El Cristalazo Semanal
Cuando el abuso nos causa sorpresa
Obviamente nadie podría disculpar ni una sola de las abusivas actitudes de Donald Trump. Nadie en México, al menos, ni siquiera el más antigobiernista o yancófilo de los mexicanos.
Lo realmente sorprendente es considerar todo ese conjunto de menosprecios y rudezas como algo novedoso, como si de pronto alguien hubiera comenzado a tratarnos diferente de cómo en esencia lo hicieron todos sus antecesores.
Hoy recupero un texto de Gastón García Cantú, escrito en enero del año 1980. Muchas de quienes hoy se presentan escandalizados y escandalizadas estaban haciendo sumas y restas en la primaria y soñando con ir a Disneylandia.
“Los Estados Unidos -.decía Don Gas-, tienen una tradición política, la de injuriarnos. Nuestro país ha sido el tema predilecto de sus insultos. No se trata de sucesos de menor importancia, porque las ofensas de funcionarios y representantes en el poder legislativo indican, regularmente, una política encaminada al amedrentamiento. Ha sido tan constante esa conducta de los norteamericanos, que puede establecerse un principio: cuando elogian, retrocedemos; al insultarnos, avanzamos.
“En los denuestos debemos reconocer, y así se confirma en el pasado del país, el móvil de una política contra nuestra soberanía. Esto es lo importante para prever lo que debemos hacer; reconocerlo para acertar en la defensa de la Nación. Nada más. De los Estados Unidos no debemos esperar ni respeto, ni cumplimiento de sus obligaciones internacionales.”
Esas palabras y ese análisis es hoy tan valido como entonces. Quizá más. García Cantú escribía en ocasión de unas malvadas declaraciones del congresista Lloyd Bentsen, demócrata, por cierto, sobre las cuales no tiene caso volver ahora. Pero sí sobre un texto de Bryan, de tiempo atrás (1910):
“… la absorción de México ha comenzado ya en el sentido comercial y ha realizado vastos progresos… los disturbios políticos en México, que amenazan con una revolución, no dejaran de producir la intervención de los Estados Unidos, aunque solo fuera para proteger nuestros vastos intereses en aquel país; y baste saber cual de los dos pueblos es más débil, para comprender que se seguirá de aquella República, cuyos 27 estados y tres territorios, así o desearían…”.
Atribuir nada más a la insania supremacista de Donald Trump las actuales circunstancias en la maltrecha relación con Estados Unidos, es mirar la historia como un tuerto: falta foco, falta abrir el campo visual y mirar sobre todo al pasado, porque ahí están las raíces de este comportamiento y sobre todo los fundamentos del desprecio, la indeclinable noción de superioridad con la cual se conducen los americanos por todo el mundo, no sólo con nosotros, los vecinos del sur; incómodos, indeseados, pero inevitables por mandato de la geografía, así se la quiera modificar (o limitar), con una muralla.
En septiembre del año pasado “El historiador Enrique Krauze, quien fue galardonado con la medalla “Sentimientos de la Nación” por el Congreso local, advirtió de una posible guerra diplomática y económica, de enormes proporciones provocada por Estados Unidos de Norteamérica (USA), “en el caso de que Donald Trump, el despreciable candidato republicano, llegue a la presidencia”.
“El historiador agregó en su discurso que ante esta posibilidad de que Donald Trump gane la presidencia de USA, los mexicanos deben abrigar el sentimiento del amor a la patria, pero no sólo de un sentimiento de cantar solo el Himno Nacional, gritar viva México o de agitar la hermosa Bandera nacional, “hablo de defender fuera y dentro de nuestro país, de los millones de mexicanos, que podrían sufrir las consecuencias de una guerra injusta de la soberbia imperial, que ese monstruo podría desatar”.
Pues ahora ese mismo hombre ha dicho: la guerra ha comenzado.
Yo lo diría de manera distinta: la guerra no ha terminado.
