resguardo y protector, le envío esta medalla en la cual me permito haga uso de ella para lograr liberar a todos quienes considero mis amigos, a quienes en futuro develo mi atención y cuidado” -¿Así dice cabrón?- asombrado escucha el gobernador -¡Sí señor!- mientras le pasa la medalla que al verla, Arteaga abre sus ojos de asombro.
“He aceptado hasta el límite de mis facultades que me da ser el general vivo de grandes batallas que usted mismo conoce y se ha informado, por ello deseo en compaternidad deje en libertad a los reos, le conmino de ser escrupuloso con las propiedades de ellos mismos, sus acciones se encuentran por fuera de cualquier ejercicio del ejecutivo ¡Acciones que no le corresponden! Debido a que no hay delito alguno que se haya imputado, exijo de la manera más atenta ¡Liberar a los presos de forma expedita! No son más que simples habitantes inmiscuidos entre ustedes traidores liberales, que cada vez desean parecerse más a los invasores norteamericanos, que a una patria libre de mandos supremos” – ¡No seas cabrón! Esto es una amenaza – incita Arteaga.
“De no cumplir este pedimento le advierto que estamos a simples dos días de camino de la ciudad que más valiera la proteja ¡Porque no tendré clemencia con usted y su sinuoso débil Ejército Queretano! ¡No habrá piedad! Le doy los mismos dos días de valor. Firma: General del Ejército Conservador Libertador Tomás Mejía” Arteaga se sentó de tajo y solo le vino el mareo acostumbrado, aquel de las malas noticias, comenzó a sentir un cosquilleo en su brazo izquierdo y de inmediato solicitó le dieran un vaso de agua.
-Señor… ¡Hey gobernador! – le dio una cachetada con la palma de su mano el joven capitán a quien ya lleva rato desmayado. Por su gordura no es posible levantarlo así que dieron por afinada solo echarle un cubo de agua ¡Sigue sin responder!
Los capitanes del ejército queretano fueron apenas hace tiempo unos simples soldados de leva, muchos de ellos de otros lugares – así se estila para no tener protección de sus familias – los más fieles apenas unos mozalbetes quienes no han tenido bautizos de fuego, así que el gobernador de inmediato hizo se solicitaran refuerzos de más batallones cercanos, al paso de varios días y con la expectativa de que Mejía no se vislumbraba por ninguna parte logró juntar unos seiscientos soldados que enviaron desde la Ciudad de México y las haciendas cercanas. El dinero del rancho corrió por algunos gustosos liberales que dieron forma; de los presos la exigencia fue que para salir deberían dar una cantidad de dinero para los gastos del ejército queretano ¡Nadie dio una sola moneda de los reos!
El gobernador Arteaga tomó como cuartel sus propias oficinas dentro del conjunto franciscano, reclutó a varios capitanes en retiro, formó un refuerzo para la ciudad dejando flancos cubiertos, varios policías de la ciudad sirvieron de reserva, aunque muchos de ellos son de familias conservadoras ¡La ciudad se volvió una locura!
– ¡No es la primera vez que se enfrentan en Querétaro Arteaga y Tomás Mejía! En noviembre de 1857 – recuerda el capitán- Mejía entró a la ciudad, la saqueo, quemó y tomó las plazas haciendo todo un horror para los habitantes ¡Quienes despavoridos le pedían clemencia! De manera casi milagrosa el general Arteaga fue socorrido por los franciscanos quienes lo escondieron en sus celdas que tiene debajo del gran convento -esos pasadizos que pasan por debajo de la ciudad completa- solo así no capituló la ciudad, al ver Mejía que Arteaga no aparecía se retiró no sin antes dejar varios cañonazos a la ciudad, uno de ellos al lado del convento de propaganda fide de los propios franciscanos.
Tiempo después, una vez llegó la orden de la desamortización de los bienes del clero con las leyes de reforma – continúa el capitán- al gobernador Arteaga no le quedó de otra que hacerles saber la situación y expulsó a la calle a cada religioso y hermana de vida consagrada de todas las órdenes de la ciudad, sin excepción ¡En ningún momento se tocó el corazón! Después saqueó todos los templos, ¡Cañoneó otros más a los que no podía entrar! Destruyó los templos anexos al conjunto de San Francisco derrumbando la gran muralla, toda la operación le llevó siete semanas. Dicen que desde entonces el mismo fraile franciscano que lo protegió y que mandó fusilar detrás del gran muro del convento ¡Se le aparece en lúgubres escarnios! Solicitando recapitule su andar.
Mientras les platica a los capitanes entró el general Arteaga uniformado de galas y listo a la batalla – ¡Atención! – rugió el capitán ¡Todos hicieron firmes y saludaron!
21 de mayo de 1821, entrada por la Cañada.
Los tres mil hombres que trae el general Tomás Mejía levantan una gran polvareda, las lluvias han tardado, mover los cañones, montas, animales de carga y leche, además de sus respectivas mujeres que le acompañan, los capitanes de Mejía son en sí los mejores que aún se mantienen en vida y forma, la caballería de este ejército es la mejor por mucho inclusive, de las memorias del propio general. ¡No habrá aviso de rendición al gobernador José María Arteaga! No tendrá conmiseración Mejía con él, debido a que encarceló a todos los comerciantes de la ciudad por una simple petición, llegó el momento de hacerse de la ciudad.
A lo lejos desde el flanco de lo que llaman el Cerro de las Campanas se dejan oír varias detonaciones como aviso ¡Es la escaramuza de Mejía comandada por Márquez! Que con unos setenta de caballería rugen la entrada para tomar la parroquia y el barrio de Santa Ana, adentrarse por el poniente de la ciudad dando la distracción para que el ejército completo ingrese por el lado del cerro del San Gremal, Mejía desvió el canal de la gran arcada que desborda su caudal en el barrio de negros ¡Inundando todo! Dejando sin agua a las fuentes de la ciudad.
¡Las campanas nunca sonaron! Escuadrones de sesenta centauros conservadores de caballería saltan las barricadas por el río alto, barranca de ronco pollo, los arcos del camino real, la hacienda de Casa Blanca, que fueron colocadas por el gobernador Arteaga por todas las callejuelas de la ciudad ¡Aniquilan a su paso a todos los neófitos soldados! La primera por el puente ancho del río, la segunda frente a lo que será el teatro de la ciudad, una tercera frente a los franciscanos. Los escuadrones de infantería que entraron por la alameda han tomado por completo las calles. Quienes bajan por el cerro del san Gremal no encuentran resistencia alguna ¡Suspicacia a la emboscada! Las detonaciones de los cañones revuelan las parvadas de los jardines, especialmente del de la tabacalera por donde entran cuatrocientos de infantería del tercer y segundo batallón de Jalpan y Pinal.
Cuando entró Mejía con su azabache de fuertes bufas ¡Fulminó en varios intentos a la guardia de cien soldados que defienden el conjunto franciscano! No quedó uno solo vivo ¡Un estruendoso rugido derrumbó la pared pegada al frontispicio del templo de San Francisco! Saltó el ejército queretano que se echó encima de Mejía y sus experimentados de caballería… ¡Encarnizada batalla se da en un palmo de espacio! El rito sangriento de Mejía comienza de nuevo… enloquece, le abruma, se inocua.
Continuará…