- El asesinato de Ruiz Massieu, secretario general del PRI
- Junto con Mariano Palacios fuimos testigos de la ejecución
- El fantasma de la desestabilización y los demonios sueltos
- Veníamos de los crímenes del cardenal Posadas y Colosio
De memoria.
Hace 30 años fue asesinado José Francisco Ruiz Massieu al salir de un desayuno con los diputados electos del sector popular del PRI, encabezados por Mariano Palacios Alcocer. Ese 28 de septiembre de 1994 el fantasma de la desestabilización recorrió el país, en palabras del ex gobernador de Querétaro.
Junto a él, El Armero Sergio Arturo Venegas Ramírez, Enrique González, Pablo Meré, José Calzada Rovirosa y otros queretanos, fuimos testigos de ese hecho que conmovió a la sociedad mexicana, ya sacudida entonces con los crímenes del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.
Nada presagiaba tan infausto suceso.
Ruiz Massieu, el poderoso secretario general del PRI, ex cuñado del presidente Carlos Salinas de Gortari, estaba de buen humor esa mañana en la sede nacional del sector popular, ubicada en las calles de Lafragua, a unos metros de Reforma, en la Ciudad de México.
Luego de los discursos de rigor ante un centenar de futuros legisladores y cuando todavía se servían las mesas, el también coordinador de la próxima bancada se despidió para acudir a la sesión del Instituto Federal Electoral.
No quería perderse el debate entre Jorge Carpizo y Porfirio Muñoz Ledo, dijo.
Mariano Palacios lo acompañó hasta la puerta del llamado Frente Nacional de Organizaciones Populares, antes y hoy CNOP. “Ya, ya aquí nos despedimos. Regresa a atender a tus demás invitados” le pidió Ruiz Massieu.
-Al llegar a la calle, lo despedí y quiso manejar su carro. Mandó al chofer y a la escolta en otro vehículo. Botó el saco en el asiento trasero y se hizo del volante, lo acompañaron Heriberto Galindo y Roberto Ortega, recordó Mariano.
Las imágenes de lo ocurrido en la calle de Lafragua esa mañana fueron recuperadas por el entonces dirigente del sector popular del PRI y más tarde secretario del Trabajo y embajador de México en Portugal y el Vaticano.
Un balazo en el cuello
De pronto apareció un sujeto de tenis, mezclilla y chamarra de cuero negro, con corte de pelo militar y el arma oculta con un periódico. En segundos consumó la ejecución, sin que nadie pudiera evitarlo.
-Vi correr al homicida y tras él a los escoltas.
Y entonces, cuenta: Me reconocí en el suelo y oí el impacto del choque de su carro con otro del Hotel Casa Blanca… Me dirigí a su ventanilla y el cristal estaba perforado, pude ver la entrada del proyectil en el lado izquierdo del cuello, sus manos con un rictus de contracción y el cuerpo suelto hacia la derecha.
Mariano descubriría que ya no había nada por hacer. La bala expansiva, de punta de plomo hizo estragos en el político.
-Pedí ayuda para destrabar los carros y al estar de frente a su vehículo, la dilatación de las pupilas de José Francisco no dejaba duda de la muerte. Solicitamos ambulancias, hasta que pudo ser llevado al Hospital Español donde lo declararon muerto mas tarde.
Ya habían detenido al sicario.
Entonces apareció Mario Ruiz Massieu, sub procurador de la República y hermano del malogrado líder de los diputados.
Mariano mantiene el hilo de los recuerdos:
Subí a mi despacho, avisé al licenciado Ignacio Pichardo Pagaza (presidente del PRI) y llamé a mi casa.
Eran las 9:28
Todo ocurrió en segundos.
El sicario, que luego se sabría era Daniel Aguilar Treviño, esperaba a Ruiz Massieu enfrente del edificio, afuera del Palacio de las Ferias. Cruzó la calle, tiró el tabloide en el que escondía el arma y se dirigió hacia él, que ya había encendido el coche.
El disparó retumbó en Lafragua y se hizo eco en los edificios de Reforma.
Hacia el norte corrió el criminal. En su carrera, frente al Hotel Casa Blanca, tiró la subametralladora Intratec que cayó a los pies de la secretaria de este columnista, Isabel Plancarte, quien momentos antes había dejado su coche en el estacionamiento de a lado. El boleto marcaba las 9:28, hora de la muerte de Ruiz Massieu.
Mariano Palacios quiso auxiliar al secretario general del PRI, pero su muerte fue instantánea, a bordo del Buick Century plateado. A su lado, el diputado sinaloense Heriberto Galindo, en el espanto, no daba crédito, como tampoco Roberto Ortega Lomelí, en el asiento trasero, mientras Aguilar Treviño se rendía a los pies del policía bancario José Rodríguez Moreno, con su viejo rifle M-1, frente a la sucursal de Banca Cremi.
Hasta entonces reaccionaron los guardaespaldas de los diputados que a golpes lo trajeron hasta donde se encontraba Mariano. Déjenlo, protéjanlo, pedían algunos y eso se hizo. Lo cubrieron hasta que llegó –minutos después- el subprocurador Mario Ruiz Massieu, su hermano, a quien se lo entregaron y soltó aquello de “los demonios andan sueltos”.
Más tarde acudimos a la agencia de Gayoso Félix Cuevas, en donde era velado José Francisco. En la capilla más que ardiente estaba Ernesto Zedillo, quien recibía las condolencias. Mariano lo abrazó y detrás de él este reportero escuchó al presidente electo decir casi en un sollozo: “Así no era”.
México, de mal en peor
Vendrían después muchos acontecimientos. La desaparición del diputado Manuel Muñoz Rocha, implicado en los hechos, la detención de Raúl Salinas, la huelga de hambre y el exilio de Carlos Salinas, el novelón de La Paca y la implicación y detención de Mario Ruiz Massieu, muerto supuestamente en los Estados Unidos sin que nadie haya visto su cadáver.
Tiempo después un empresario queretano y su pareja aseguraron al que escribe haberlo visto en el brunch del icónico Hotel Plaza de Nueva York.
Muchas cosas han pasado desde el infausto 1994, incluida la pérdida del poder del PRI y tres fallidas alternancias con Fox, Peña y López Obrador en este país violentado por los cárteles, de regreso a los tiempos de Plutarco Elías Calles y con la esperanza de que la primera mujer presidenta siga los pasos de Lázaro Cárdenas.
De lo contrario, los demonios seguirán sueltos.
Y nos darán ¡Jaque Mate!