“Lenguaje imperialista a secas -decía GGC-, sin disimulo, sin eufemismos, sin ambages, sin mordaza, sin contemplaciones, Tal es lo que somos para ellos… de esta verdad debe partir nuestra política frente a los Estados Unidos.”
En ese sentido recordemos algunos episodios ahora olvidados en la euforia post TLC; instrumento sobre el cual ahora creemos haber hallado la Tierra Prometida, cuando jamás fue así. En michos casos nos convirtió en maquiladores de primera; ni siquiera en socios de segunda, como ahora se mira.
Si no comprendemos las otras consecuencias del Tratado de Libre Comercio (hasta la hora cómo debemos ajustar los relojes), no entenderemos nada.
Las obligaciones no escritas nos convierten en un país adaptado a las necesidades ”democráticas” del modelo de los Estados Unidos (la alternancia, entren ellas). Para lograr esa libertad comercial ahora amenazada, modificamos hasta el sistema político nacional. Por eso tenemos -entre otras cosas-, la proliferación de organismos autónomos cuya operación al mismo tiempo dentro del Estado, pero al margen del gobierno, nos debilita como Nación.
Hoy el discurso de Trump nos dice cómo los mexicanos hemos sido los únicos beneficiarios del ya dicho tratado; pero esas palabras están huecas, son apenas el eco de las pronunciadas por James K. Polk en 1846:
“Los agravios que hemos sufrido de México, casi desde que realizó su independencia y la paciente tolerancia con que los hemos soportado, no tiene paralelo en la historia de las naciones civilizadas modernas.”
Nadie puede negar el ambicioso carácter de los Estados Unidos pero nadie podría argumentar en contra de cómo los mexicanos hemos jugado a veces hasta con orgullosa alegría el papel de sus colaboradores. Muchos aplaudieron en 1847 la llegada de los soldados estadunidenses a esta ciudad y algunos hasta aplaudieron cuando el invasor izó su pendón en el asta del Palacio Nacional un certero y simbólico13 de septiembre.
Esos colaboracionistas se reprodujeron y participaron en la consolidación del agravio, de la colonización silenciosa y paulatina, fueron descritos claramente por Richard Lansing en su ya célebre carta a William R. Hearst en 1920:
“Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso conduciría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto del liderazgo de Estados Unidos.
“México necesitará administradores competentes y con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la misma Presidencia.
“Y sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos, y lo harán mejor y más radicalmente que lo que nosotros mismos podríamos haberlo hecho”.
Alexander Hamilton, uno de los “Padres Fundadores” de los Estados Unidos, primer secretario del tesoro de la entonces joven nación, elaboró en 1779, un plan para ocupar la Luisiana, las Floridas y después penetrar a México para formar una gran sociedad de intereses y principios comunes con Inglaterra y convertirse en el “Primer Ciudadano de Norteamérica.
En 1804, Thomas Jefferson, quien firmo el acta de Independencia de EU, marcó el río Bravo del Norte como el límite de la Luisiana. El 2 de abril de 1807 el mismo Jefferson, le envía una carta a Jemes Bowdoin, ministro en España, en la cual afirma la posibilidad de tomar México, militarmente, en seis semanas.
En marzo de 1827, para ir a saltos por la historia, Joel R. Poinsett, quien clasificaría con su nombre la flor de Nochebuena, le pide a Guadalupe Victoria la cesión o venta de Texas, en virtud de los asentamientos de colonos en ellas y para evitar enfrentamientos entre ellos.
En 1846 los marinos americanos ocuparon Mazatlán y Acapulco; en ese mismo año el Congreso declara la guerra; un año después Polk decreta la legitimidad de cobrar impuestos “según el derecho de conquista” y establece una condición de “vasallaje temporal”.
Es cierto, el vasallaje se expresa, de idéntica forma, sin
necesidad de un abierto “casus belli”, por Trump cuando dice: haremos un muro y los mexicanos lo pagarán.
Pero mientras eso ocurre, la “prole” comerá guacamole mientras aquí (y allá) disfruta el “Superbowl”.