Ramón Márquez
Estimado compadre:
El pasado 3 de marzo, y por una de esas extraordinarias coincidencias que ofrecen las redes sociales –a las que felizmente soy muy ajeno-, alguien unió mi nombre al de Luis Donaldo Colosio Riojas en Facebook, al comentar que se cumplía otro aniversario de esa barbarie ocurrida en la tierra de nadie llamada Lomas Taurinas, y que acabó con la vida de su padre, el candidato presidencial Luis Donaldo Colosio Murrieta. Nos unió el libro ¿Te acuerdas Donaldo?, que escribí en 1996. Por cosas del azar, mi hijo Ramón, tu ahijado, me leyó esos textos y me comentó muy entusiasmado que Luis Donaldo II, ahora alcalde de Monterrey -y metido en el coqueteo infernal de una candidatura presidencial-, tenía un feliz contacto con sus simpatizantes. ¿Cómo? A través de Facebook e, inclusive, según averiguó Ramón, a través del número de un celular. “¿Por qué no le obsequias ese último libro que tienes de su padre?”, me preguntó. Lo decidí tres semanas más tarde, al considerar que nadie mejor que Luis Donaldo II para tener ese libro en el que se involucra a toda su familia. Y le escribí el jueves 31:
En 1995, exactamente un año después de que tu padre partiera hacia la eternidad, la agencia Notimex me envió a Hermosillo porque se pactó una gran exclusiva: una entrevista, la primera y única que concedió tu abuelo a un medio de información escrita. Después de una larga charla fui a Magdalena de Quino, y hablé con tu abuela, con tus tíos abuelos, con tus primos, con tu tía, con los amigos de tu padre y sus compañeros de estudio y sus maestros, son tus amigos, tus tías y las novias de tu padre en su juventud. Publiqué la entrevista con tu abuelo y un reportaje intitulado “¿Te acuerdas, Donaldo?” escrito como una conversación con él. Luis Medina, director de Notimex, me invitó a fusionar ese texto con nuevas entrevistas y escribiera un libro basado en esa charla de vida. Así lo hice. Se llamó como el reportaje: “¿Te acuerdas, Donaldo? Volaron las dos ediciones. Recientemente descubrí que aún conservo un ejemplar. No sé se conoces el libro. En caso contrario, mucho me gustaría obsequiártelo, Vivo en Cuernavaca, pero si te interesa mi oferta, al podría entregártelo cuando viajes a ese polvorín llamado CDMX, podría ir a verte y entregarte el libro. Te anexo una fotografía de la portada.
La respuesta llegó hasta el 5 de mayo:
Buenas tardes Ramón, qué gusto saludarte. Muchas gracias por externarme tu mensaje, de revivir esos recuerdos que guardo en mi corazón, lo valoro mucho. ¿Cómo te ha estado yendo? Te mando un fuerte abrazo.
Lo primero que me llamó la atención fue la vacuidad de la breve respuesta, rayana en la estolidez. ¿Le hice “revivir esos recuerdos que guardo en mi corazón”? Mi intención era ofrecerle el último ejemplar de un libro que recibió críticas más que generosas. No me dijo si tenía o no el libro. Como gente de letras me asombró el uso grosero del gerundio, de por sí en extinción inútil y ahora convertido casi en un galicismo: “¿Cómo te ha estado yendo”? por “¿Cómo te va?”. No obstante, contuve el aliento en la respuesta, ese mismo día.
Muchas gracias, Luis Donaldo. Te agradezco esta respuesta, pero, dime: te hice una oferta. ¿Deseas el libro, o lo tienes en tu biblioteca? Te envío un abrazo”.
Recibí la respuesta el día 23:
Me da gusto que te encuentres bien, Ramón. Espero algún día poder leer ese libro y conservarlo para las futuras generaciones
Me quedó muy claro que esa respuesta, que podría atribuirse a una persona con materia fecal en vez de materia gris en el cerebro. “Espero algún día leer ese libro”, cuando le ofrecía la oportunidad de tener mi último ejemplar. Respondí ese día:
¿En verdad eres tú quien escribe, Luis Donaldo? Dos veces te ofrecí ese libro y dos veces no has respondido, lo que me hace pensar que no eres tú quien me responde. Tú me hubieras dicho, ya, si lo quieres o no. Así que te insto: si de verdad quieres comunicarte conmigo, llámame a ésta, tu casa –y le escribí el número telefónico-. Si no lo haces, entenderé que no eres tú quien me ha respondido.
En conclusión:
He leído y escuchado grandes cosas de este joven que cambió un exitoso bufet de abogacía por el campo político, y de una diputación federal saltó a la presidencia municipal de Monterrey. Muchos le vieron como un obvio y temible contendiente en las próximas elecciones presidencial. Él parece jugar ese complejo juego de la política. No voy, a cambio de esto… Y aguas, porque si no me lo das, a lo mejor me lanzo… O lo hago, pero me aseguras la próxima… Tal vez juega, como lo hace al engañar y burlarse de la gente que con él se identifica y le ve como una promesa. Lo demuestra en las redes sociales: escogió a un grupo de descerebrados carentes de sensibilidad, y a ellos les otorgó nada menos que su nombre, su pensamiento y su voz a través de la palabra escrita. ¿Es éste un político? Lo es, infortunadamente. El político de siempre: el que engaña y lo que menos le importa es el pueblo. Una pena, porque este hombre, que tiene todo para romper los viejos moldes de la burocracia y del mevalemadrismo se presenta a sí mismo como un político zafio.
Muchas gracias, queridísimo amigo. Un abrazo.