Después de un año de incertidumbre, de miedo, angustia y luto, la vacuna que alejará el virus chino de nuestra vida llegó a 7 kilómetros, prácticamente a la antesala, de la ciudad de Querétaro. El martes 9 de marzo, al pueblo de La Cañada, lugar de fundación y bienvenida, llegaron miles de personas en busca del Centro de Salud en donde se informó se administraría la tan anunciada, tan buscada, tan controvertida, vacuna Pfizer, la primera de dos dosis.
Al menos medio centenar de personas llegaron de madrugada a las afueras del Centro de Salud del lugar formándose para guardar espacio a sus padres o abuelos, poco a poco se sumaron las sombras cargando banquitos, soplándole al atole, rehuyéndole al frillecito matutino. A las ocho de la mañana, hora prevista para la vacunación, había ya cerca de quinientas personas formadas. Algunos jóvenes recorrían la fila organizando la sana distancia, la gente les rodeaba con preguntas: ¿Qué papeles necesito? ¿Comprobante de domicilio? ¿Credencial para votar? ¿El registro que se hizo en internet? ¿CURP? ¿Acta de nacimiento? No sabemos, contestaban los vigilantes. Pregunten, les decía la gente, no sea que tanto esperar para nada. Horas después, 5 horas para ser precisos, los que llegaron a las 8 se acercarían al final de la meta en donde solamente pedían la credencial del INE y a quien lo llevara, el registro electrónico. Algunos solo llevaban pasaporte, señal inequívoca de ser buscavacunas, un nuevo género de turista que ha recorrido pueblos buscando colarse.
A esta sede, la más cercana a la capital, se convocó también a los habitantes del Campanario, muchos mandaron a sus mozos o choferes a que les apartaran el lugar, otros, quizá no imaginaron que irían a la cola. Y mientras los cañadienses se acercaban en la ruta 37, los de la zona residencial llegaban en carros nunca vistos por ahí, lo que de nada sirvió pues aun así, algunos se colaban, otros buscaban conocidos que los pasara y todo para caer de nuevo al final de la fila que después de las once ya se la tragaba las oleadas de calor. Y es que la vacunación no empezó a las 8 sino después de las 9:30, que venía congelada la vacuna dijeron los vigilantes.
Ante la larga espera, todos sudaban bajo las caretas, cubrebocas, gorras, lentes de protección. Muchos platicaban de sus muertos, de la trampa en que cayeron quienes creyeron que era gripe, de sus enfermos recuperados, de las secuelas que padecerán quienes sobrevivieron, pero el sentimiento que opacaba cualquier otro era el de la esperanza, de sentirse afortunados por tener acceso a la codiciada vacuna. Esperanza y solidaridad unían a las clases sociales aquí revueltas. Los hijos y nietos llevando y alentando, a sus mayores. Ante los muchos enfermos y muy ancianos, la gente opinaba que se les debía dar prioridad. Una fila especial para ellos, un lugar más grande para que accedan desde sus autos, menos espera, porque llevamos un año esperando no morir. AL TIEMPO.