Poco se sabe y nada se dice de que la más antigua de las barajas que se usan hoy en las mesas de juego es la española. Fueron los árabes los que trajeron ese entretenimiento nacido sin duda alguna en China o la India alrededor del siglo diez, en una variedad de juegos que pueden ser de acopio de baza, de reto y apuesta o para descartarse totalmente. Las barajas de los moros tenían cuatro palos: monedas, copas, cimitarras y bastones, que mutaron a los oros, copas, espadas y bastos actuales.
Uno de los muy populares juegos del siglo XIX nació precisamente en México y se llama conquian, sin que nadie pueda explicar la etimología del nombre, aunque su mecánica es igual a la del rummy, por lo que se disputa el origen de ambos entre China y México. Es uno de los juegos de descarte, en los que el que gana es el que se queda sin cartas. Su contrario es mucho más simple, no requiere de combinaciones ni estrategia; se llama guerra y el que gana es el que se queda con la mayoría.
La economía mundial entró cínicamente a jugarse como una partida de esa guerra. En cada ronda, los pocos contendientes que todavía tienen cartas, Estados Unidos, China y tal vez Europa, van lanzando al centro de la mesa su mayor carta, en la forma de los aranceles locos que promete imponer a las importaciones del adversario que lleguen a su tierra.
La última baza llevó a Donald Trump al infame record de 124 por ciento a los productos chinos. Xi Ping se quedó alrededor de cien por ciento para los productos gringos. El comercio entre los dos países ronda los 590 mil millones de dólares al año. China vende mucho más de lo que compra.
Ahí está el secreto de la estrategia comercial lanzada por Trump. Obligar a que las empresas norteamericanas que fabrican, por ejemplo los teléfonos Apple en China, muden sus manufacturas a Norteamérica, como si fuera tan fácil. El mismo principio vale para las compañías automotrices -de cualquier país- que hacen sus vehículos en México a fin de venderlos en el norte y que tienen encima todavía el 25% de arancel muy cacareado.
La opinión generalizada en el mundo es que Trump está blufeando para asustar a todo el mundo; cosa que está logrando, al menos al obligar a 75 países a pedir turno para venir a Washington a negociar, rogar, misericordia mercantil. Algo que en el comercio no existe.
Mientras tanto, una carta mayor sigue a una inferior, en lo de los aranceles amenazantes. La baraja sólo tiene 52 cartones. Algún día, muy cercano, este castillo de naipes tiene que caer. O caemos todos.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Entre los objetivos de Donald Trump para imponerle aranceles a su producción está la farmacéutica, históricamente bien asentada en Europa. Mientras eso sucede, el evidentemente sucio manejo del negocio de las medicinas por parte del gobierno mexicano ya explotó, y el engrudo no deja de hacersele bolas. Alguien tiene que pagar esa multimillonaria vajilla hecha añicos, por Dios.