CONCIENCIA PÚBLICA
Ha transcurrido ya casi un tercio del sexenio y nadie ha explicado con claridad en que consiste la subjetiva cuarta transformación. Perdidas las grandes definiciones en la confusa agenda que fijan las conferencias matutinas del Presidente, los temas de fondo se soslayan y no tienen seguimiento, por la cantidad de distractores que se insertan y que dominan la agenda pública nacional.
En lugar de presentar el plan para la recuperación económica se presenta un documento anónimo que presuntamente implica un complot golpista; en vez de explicar porqué se usará el diésel en lugar de la electricidad en el tren Maya, y qué pasará con los pueblos indígenas que se oponen, se solicitan definiciones: o se está con los liberales o con los conservadores, como si todavía viviéramos en el siglo XIX.
El Presidente parece afectado ya por sus obsesiones. Según el diccionario, la obsesión es un estado de la persona que tiene en la mente una idea o una imagen y se encuentra dominado por ella, y más grave aún la definición que da Wikipedia del término y dice que se trata de una perturbación anímica producida por una idea fija que con tenaz pertinencia asalta la mente.
Por ello pudieran entenderse las referencias constantes a un tiempo y personajes históricos y las frecuentes alusiones a complots y acechanzas de adversarios, imaginando un país y una situación política que no existe. Igualmente se entendería su rechazo a convocar al dialogo y al trabajo conjunto a todos aquellos que tengan una idea diferente. El mandatario celebra como atributo propio lo que debiera ser un defecto, que es la terquedad, la tozudez, la obcecación.
La obcecación la define la Real Academia de la Lengua como una ofuscación tenaz y persistente. A su vez el diccionario Oxford Languages dice que es la dificultad que impide a una persona razonar las cosas o darse cuenta de ellas, y abundando, el Diccionario de Sinónimos y Antónimos define a la obcecación como empecinamiento, terquedad, obnubilación, prejuicio, y en tanto el obcecado será alguien obstinado, intransigente, intolerante, entre otros términos.
No es que pretenda hacer un estudio psicológico, o atribuir trastornos mentales, nada de eso, solamente se trata de encontrar las razones por las que el Presidente insiste y reincide, desde las épocas de candidato, en las teorías de complot y conspiración, cuando es notorio que una buena parte de la sociedad comparte sus planteamientos generales pero se inconforma con los métodos abiertamente, muy lejos del sigilo complotista.
Se trata de dilucidar porqué ha provocado el desbalance presupuestal que hoy lo lleva a cancelar fideicomisos, agotar fondos de reserva, solicitar adelantos del Banco de México y a utilizar fondos del Banco Mundial en créditos que incrementan la deuda nacional, y sostener a la vez la inyección de recursos a proyectos de dudosa rentabilidad en materia energética, turística y de comunicación.
Es la necesidad de saber por qué, aun viendo los efectos de la pandemia en materia económica, no presenta programas de apoyo a los millones de personas que se quedaron sin empleo, ya no digamos a las pequeñas y medianas empresas que tienen meses sin ingreso, pero si egresos puntuales para el pago de servicios públicos.
Entender por qué, en plena crisis humanitaria por los miles de muertos, se muestra más atento a giras insustanciales, banderazos de inicio de obras y no está presente en hospitales solidarizándose con los deudos y principalmente con los servidores del sector salud que, con carencias e insuficiencias, están al servicio de la población por un sueldo menor al que reciben médicos cubanos.
Porqué siente que le faltan al respeto cuando se señala la operación política de sus funcionarios y no se da cuenta que degrada la investidura cuando ridiculiza e impone calificativos despectivos a quienes piensan diferente.
Es ya casi un tercio del sexenio y no se vislumbra un horizonte que vaya más allá de su obcecación y obsesión por una transformación que solo está en su mente, mientras que una buena parte de la sociedad, que no tiene ataduras ideológicas ni colores partidistas, está viendo un abismo por delante al que el Presidente parece que no quiere asomarse.
Premeditada o inadvertidamente, AMLO ha polarizado al país y en la misma forma, ha ido propiciando el crecimiento de esta polarización. Tal vez piensa que su capital político le alcanzará para una segunda victoria electoral en el 2021, pero ojalá que en verdad termine por la vía democrática con el triunfo de alguna de las dos visiones.
La del político obcecado y obsesionado o la del resto de la sociedad, que sin líder y sin oposición articulada, tendrá que enfrentar a una maquinaria corporativa y clientelar. Es deseable que sea la democracia la que ratifique o rectifique el rumbo y que las instituciones estén a la altura del reto.