Francisco Morales
Si cada ojo es una ventana que enmarca y delimita todo lo que tiene frente a sí, entonces cada paisaje es distinto y único, dependiendo del observador.
“Incluso cuando uno está en el campo, en la mitad del campo, disfrutando el paisaje, aun entonces yo siento que el ojo es como una ventana desde la que estamos admirando el paisaje”, declara el pintor Carlos Pellicer López.
Éste es el precepto que guía Desde la ventana, exposición del artista en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana, en la que reúne cerca de 25 años de obra paisajística.
“Siempre estamos atrás de una ventana. Así como la ventana arquitectónicamente escoge la vista, nosotros hacemos esto cuando estamos frente a un paisaje”, abunda.
A través de 30 pinturas, que van desde la representación cabal de la realidad hasta la abstracción casi completa, Pellicer López (Ciudad de México, 1948) busca un equilibrio entre el mundo exterior y su mundo interior.
“Hay que tratar de mezclar los dos en diferentes proporciones. Hay paisajes que son, yo diría, mayormente emocionales, recuerdos íntimos de sensaciones íntimas, y otros que sí se apoyan en la arquitectura del paisaje, en lo que el paisaje nos dicta y nos impone”, explica.
“Yo creo que poder mezclar los dos, que no siempre se puede bien, es el ideal de mis paisajes”.
Con un arco temporal que va desde 1999 hasta el año pasado, las obras combinan libremente, en una yuxtaposición de tiempos y espacios, momentos importantes de la vida de su autor.
“Todos los cuadros tienen cuento, el cuento de qué me animó a pintarlos”, refiere.
Un ejemplo de ello es el paisaje Fin de la tarde (2022), que puede contemplarse tanto al interior de la galería como en una versión ampliada y colocada en el jardín del recinto, ubicado en Presidente Masaryk 526, en Polanco.
“Ese cuadro es una mezcla de dos recuerdos totalmente diversos y con 60 años que mediaron entre los dos”, expone Pellicer López, sobre el paisaje que muestra un idílico estanque bordeado, con unos árboles negros y amenazantes en el fondo.
“Uno es un recuerdo que tengo de hace muchísimos años, de niño, cuando íbamos al Estado de México a un rancho taurino, y en uno de los entornos había unas bardas que a mí me llamaban la atención.
“Eso mezclado con unas impresiones de un viaje a Noruega, donde no solamente es que los bosques son muy impresionantes, sino que, cuando los pintó (Edvard) Munch, son un poquito más sobrecogedores, entonces por eso esos árboles del fondo son tan negros”, describe.
Esta composición de los paisajes a partir de momentos distintos también se corresponde con una práctica que Pellicer López aprendió de boca del poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón.
“Un día me dijo que él generalmente cuando escribía y terminaba un libro, lo metía a un cajón y lo dejaba reposar un año o más, y luego me quedé pensando cuánta razón tenía Don Luis, porque ésa es la manera de juzgar la obra desde otro tiempo”, ilustra.
“Ya si a uno le sigue pareciendo que no está mal, pues adelante”, lanza.
Es por ello que varios de los cuadros en la exposición, aunque fueron pintados muchos años atrás, se dejaron reposar por cierto tiempo, para ser reelaborados o repintados por completo, dependiendo de cómo los juzgue su autor.
Esto hace que muchos de los paisajes sean, en realidad, un paisaje sobre otro, como una forma de representar a la memoria.
Algunos de ellos hacen referencias puntuales a sitios como el Ajusco, la ciudad cubana de Viñales, el templo de Tosho-gu en Japón, y las vistas michoacanas de Paracho y Tancítaro.
También hay homenajes a otros paisajistas como Paul Cézanne, Tintoretto y el Dr. Atl.
Abierta al público en fin de semana, y vigente hasta el 19 de noviembre, Desde la ventana no deja fuera la influencia vital que tuvo en el pintor su tío, el poeta Carlos Pellicer, aunque lo declara con modestia genuina.
“Él tenía una maestría genial, eso sí lo puedo decir con tranquilidad, él tenía una maestría genial para expresar a través de su poesía los paisajes que le llamaban la atención, y aquí (la exposición) estamos hablando de un nivel mucho más chiquito”, califica Pellicer López.
“Pero esto sí puedo decir: soy muy buen lector de la poesía de mi tío, entonces a lo mejor también de ahí, poco, pero algo he aprendido”, concluye.
Así lo muestra la treintena de paisajes que reflejan el mundo exterior y el interior del pintor.